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La comarca valenciana que mira al cielo por la maldición de las riadas: “En 1982 sí que nos avisaron por la radio y con altavoces”

Río Júcar en Algemesí, este viernes, donde desemboca el Magro y comenzó a desbordarse el agua el pasado 29 de octubre.

Raquel Ejerique

11 de diciembre de 2024 22:06 h

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“Desaparecido en l'Alcúdia el conductor de un camión tras cruzar un barranco”. El titular de la prensa, en la mañana del fatídico 29 de octubre, fue el primer aviso de lo que venía en la peor DANA del siglo. Los habitantes de este pequeño pueblo –conocido por su rica vida cultural, la multinacional de túneles de lavado de coches Istobal o el cultivo de la naranja y el caqui– vieron su nombre en los periódicos porque fue allí el lugar donde desapareció oficialmente la primera persona de la provincia de València. Un camionero cuyo cuerpo se encontró sin vida tiempo después más abajo.

La localidad pertenece a la comarca de La Ribera, a unos 40 minutos en coche de la capital, y cuyas inundaciones no se debieron al mortal barranco del Poyo, sino al desborde del Magro, que había empezado en Utiel y que fue bajando y acumulando miles de litros en la presa de Forata, que estuvo a punto de colapsar y romperse por la tarde. Aquí saben bien de los peligros del agua. Hay una cultura de precaución que no se puso en marcha porque nadie avisó de manera eficaz y masiva. Aun así, la lluvia persistente en muchas localidades hizo que sus habitantes, por ese “respeto” ancestral al agua, se autoprotegieran o que los ayuntamientos cancelaran clases y algunas empresas mandaran a casa a sus trabajadores.

En La Ribera saben de sobra lo que es lluvia y desborde, y que “al fuego se le puede parar, pero al agua no”. También recuerdan bien lo que significa una amenaza de rotura en una presa. A las 19.15 del 20 de octubre de 1982, la misma hora del mismo mes que estas riadas hace 42 años, se les cayó encima el contenido de la presa de Tous con todos sus litros acumulados. Dejó 8 muertos (frente a 223 hoy y cuatro desaparecidos) y 300 kilómetros cuadrados arrasados (frente a los más de 500 de este octubre).

Lo que llovió en 1982 es lo que hoy se hubiera conocido como DANA explosiva: el caudal del Júcar llegó a registrar una crecida punta de 16.000 metros cúbicos por segundo, y la presa de Tous estaba diseñada para un máximo de 7.000 metros. Dos pueblos, Gavarda y Beneixida, cambiaron su ubicación a raíz de ese trágico suceso.

“En esta explanada aterrizaban los helicópteros militares en 1982, en el colegio instalaron literas y allí estaba un centro logístico donde repartían comida y víveres sobre todo a Alzira, que fue la localidad más afectada”, recuerda Manuel Alarcón, responsable de la vivaz Casa de la Cultura de l'Alcúdia, en la que se inundaron los sótanos en esta ocasión. La pantanada no llegó a alcanzar a este pueblo y aun así “entonces avisaron con megáfonos la noche de antes de la rotura, la gente se fue a casas altas o con familiares”. En 1988 también hubo otra inundación de menor nivel, aunque llegó casi a la cadera: “Mi padre elevó la casa un par de escalones entonces, y se ha notado mucho en esta ocasión”, cuenta Manuel mietras los niños del pueblo salen al patio, que es la plaza. “Esa noche estuvimos pegados a la radio, yo era una niña, y recuerdo que también pasaban coches de policía pidiendo el desalojo”, recuerda a su lado su amiga Anna.

El agua y La Ribera son viejas conocidas. Que entre un “pam d'aigua” es normal en muchos bajos cuando llueve. Cuando cae brutalmente se contiene la respiración y se ponen en alto las cosas valiosas. Hay quien echa mano de los sacos de arena para cubrir rendijas y puertas, en una zona donde las viviendas de planta baja son habituales. Por ejemplo, el concejal de Cultura de l'Alcúdia trasladó a una zona alta todo el registro municipal y obras de valor antes de verano por precaución, conoce su territorio. Aquí lo valioso se suele tener a más de un metro. Los mayores conocen la orografía y de la virulencia de los ríos. Saben en qué curva desborda el río y dónde está “fondo”, es decir, donde se cubrirá de agua primero si llueve mucho. También saben dónde hay que aparcar si amenazan las nubes. Todo eso se sabe en la comarca, pero el 29 de octubre llegó lo imposible.

