Fumar hierba, cannabis, marihuana…ya es legal en Canadá. El Gobierno liberal de Justin Trudeau ha convertido este país en el segundo, tras la regulación uruguaya en 2013, que legaliza el consumo recreativo y producción de esta planta en todo su territorio, siguiendo el ejemplo de Holanda, California o Suiza, con regulaciones más o menos restrictivas. “Reducir el crimen y hacer más difícil el consumo de menores”, son los principales argumentos que, al parecer, han convencido al Senado canadiense, aparte de los 6.500 millones de dólares que esperan recaudarse sólo en el primer año.
El debate no es nuevo, ni sencillo de abordar. Hace décadas que la ciencia demostró los efectos perjudiciales y adictivos del consumo prolongado de cannabis en el organismo, en el rendimiento académico, laboral o en las relaciones familiares, especialmente a edades tempranas del desarrollo. El síndrome amotivacional, la pérdida de materia gris o, incluso, el riesgo de desarrollar esquizofrenia y brotes psicóticos, son algunos ejemplos. Ahora bien, también se conocen potenciales efectos terapéuticos endocannabinoides, como en caso del dolor crónico intratable o el uso paliativo en enfermedades terminales.
Según el Informe 2017 del Plan Nacional sobre Drogas, el 94% de los menores de 18 años que recibieron tratamiento sanitario por consumo de drogas ilegales en 2015 en España, lo hicieron por problemas asociados al consumo de cannabis, siendo ya la sustancia ilegal que empieza a consumirse más tempranamente en nuestro país. Un 2,1% de la población lo consume a diario, especialmente menores de 24 años, estando el consumo problemático ligado significativamente a un edad de inicio temprana.
Implementar una estrategia integral y efectiva en prevención del abuso y adicción al cannabis y otras sustancias tóxicas, debería ocupar el centro del debate político y mediático, no la periferia en la que se encuentra. Desmontar científicamente los mitos que rodean las adicciones, fomentar estilos de vida saludables, habilidades sociales e inteligencia emocional en todas las etapas educativas, garantizar un ocio alternativo de calidad y, sobre todo, incluir a las familias en este proceso, es la fórmula islandesa que está dando resultados en la reducción del consumo de drogas entre la juventud. Este es el tema que debería estar resuelto, y del que poco se habla.
En la Comunitat Valenciana, les Corts debaten la regulación del consumo de marihuana “con fines terapéuticos” y “desde planteamientos científicos, sociales y ajustados a la legislación más avanzada”. Bienvenido sea el debate. Que el humo canadiense no les nuble la mente.