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La crónica de la peste en València: confinamientos, cierres y dos religiosos testigos de la pandemia en el siglo XVII

Portada original del libro de Francesc Gavaldà.

Lucas Marco

14 de febrero de 2021 23:05 h

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El investigador médico, teólogo y dominico Francesc Gavaldà (València, 1618-1686) dejó anotadas sus vivencias sobre la epidemia de peste que asoló a la capital del Reino de València entre 1647 y 1648: el cierre de la ciudad, las procesiones que multiplicaban la transmisión y los carros que recogían por las calles de la ciudad “los cuerpos que por las ventanas descolgaban, enrollados algunos en una sábana y otros sin nada”.

Vicent Josep Escartí, catedrático de Literatura Medieval y Moderna de la Universitat de València, ha traducido al valenciano el texto memorialístico de Gavaldà y otro escrito más breve del fraile capuchino Pau d'Alacant (1612-1664), editados por Alfons el Magnànim. “Nos aporta una visión histórica y llama la atención, especialmente en el caso de Gavaldà, que la sociedad, a pesar de los siglos que han pasado, reacciona con el mismo miedo, con la presencia de gente que niega la existencia de la peste”, dice por teléfono Vicent Josep Escartí.

El escritor se dedicó a la traducción durante el primer confinamiento de marzo y abril del año pasado: “Era curioso que conforme avanzaba con el libro, nuestra sociedad también avanzaba y los comportamientos eran parecidos”. Gavaldà, cuyo libro original está disponible online en la Biblioteca Valenciana, narra los estragos demográficos, así como los tremendos efectos psicológicos, que la altísima mortalidad de la peste causaron en Valencia pero también la huida “en desbandada” de los nobles, que expandieron así la peste por otras zonas del Reino, como Castelló u Orihuela (“igual que los que se iban durante la pandemia a la costa”, apunta Escartí). Parte de la población también se asentó en la huerta, refugiados en barracas improvisadas.

La ola de peste que afecta a València desde octubre de 1647 hasta la primavera de 1648 fue la mayor epidemia que había sufrido hasta entonces la ciudad (casi medio siglo antes la peste había arrasado Xàtiva). La ola se expandió después a Barcelona y a otros territorios de la Corona de Aragón. En València, la peste se introdujo proveniente del norte de África (Gavaldà apunta a un barco de Argel donde también había un brote de peste). En junio se observaron las primeras muertes de peste en Russafa y en agosto la enfermedad afectaba a toda la ciudad.

La primera reacción fue la penitencia, al interpretar que todo era un castigo divino. Las procesiones, tal como advierte Gavaldà, se convirtieron en un fenomenal caldo de contagio. “Noté que con las procesiones de mayor asistencia, al día siguiente aparecían muchos heridos por la enfermedad”, escribe Gavaldà. A pesar de la concepción religiosa de la peste, los responsables de la corporación que dirigía la ciudad tomaron medidas de inspiración científica para enfrentarse a la epidemia. “Hay una voluntad científica, aplican los remedios que pueden como purificar el aire quemando especias o plantas aromáticas, aumentando la higiene y evitando los alimentos en mal estado”, explica Escartí.

También se cerraron todas las entradas de la ciudad a excepción de las del Real, Serranos, Quart y San Vicente, que quedaron con un control de acceso y con la vigilancia reforzada. No se permitía la entrada a ninguna persona de fuera de la ciudad si no mostraba un documento con el registro de las zonas por donde había pasado. Algunos conseguían colarse: “Todos lo sentíamos pero todos callábamos”, lamenta Gavaldà en sus memorias de la peste. El cierre de la ciudad conllevó problemas de abastecimiento que fueron suplidos por la solidaridad de otras poblaciones valencianas. “En aquel momento había menos población y era más fácil controlar la entrada y salida a València”, sostiene Escartí.

El dominico también investigó los datos estadísticos en los registros de las parroquias para determinar la mortalidad que sufrió la ciudad. En la carta de Pau d'Alacant, un texto más breve que aporta las hagiografías de los religiosos fallecidos durante la epidemia, el capuchino explica la principal prioridad de las órdenes religiosas que se volcaron en la asistencia a los apestados. “La primera preocupación fundamental era conseguir que el enfermo se confesara antes de la muerte y que su alma llegara al cielo después de haber recibido el perdón”, dice Escartí. El caso de Pau d'Alacant recuerda, según su traductor, a los sanitarios que “desgraciadamente ante esta pandemia han dado su vida”.

El traductor y autor de la introducción encuadra ambos textos en la literatura memorialística: “Tiene el valor del documento, Gavaldà narra los acontecimientos en primera persona porque los vivió en primer línea, estuvo en el hospital de Troia asistiendo a los enfermos”. “Tiene mucho valor para el lector del siglo XXI porque muestra cómo se enfrentaron a la epidemia y consiguieron salir, como nosotros esperamos hacerlo ahora”, concluye Escartí.

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