En los años ochenta, una empresa valenciana del sector editorial comenzó a realizar reproducciones de las obras de Mariano Benlliure, el escultor que formó junto a Joaquín Sorolla y Vicente Blasco Ibáñez la tríada de artistas valencianos más influyentes de las primeras décadas del siglo XX. La mercantil, ya extinta, reprodujo cerca de 380 copias por cada escultura del artista, autor del conocido busto de Goya, que vendía como auténticas a razón de entre 180.000 y 300.000 pesetas por obra. Más de un millar de sus monumentos al toreo, bustos y pequeñas esculturas en bronce se comercializaron con la firma del autor, con número de serie incluido. Ninguna de ellas era auténtica.
Cinco décadas después, una parte de esas obras ha acabado en dependencias policiales. En concreto, en el almacén del grupo de Patrimonio de la Unidad de Policía Nacional adscrita a la Comunitat Valenciana, que alberga centenares de obras falsificadas o falsamente atribuidas. Unas están a la espera de pasar a disposición judicial, otras ya judicializadas y unas terceras permanecen en el cuerpo, empleadas para la investigación y la docencia.
La unidad policial depende funcionalmente de la Generalitat, pero orgánicamente del Ministerio de Interior y data de finales de los años noventa, pero no fue hasta 2014 cuando se creó el grupo especializado. De 400 agentes, dos lideran el grupo que vela por el patrimonio cultural, arquitectónico y artístico: el subinspector Antonio López y el oficial Rubén Fernández. El primero cuenta con un máster en Patrimonio; el segundo, con una licenciatura en Historia; ambos con formación constante en la carrera policial.
El mercado de arte falso comprende los delitos que generan mayor impacto económico, solo por detrás de las drogas, el tráfico de armas y la prostitución. Sin embargo, apenas tiene impacto social, ni existe un tipo delictivo concreto que lo aborde, lamentan los agentes. Las causas comprenden delitos de estafa, contra la propiedad intelectual –en caso de que el artista viva o continúen vigentes sus derechos– y la falsedad documental –a través de los certificados que atribuyen la autenticidad a una obra–, pero no hay instrucciones claras, apunta Fernández, sobre qué hacer con las obras decomisadas y certificadas como falsas si no se determina el delito. El oficial indica que ya comienza a haber jurisprudencia que evita que la obra vuelva al mercado, y su equipo reclama que se etiquete como falsa por anverso y reverso, se destruya o se deposite en las dependencias policiales. “Es como devolver un billete falso”, comenta.
En concreto, esta unidad se ha incautado desde 2014 de más de 6.100 efectos; 647 son pinturas y 154 esculturas, con un valor estimado –es el mercado quién asume qué se paga por qué objeto– de 376 millones de euros. Entre las operaciones más destacas del grupo está la llamada 'operación Picachu', que sacó cuadros falsos de Picasso que se vendían por internet, con certificados ad hoc, por más de 160 millones de euros en 2014. La más reciente, presentada este martes, ha implicado decomisar cuatro falsos Goya y un falso Velázquez, que en conjunto superaban los 76 millones de euros de venta.
Internet es uno de los lugares más comunes en los que mover estas mercancías, tanto en webs de subastas y antigüedades como en cualquier portal de anuncios y compraventa. Los agentes comienzan la investigación generalmente a través de avisos, cuando un comprador no está del todo seguro de la autenticidad de lo que figura en el escaparate. A veces salen al mercado obras que un coleccionista posee intuyendo que son auténticas a través de sus herederos, no siempre hay un ánimo doloso, apuntan los agentes.
En el arte del engaño hay verdaderos orfebres, que cuidan al milímetro la obra imitada, crean certificados de autenticidad –habitualmente copiando las firmas de los familiares que poseen los derechos– y artistas de serie B, low cost, que buscan imitaciones más fácilmente comercializables. La mayoría de obras forman parte de este segundo grupo, que no son demasiado caras; las de mayor coste económico pueden venderse como participaciones empresariales, con esperanza futura de sacar mayor rédito en una venta total. Antes de la creación de las respectivas fundaciones, se popularizó la venta de obras atribuidas a los talleres de Sorolla o Benlliure en territorio valenciano, aprovechando el aprecio que la ciudad tenía a sus artistas y su valor emocional. Desde que existen, colaboran estrechamente con la policía para determinar la veracidad o no de las pinturas y esculturas, que se cotejan con expertos.
Desde marzo, de las paredes del Museu Valencià de la Il·lustració i de la Modernitat penden un centenar de obras que el visitante puede atribuir a Modigliani, Tiziano, Goya, Picasso, Cecilio Pla, Genaro Lahuerta, Sorolla, Pinazo o Benlliure. Bajo el rótulo El arte del engaño, las obras suponen apenas la mitad de las incautadas por el grupo de patrimonio de la Policía Nacional adscrita a la Comunitat Valenciana. Cuando se cumple acerca a la década de la creación del grupo, el museo de arte fake, el engaño del arte, queda a la vista de todos.