¿Les parece que hay mucha corrupción instalada en nuestras instituciones? ¿Si le preguntara el CIS por ello mostrarían su grado de preocupación máxima por ese problema? ¿Creen que la corrupción se ha desbordado en el paisaje político valenciano y ha inundado los juzgados de inmundicia? Pues eso no es nada. Los niveles de corrupción que conocemos no alcanzan siquiera a una pequeña parte del que se practica diariamente con total descaro. Todo lo que emerge gracias a la policia, y que se dirime en los juzgados, es solo una demo, un resumen, un power point de lo que realmente se cocina en trapicheos, comisiones y onerosos tratos de favor.
Con las supervistas, los macrojuicios de la Gürtel y de las tarjetas opacas o el procesamiento del expresidente Olivas se está destapando todo un proceder que ha anegado de podredumbre las más sacrosantas instituciones políticas, financieras y empresariales del país. Nos estamos escandalizando de todo lo que supuran esos testimonios chulescos y engreídos de quiénes se sabían más listos que nadie. Y si todo ese espeluznante espectáculo nos asombra hoy imaginen toda la bolsa de corrupción que sigue sin destaparse.
Por ejemplo, hay corrupción sin aflorar todavía en los cajones de los directores de periódicos. Algunos le deben una filtración o un favor a un presunto delincuente que permanece tapado; otro grupo de directivos de medios de comunicación tienen vetos impuestos por sus grupos editoriales; y otros, demasiado cautos, prefieren no recibir demandas por calumnias o injurias.
Más casos. Hay otra corrupción latente que no sube a la superficie que es la de los testigos y los arrepentidos de los casos que ya han explosionado. Siempre hay alguno que se guarda algunos nombres en la recámara en sus declaraciones judiciales. Se trata de omisiones interesadas bien porque fueron los padrinos de la comunión de su nene, bien porque colocó a una parienta en un cargo de ensueño, bien porque les hizo participe de una nueva trama que operaba en algún municipio de la costa. Son los ignorados a conciencia por los propios corruptos que ya tienen sus embrollos expuestos al sol.
Algunos partidos políticos, otros que tal, juegan al escondite con la justicia. No quieren exponer más de la cuenta a algunos de sus jefes orgánicos, no pueden ofrecer en sacrificio a corruptos internos cuyas confesiones pudieran luego salpicar a otros dirigentes. Algún partido, sabemos cuál, se ha convertido en zulo y búnker dónde cobijar a los políticos que figuran en listas sospechosas. También hay otro influyente grupo de presión dispuesto a hacer a veces la vista gorda: los jueces que no pueden rastrear todo lo que se filtra en las declaraciones que obtienen, no pueden investigar más subtramas porque de lo contrario se les colapsarían sus juzgados. La Justicia a veces debe mirar para otro lado para no imputarle a un desalmado demasiados delitos que podrían eternizar la causa. Las penas complementarias a menudo las imponen los telediarios. Y, por último, los hay que meten la mano en la caja de todos, nos les descubre nadie e, incluso, le rotulan una calle en su pueblo. Son los doblemente afortunados por esa peculiar ruleta rusa. Quedan a salvo a bordo de su yate camino de Ibiza.
¿Imaginen que alguien pinchara esa burbuja de la corrupción desconocida? ¡Qué bien! Podría subir el PIB nuestro de cada día, aunque quizá cayeran en picado las compras de automóviles de lujo y los ingresos de la industria de la ostentación. Todas las artimañas ocultas que se producen, y que tanto dolor presupuestario destilan, podrían llegar a sumar varios presupuestos municipales juntos de importantes ciudades. ¿Podemos convivir con ello? Parece que sí, de momento toda esa otra corrupción sin descubrir continúa aparcada, sin salir a la superficie, en el descampado de la ignominia social.