El Arte tiene un precio aunque se Demore

Cada año hay cientos de jóvenes que ilusionados por el arte, por el amor a la belleza, por querer crear universos o lugares extraños, extraídos de sus imaginaciones tanto coloristas como tenebristas, ven que al terminar el grado de Bellas Artes, no tienen dónde ir. Muchos padres ven a sus vástagos, colmados de ilusión y con sentimientos que expresar, con miedo. Hemos llegado a un punto en que la vocación puede ser muy bonita, pero parece no dar de comer, o al menos eso piensa una parte de la sociedad.

Mientras, en el polo contrario se encuentra la institución monárquica. Ellos, que durante siglos han vivido de los pintores, claro, no habían fotógrafos, ahora se empeñan en demostrarnos que las barbaridades económicas también pueden estar en su pinacoteca. Patrimonio Nacional, que es algo que en realidad nos pertenece a todos, pero más a unos que otros, expondrá el lienzo de La Familia Real, de Antonio López, después de 22 años de espera. Tanto tiempo hace de ello que hasta las Infantas eran adolescentes cuando comenzó, de esas que llevarían la Super Pop al instituto, y el Rey, era aún Príncipe de Asturias, es más, Letizia no estaba todavía ni casada con su primer marido.

Casa Real, cuando aún nadie más allá de los republicanos la cuestionaban, desembolsó 300.000 euros, cifra escandalosa y muy típica de aquella época de opacidad y de no tener que rendir cuentas con nadie sobre sus gastos. Aunque no sé si estoy hablando del pasado, del presente o de lo que nos queda por ver. Si algo podemos extraer de esta “Historia Interminable”, es que Antonio López no tenía demasiado interés en terminar el cuadro, quizás le daba pereza, porque al demorarse tanto habían que hacer mucho cambios, más que nada porque los seres humanos crecen y hasta se reproducen. Es cierto que Antonio López es un fantástico pintor, y que su método de trabajo es lento y meticuloso, eso es algo que por desgracia se va perdiendo en ésta sociedad de inmediateces y urgencias hipercardiacas, pero aunque alguien vaya con paso seguro, sabiendo lo que hace, para al final realizar un gran trabajo. Esto ha sido demasiado, de hecho hemos llegado a cambiar de Rey.

Aunque parezca raro, éste caso, a todas luces insólito, no lo es tanto. Porque lo que hay que hacer con el dinero de todos, no es repartirlo, sino dejar tu huella indeleble en alguna cosa. Los alcaldes prefieren hacer obras faraónicas, que después tendrá utilidad o no, pero el megacomplejo ya está hecho, y se queda ahí con la placa del que lo inauguró. Si el gasto es innecesario o una exaltación de egos, es algo que no importa, el leviatán ya ha sido levantado, los constructores han cobrado y algún iluminado del municipio podrá vanagloriarse con otros sobre las cosas que se hacen en su pueblo o ciudad. Los que están peldaños más arriba, también quieren que el pueblo les quiera, que su figura pase a la posteridad. Esto no es una cuestión de colores, ya sabemos que los dos grandes partidos tienen en común que en cuanto al despilfarro no tiene mesura.

Bono, que fue el Presidente del Congreso, no quiso pasar de puntillas por él, como todos los que han ocupado ese cargo tan estresante y mal pagado, quiso ser pintado por todo lo grande.

El elegido fue el genial pintor madrileño hiperrealista, Bernardo Torrens, el cual siempre me ha parecido uno de los grandes, pero lo que sí que es grande es el precio del cuadro: 82.600 euros. Quizás no sea tanto el precio, que seguramente lo valga, sino la situación social del Estado en la que se manda ese encargo opulento e innecesario. A José Bono no le tiembla el pulso en decidir que sea ese, aunque ya sabía el precio, mientras, en algún lugar de España alguien pierde la casa, el subsidio o el trabajo de su vida. Si eso sólo le estuviera pasando a una persona, podríamos entender que es un suceso puntual, pero como ya hemos dicho, mientras se le encarga el cuadro, miles de personas están condenadas en éste país la miseria. Es más, Bono cuestionó a su antecesor en éste asunto, le debió sentar mal que en la Galería de Retratos del Congreso estuviera colgada una fotografía, con lo poco glamusoras que son, que le hizo a Manuel Marín la fotógrafa Cristina García Rodero, ganadora del Premio Nacional de Fotografía en 1995, y que cobró 24.780 euros, vamos un poco menos que el cuadro de Bono o de la Familia Real.

Sin duda el estudiante que fue reprendido por sus padres, por optar a un grado universitario sin esperanzas de futuro, de esos avocados a la mendicidad y el trabajo precario. Debía ver un buen ejemplo que mostrar a sus progenitores con éste tema, al grito de “mira papá lo que le han pagado a Antonio López por tardar 22 años en hacer un cuadro”.