El Apocalipsis ya está aquí. Nos lo profetizó hace años Fernando Arrabal, aunque entonces causó más revuelo la borrachera de chinchón con la que el dramaturgo acudió al plató de televisión, que su premonitorio anuncio milenarista. El Apocalipsis ya está aquí solo que somos incapaces de reconocerlo porque nos llegó no con los tétricos perfiles dibujados por san Juan en el Libro de las Revelaciones, sino con los labios pintados de carmín encendido. Es, en fin, el Apocalipsis travestido en aquel Apocalypstick que allá por los años 70 del siglo pasado nos cantara la bella Jane Birkin con su sensual voz de Lolita.
Apocalypstick. En el subsuelo del número 6 de la calle Merlin de Atenas, la Gestapo y la SS torturaron hasta el borde de la muerte a cientos de miembros de la resistencia durante la ocupación alemana de Grecia. Muchos de ellos, en su mayoría comunistas, terminaron cruzando ese tenue borde que, entre electrodos en los genitales, tenazas y cuerpos descoyuntados, separaba su dolor de la nada. Hoy sobre aquel espacio siniestro se levanta uno de los principales establecimientos donde la cadena de cosméticos Hondos Center vende la más variada gama de tonalidades en lápices de labios. A la entrada del local, la espectacular silueta de Claudia Schiffer recortada en cartón seduce la mirada de los paseantes y potenciales compradores. Cerca de ella, una pared disimula el pequeño monumento que intentaba recordar a las víctimas, devueltas de este modo a los subsuelos del olvido.
Subsuelos, fondos, profundidades. Según la Organización Mundial para las Migraciones unas 2.373 personas han sido tragadas por las aguas marinas intentado alcanzar territorio europeo. Al menos 23 de esos náufragos aspiraban a llegar a una costa española. Sobre sus cuerpos hinchados y sus esqueletos roídos por los peces y los cangrejos, pasarán al cabo del año más 30 millones de alegres turistas ataviados con informales bermudas o elegantes vestidos con los que disfrutar del anochecer en la cubierta de su crucero. Cientos de ellos, tal vez miles, aprovecharán la breve escala griega para, tras una apretada visita a la Acrópolis, hacer esas compras apresuradas en la que no será extraño encontrar algún pintalabios de vivos colores despreocupadamente adquirido tal vez en una anónima tienda de la calle Merlin.
Sí, el Apocalypstick gusta de estas azarosas conexiones mucho más que del estruendoso sonido de las trompetas de Jericó. Por eso, posiblemente también esté cerca el día en que se reconviertan los Centro de Internamiento de Extranjeros en franquicias para la venta de cosméticos y perfumes, afrutados aromas con los que disimular el mal olor que nos envuelve. Una pestilente atmósfera que ninguna corriente de aire fresco se atreve a limpiar. Porque aquí no se mueve la más mínima brisa. Si el fin del mundo de nuestros antepasados era presentido como destrucción y caos, hecatombe en movimiento, en suma, el moderno Apocalypstick se nos presenta como absoluta inmovilidad, limbo, parálisis, el paisaje perfecto del desánimo.
Es por ello que el navegante extranjero y clandestino debe saber que no hallará más destino en su travesía que el fondo marino. O en el mejor de los casos, ese no lugar por excelencia que es la tierra de nadie. Y por eso también era tan imprescindible reducir las esperanzas griegas al cajón de las desilusiones, para que el ciudadano europeo de bien asuma cuanto antes que no puede esperar más mañana que un inacabable ayer suspendido: ni un pasado añorado ni un futuro anhelado. Una inmediatez detenida en esta crisis perpetua y sin salida. Eso sí, a diferencia del náufrago, si su comportamiento es correcto, podrá tener el consuelo de afrontar su destino congelado con una sonrisa en su rostro también congelada. Y los labios bellamente pintados:
Rouge de vamp ou de vampire
C'est avec ce crayon que s'inscrit mon délire
Apocalypstick
Apocalypstick