La crisis agudiza el ingenio. El de las empresas y el de los autónomos que, para sobrevivir económicamente, buscan fórmulas alternativas de trabajo. En una empresa valenciana de transportes, el Grupo Mazo, cuentan con una particular fórmula de empleados: utilizan familias para conducir sus camiones.
La empresa de Alzira cuenta con cerca de 450 conductores, de los cuales 180 trabajan por parejas. Según el grupo de transportes, el salario es el mismo para todos los conductores -hombres y mujeres- aplicando el convenio colectivo; esto es, unos 1.100 euros de salario base -incrementado en función de la antigüedad del trabajador- más las dietas por comidas y pernoctación. La media por pareja es de unos 2.500 euros al mes, ligeramente por encima del promedio espapol -según el INE, en 2014 las familias ingresaban unos 2.100 euros-.
La firma obtiene su beneficio de esta práctica al ahorrar tiempo. Según la normativa, el máximo de horas de conducción diarias es de 9, salvo dos jornadas a la semana que pueden llegar a 10. Al contar con dos conductores, un mismo camión puede doblar sus horas de circulación en carretera y, por tanto, reducir el tiempo de entrega de la mercancía. Para el empleado esto supone una traba, ya que según la misma normativa, el acompañante -entendido como otro conductor, ya que también está prohibido circular en compañía que no sea otro chófer- no puede utilizar la litera con el vehículo en marcha.
Entre estas 180 parejas hay matrimonios como Eugenia y José Antonio, hermanos como Manuel y Juan Antonio y padres e hijos como Federico y Óscar, que han decidido trabajar juntos en la carretera. En los tres casos el mecanismo de incorporación a la empresa ha sido similar: un miembro del dueto trabajaba como transportista para Mazo y el otro, ante la falta de trabajo, se sube al camión. Eugenia trabajaba en la hostelería; Manuel, topógrafo, llevaba más de cuatro años en paro y Óscar, estudiante, cursaba un módulo de actividades físicas.
Los problemas que exponen las parejas son similares. Todos se centran en la convivencia, en las dificultades de permanecer 24 horas con la misma persona en un espacio de poco más de 2 metros cuadrados. Sin embargo, esa misma compañía es a la vez lo que más valoran, tanto para amenizar los descansos obligatorios como las horas de trayecto. En el caso de los hermanos -Manuel y Juan Antonio-, explican que al estar tantas horas en el habitáculo “es importante ir acompañado de una persona en la cual confíes y con la que tengas buena relación, nos podemos decir las cosas sin que al otro le moleste. Cada uno sabe lo que puede hacer y lo que no, porque nos conocemos de toda la vida”.
En el caso del matrimonio consultado, se da un problema añadido. Eugenia, que lleva 6 años en la empresa, comenta que todavía hay gente que se sorprende de ver a una mujer conduciendo, y de que ésta tenga su aspecto. Se define como una mujer “presumida” a la que le gusta “vestir bien” y le resulta chocante a muchas personas, que “tienen en mente un estereotipo de la camionera que no se corresponde con la realidad”. “Todavía se sorprenden cuando bajo del camión y arreglada”, añade.
Durante los largos trayectos, los dúos han aprendido a repartirse las tareas de forma equitativa. Ambos componentes se reparten las labores de cocina, carga y descarga y las maniobras de llegada al muelle. El matrimonio sí matiza que ella se encarga de las tareas administrativas, mientras que él asume las de mayor esfuerzo físico y la cocina.
Los trabajadores reconocen que ser camioneros les da cierta estabilidad económica, pero que es “bastante duro”, a nivel físico y psicológico, por el tiempo que se pasa fuera de casa y por el carácter repetitivo del trabajo. “La gente se cree que es una profesión muy agradable porque viajas mucho, pero al final es la misma rutina de autopistas”. La peor parte, explican los hermanos, es estar fuera de casa tantos días y hacer los descansos de una o dos jornadas en el extranjero.