“Yo pensaba que podía nadar, hasta que me vi en la calle ese día”, explica Toni Benavent, una de las dos almas de la compañía de teatro valenciana Albena Produccions, que ha perdido “cinco camiones enteros de material” y saca cada día 8 litros de agua del humidificador que ha puesto en el almacén que resguarda lo que les queda de escenografía. El día 29 intentó irse a casa y en la esquina de la calle ya no pudo, se quedó dos horas amarrado a una reja con agua por la cintura. En un momento dado, sonó la alarma de aviso del móvil, que se envió a las 20.12 de la tarde. “En la 'pantanà' recuerdo la policía, los megáfonos avisando, la gente se puso a salvo”.

“A las 5 de la tarde la gente estaba subiendo los coches por esta calle para ponerlos a salvo”, cuenta Vicenta desde la zona más alta del pueblo, una vecina que también vivió la “pantanà de Tous”. El día 29 a primera hora de la tarde ya “había mucho ruido y se oía a la gente gritar. Decían 'que ve el Magre!'”. A esa hora se acababa de convocar el Cecopi para empezar a gestionar una emergencia a la que Mazón se incorporaría dos horas y media más tarde.

Lo que vino después del día D en l'Alcúdia –que viene del árabe al-kúdya, significa lugar elevado y aun así se inundó– es común a lo que pasó en la zona del barraco del Poyo. La cobertura telefónica cayó, zonas sin luz, coches en montaña impidiendo el paso, gente sin casa y desorientada, problemas de abastecimiento, voluntarios reemplazando a unas fuerzas del estado que no llegaban. Tampoco han llegado en tiempo y forma todavía las ayudas económicas. Maite, por ejemplo, se está rehaciendo su casa con su dinero porque no puede esperar, después de salvarse con sus dos hijos adolescentes cruzando una gran avenida de agua. “Este mes empezamos los tres a ir al psicólogo, por las noches no puedo dormir”. Otro rasgo común en todas las zonas inundadas, tanto la del barranco como la del Magro, es que empiezan a aflorar los traumas por lo que has perdido y las preguntas sobre el milagro por el cual has sobrevivido.

En l'Alcúdia hay bajos rotos, puestos a airear y la arenilla persistente que lo cubre todo y que recuerda lo que pasó, pero hay colegio y cierta normalidad: “En otros sitios están mucho peor, claro”. Otra reflexión común: sentirse agradecido pese a la pérdida. Siempre hay alguien peor que limita el derecho a la protesta.

Algemesí, un pueblo entero arrasado

Para encontrar ese otro sitio que está peor no hay que irse muy lejos. Algemesí es una localidad vecina que también ha vivido en 40 años dos desastres por culpa del agua y en las dos ocasiones ha sido grave: en 1982 y en 2024. Aunque no está en la conocida como “zona cero”, a todas luces ha sido una “localidad cero”. Las calles, ya practicables salvo algunas zonas, se esconden bajo la misma capa de polvo que l'Alcúdia, unas partículas que bailan de un lado al otro de la calle y se meten en las casas de manera obstinada y silenciosa. Aún hay excavadoras sacando paladas de barro de decenas de garajes. Un grupo del ejército toma café cerca de la plaza del mercado. El casino se ha reconvertido en centro administrativo para pedir ayudas. “Aquí hay un cacao... Yo estoy durmiendo en un sofá roto, me he apuntado para que me den dinero para muebles, pero no sé cuánto, y necesito saber si me compro el turrón más blando o más duro”, bromea un señor mayor con otro en la puerta del bar de la cooperativa. La cola para el papeleo es similar a la que tiene la administración de lotería, a ver si El Gordo trajera suerte.

