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El buque Galicia está atracado en el puerto de València desde el lunes y sus 160 metros de eslora son la casa de 500 militares. En los próximos días lo será de 800, porque va a acoger a muchos soldados que están ya en la zona cero de devastación por la DANA de València. Del barco saldrán todos los días tropas de los Ejércitos de Tierra, del Aire y la Armada a las tareas de rescate, logísticas y de retirada de escombros en las localidades más dañadas.
Salen por las mañanas. De momento, adonde la Unidad Militar de Emergencias (UME) tenga más necesidad. Vuelven por la noche, sobre las nueve, llenos de barro, tras 12 horas retirando muebles, abriendo pasos y limpiando calles. A esa hora es justamente cuando más actividades esperan en el hospital que lleva a bordo: “Los casos más habituales que veremos serán buceadores con conjuntivitis, fracturas o heridas infectadas”, cuenta el capitán enfermero. El lodo es un vector de bacterias y las infecciones suelen ser habituales. Además de dos quirófanos, el Galicia tiene 8 camas UCI.
En la planta baja de buque esperan, en palés, miles de paquetes: “Raciones individuales de combate comida”, dicen los letreros. Son para los soldados que no comen en el barco y para la población. “Bueno, yo la he comido y está bastante buena”, se ríe José María Cordero, alférez de navío, que ha llegado desde Cádiz navegando mientras enseña la gigantesca rampa por donde salen los camiones. ¿Hasta cuándo estarán? “Hasta que haga falta”, responde.
Al piloto Luis Nebot la tragedia le toca más cerca. Es de Castelló y ahora está en la cubierta del Galicia, donde atardece y se observa una ciudad tranquila, europea, un puerto ordenado. A esta distancia, podría parecer que ha venido a cualquier maniobra estándar. Pero en la ronda de reconocimiento que ha hecho hace unas horas, a pocos kilómetros de aquí, ha visto algo el infierno: “Lo que he visto estremece. Es cierto que ya hemos podido ver imágenes aéreas de drones o en la tele, pero verlo con tus ojos impresiona mucho”. A lo largo de su vida ha estado desplegado en Somalia o el golfo de Guinea: “Pero yo no he vivido nada así, yo no he visto nada como esto, ni siquiera en zonas de conflicto sin recursos”.
Él y otro compañero han ido a repartir toda el agua que cabía en los dos helicópteros. A Alginet y Almussafes. Luego han pasado a reconocer la zona en la que se trabajará al día siguiente, por Chiva y Cheste: “Ves zonas altas, en las que no se aprecia que haya pasado nada y enseguida, un barranco más allá, es barro, coches arrumbados, campos llenos de automóviles y restos de todo tipo...”. Su compañero, que no está en este momento a bordo, es de Torrent y vive en Silla: “La familia de mi cuñada vive en Real, que han estado sin luz y agua... Tenía muchas ganas de venir a ayudar”, dice.
Al lado de la cubierta, hay unas máquinas elípticas y colchonetas. Los soldados se entrenan y hacen flexiones mientras uno, en videollamada con su hijo pequeño le repite y consuela: “¿Te ha dolido la garganta? ¿Ah sí?”. Algunos infantes de marina chatean desde la cubierta en este tiempo muerto a la espera de salir por la mañana, otros hablan: “Teníamos muchas ganas de venir, estamos felices y deseando ayudar”, cuenta uno de ellos. Es una de las frases más populares entre los infantes de marina que trabajan en el barco.
El comandante del buque, el capitán de navío Antonio Estevan, confirma que tampoco había estado en una misión así: “Lo que hemos podido ver estos días recuerda a una zona de guerra, es una devastación natural, es muy triste”. Como acaban de llegar “aún estamos a ciegas, es la UME la que nos dice dónde ir, pero también nuestra misión es acoger. Aquí vivirán cincuenta buceadores, ochenta expertos de achique... llegaremos hasta 800 efectivos. Aquí dormirán, les daremos de comer y les lavaremos la ropa”.
El buque Galicia, que ha estado también en el huracán Mitch, el desastre del Prestige, o el tsunami de Indonesia, ocupa todo un muelle del puerto de València, donde hay un trasiego de camiones: las carreteras cortadas, las cargas perdidas y los atascos constantes a las entradas y salidas de València han generado algunos problemas logísticos, de abastecimiento y reparto. “¿Primera vez en un barco así, no?”, bromea un oficial ante las dificultades de los civiles para pasar escaleras con peldaños reducidos y caras de asombro. En el puente de mando hay cartas náuticas desplegadas y se toman a mano referencias y datos.
Llevan menos de 12 horas en el puerto, sus compañeros están a punto de volver y solo quedan unas pocas para que otros salgan a la misión. Quienes no tienen tarea específica en la zona cero –es un barco además logístico– también están deseando bajar a tierra, a hacer lo que se pueda, como los miles de valencianos voluntarios que acudieron espontáneamente y que han visto en la televisión y que les han hecho emocionarse: “Iré con uniforme o como sea, necesito ir, aunque sea para darles un abrazo”.