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Juntos, pero no revueltos… ¿o ni siquiera juntos? La tan trillada división de la izquierda se hace patente en la toma de posiciones para las elecciones municipales en Valencia, donde Esquerra Unida (EU) no tiene claro diluir sus siglas en Guanyem, mientras Podemos advierte de que sólo formará parte de ese proyecto si EU y Compromís, precisamente, se disuelven en la coalición sin pretender protagonismo o liderazgo.

El PSOE se encuentra con que su posición a la izquierda es puesta en duda por estas otras fuerzas y por parte de su tradicional electorado, como puede comprobarse en el hecho de que Pedro Sánchez repita insistentemente y por oposición a la indefinición de Podemos: “nosotros somos de izquierdas”, aunque, en cualquier caso, ya ha anunciado que no hará pactos preelectorales.

Esto no sólo ocurre en la capital, en el ámbito autonómico se han acercado posturas, pero tampoco hay un frente común claro, y a ello se añade el hecho de que ni en un caso ni en otro Podemos cuenta con un candidato a la alcaldía o a la presidencia. En el nivel estatal, como es lógico, se reproduce el panorama. Este domingo, en un debate televisivo, justamente monográfico sobre la izquierda española, Gaspar Llamazares felicitaba al partido de Pablo Iglesias por su poder de convocatoria en la Puerta del Sol, pero rechazaba que este partido patrimonialice el cambio y aclaraba que Izquierda Unida no se va a disolver en otras siglas. Ada Colau (Guanyem) ponía de manifiesto que “la pelea de siglas ha desacreditado a los partidos de izquierda”.

El cambio que se vislumbra ha sacado a relucir una vez más la dificultad para converger en un proyecto común, aunque no es algo que sea sólo patrimonio nacional, pues fue esa fragmentación de siglas la que hizo que los populares resultaran ganadores en las elecciones europeas, a pesar de que las fuerzas progresistas fueron mayoritariamente votadas.

Esta situación tiene de positivo el mostrar la pluralidad izquierdista, pero se convierte en un lastre si los partidos no son capaces de demostrar que opciones plurales son capaces de llegar a puntos de consenso. Quizás una de las vertientes más negativas del asunto, al menos en su parte pragmática de obtener votos, es cuando la división que se hace patente es en el seno de los propios partidos, como le ocurre a IU en Madrid, de forma muy poco conveniente, ahora que los vientos soplan favorables para el cambio.

Podemos se ha dado perfecta cuenta de la desventaja competitiva que históricamente ha supuesto la fragmentación en beneficio de los populares, y ha optado por pasar de la dialéctica izquierda-derecha a la de arriba-abajo, y parece estarle funcionando. Aunque sepamos que tanto su procedencia ideológica como sus propuestas se sitúan claramente en el ala izquierdista, logran situar la clave del debate en lo que puede unir a una inmensa mayoría de españoles, dando la bienvenida a todos, incluso a los votantes del PP, a los que invitan a participar de forma reiterada. Podemos incluso se muestra dispuesto a ceder protagonismo para integrarse en proyectos municipales que puedan ser ganadores, y es lógico que pida lo mismo a otras formaciones, en una huida de la fragmentación.

Es una postura inteligente, por cuanto propicia la convergencia de ciudadanos que pretenden que se haga política de otra forma y que, al margen de muchas otras especificidades, comparten la necesidad de implantar medidas eficaces contra la corrupción y contra las desigualdades extremas que se han venido produciendo.

Es cierto que para partidos veteranos y con tantos años de lucha a sus espaldas debe ser difícil vencer el orgullo y el miedo a diluirse, y también que es difícil adaptar las estructuras consolidadas a una nueva realidad que ha cambiado de forma vertiginosa, pero ahora es el momento de buscar fórmulas para mantener la personalidad propia a la vez que se buscan puntos de acuerdo en beneficio de un bien común. ¿Qué otra cosa es, si no, la democracia?