Los octogenarios, como Laura, saben bien lo que es limpiar barro. Cuando tenía 40 años tuvo que rehacer de cero su ultramarinos, que quedó inservible. El mismo local que hoy, con 82, le servía de vivienda y que se llenó de fango hace cuarenta días: “Yo entonces era más joven, tenía más fuerza y a mi marido, pero recuerdo que ahí sí nos avisaron con tiempo, aunque también nos lo limpiamos nosotros con ayudas de los vecinos. Pero ahora hay otra diferencia, y es que ha afectado a todo el pueblo, ha sido todo”, cuenta desde lo que era su salón y lo que queda de su cocina. Salvo algunas calles, el río Magro –que desemboca en el Júcar a su paso por esta localidad– se lo comió todo en este pueblo en el que el agua no ha respetado ni “el carrer dels rics”, los potentados que se hicieron ricos con la naranja y compraron en la “calle bien”.

En esta ocasión, a Laura le avisó su sobrino por teléfono de que venía el agua. Durante la llamada se dio cuenta de que tenía ya mojados los pies. De momento ha recibido solo las ayudas de la Generalitat. “Entiendo que primero van las carreteras, las industrias... hay que levantar el país”, relata con estoicismo sobre su segunda riada. “Yo esto es que no me lo esperaba, no sé por qué, la verdad, pero no me lo esperaba. Y con el dinero que me den... pues no sé ni lo que quiero ahora, sinceramente”. A esta mujer brillante y determinada le asoma por primera vez el filo cortante de una voz rota.

Josela, publicista y sobrina de Laura, ha ayudado al pueblo en lo que ha podido: “De alguna manera, los que no hemos perdido nada nos sentimos algo culpables. Aquí en este pueblo hay una sensación de tristeza muy grande”. Si ella no ha perdido la casa es porque su padre le avisó de que no comprara en la zona del pueblo en la que estaba mirando vivienda. “Me insistió en que no comprara ahí porque se podía inundar. Aquí somos consciente de los peligros cuando llueve –el pueblo está circunvalado por el Magro y el Júcar–, y lo que suponen los meses de octubre, aunque yo no pensaba que lo que viví de niña podía volver a pasar”.

El número de víctimas mortales en la zona de la Ribera es de nueve personas, incomparable a las cifras de la l'Horta Sud, la del barranco del Poyo. “En Algemesí llovía muchísimo, los colegios se cancelaron por la tarde, la asociación de comerciantes recomendó no abrir las tiendas, muchas empresas mandaron a la gente a casa”, cuenta Josela, que achaca al miedo por la lluvia que los habitantes de Algemesí se protegieran más y haya habido menos víctimas, además de ser una zona más amplia pero con menos población que la zona cero.

Los daños materiales son incalculables en esta localidad de más de 25.000 habitantes, igual de poblada que Paiporta. Y los problemas son similares: alcantarillados que no tragan, ayudas que no llegan, cierta culpa si no te ha pasado nada, la sensación de tener suerte, traumas y la pregunta en el aire que está en toda València: ¿por qué nadie avisó? Pero en Algemesí y La Ribera ronda una segunda pregunta: ¿por qué nos ha vuelto a pasar?

Raquel ha reabierto su peluquería a pulmón, con su fuerza y la de sus amigos, aunque sí que le han llegado ayudas económicas. “Nunca pensé que yo iba a pedir un plato caliente ni ayudas económicas”, reflexiona. “Ahora lo malo es que comenzamos a estar olvidados, viene la Navidad y la gente hace su vida. Aquí tenemos pocas ganas de Navidad, la verdad, estamos como apáticos”. Dos calles más allá de la peluquería, operarios municipales están colgando las luces en una calle principal en la que hay tractores sacando barro.

Casi todos los bajos del pueblo se inundaron. Algunos ya han abierto. Como la alpargatería de Mercedes, cuatro generaciones vendiendo zapatos, zapatillas y “espardenyes” para la muixeranga, la fiesta centenaria más conocida de la localidad. Una clienta cuenta que tiene una hija de la “pantanà” de Tous, un nieto de pandemia y ahora la riada. “Cuando sales de Algemesí es como si fueras a París”, dice Mercedes, “porque aquí no es que tengas la tienda cerrada o que las cosas estén cerradas, es que está roto”.

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