El día 27 de septiembre vimos como cientos de miles de personas, especialmente jóvenes, se manifestaban en ciudades de todo el mundo para tratar de frenar la emergencia climática que vive el planeta. Es una evidencia científica que la temperatura de la Tierra ha subido en los últimos 150 años debido a la acción del ser humano y seguirá subiendo si no se toman medidas para evitarlo.
Estos cambios de temperatura son los responsables del aumento de ciertas catástrofes naturales y de cambios de estaciones que obligan a millones de personas a desplazarse si quieren sobrevivir.
El cambio climático sí distingue entre ricos y pobres porque, aunque es un fenómeno global, no afecta de la misma forma a todo el mundo ya que, según un estudio de la ONG Oxfam Intermón, la probabilidad de que la población de estos países empobrecidos tenga que desplazarse debido a fenómenos meteorológicos extremos de carácter repentino es cinco veces mayor que en el caso de la población de países de renta alta. Además mientras que el 91% de los agricultores de Estados Unidos tienen aseguradas sus cosechastienen aseguradas sus cosechas para cubrir posibles pérdidas en caso de que se produzca un fenómeno meteorológico extremo, el porcentaje de agricultores que cuentan con este tipo de seguros es de sólo el 15% en la India, el 10% en China y sólo el 1% o menos en Malaui y en la mayoría de los países de renta baja.
Las consecuencias más trágicas se están viendo en los países más débiles como por ejemplo Mozambique o Somalia. Este último, además de arrastrar un conflicto bélico de décadas y una deuda externa que ahoga su economía, tiene que ver cómo la sequía provocada por el cambio climático genera una emergencia alimentaria sin precedentes, ya que el sustento del 80% de la población depende de los recursos naturales. La combinación de sequía y hambruna en 2011 mató más de 260.000 personas, la mayor pérdida de vidas humanas sufrida en un año por un país en este milenio.
Para colmo estos países son apenas responsables del cambio climático ya que según el informe el 10% más rico de la población mundial es responsable de la mitad de las emisiones globales, mientras que el 50% más pobre emite en torno al 10% de los gases. Un ciudadano estadounidense es responsable de un volumen de emisiones equivalente al de 330 somalíes.
Una vez más los países ricos son los responsables de la mayoría de las desgracias que atraviesan sociedades del sur. La industria de los combustibles fósiles se ha ido llenando los bolsillos a la vez que destruía el planeta, frenando siempre cualquier alternativa de cambio. Entre las cumbres sobre el clima de Copenhague y París, el número de milmillonarios de la lista Forbes con intereses en el sector de los combustibles fósiles ha pasado de 54 en 2010 a 88 en 2015, y sus fortunas se ha incrementado en un 50%.
Siempre han temido modificaciones en la legislación que dañaran sus intereses en favor de la lucha contra el cambio climático, por lo que no es de extrañar que esta industria destine 44 millones de euros anuales en actividades de lobby dirigidas a la UE y 157 millones de dólares en EEUU.
Lo que parece claro es que esta nueva ola que demanda un cambio ha venido para quedarse. No debemos olvidarnos de aquellos que sufren más las consecuencias. En 2009 los países ricos acordaron que, para 2020, destinarían 100.000 millones de dólares anuales a la lucha contra el cambio climático, cosa que no están cumpliendo. Parte de esa ayuda debería ir destinada a aliviar el sufrimiento de quienes ya ni el cielo se acuerda de ellos.