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Allan Poe se hizo verbo en Jack Mircala

Javier Caro

El mundo es injusto. Eso es algo que todos conocemos, una frase manida sin demasiado sentido, pero que cuando la aplicas a tu día a día cobra un especial significado. El arte es injusto también. Triunfan, en el sentido más crematístico, los que mejor saben adaptarse a las demandas del mercado o los que generan ese mercado, tal vez inexistente antes. Crear algo de la nada es prácticamente imposible en nuestros días, donde parece que tras Warhol o Pixar poco se ha creado; pero no, a veces, aunque muy pocas, la campana de la creatividad aparece, y suena en algún lugar, en alguna cabecita.

El nicho creativo se descubre a sí mismo, y es uno quien lo explora, a veces con miedo, otras con pasión. ¿Dioramas realizados con cartulinas de colores, representando imágenes bucólicas de Poe?¿Quién habría pensando eso? Primero, ¿existía la técnica? Si no existía, había que crearla y rodearla de unos códigos estéticos, trazar una imaginería, en cierta parte adoptada de Tim Burton y en otra de cosecha propia. Inventar el lenguaje con el que transmitir, algo difícil cuando la obra es estática, pero a la vez se mueve entre las neuronas de forma abstracta e inquietante. Explicar la técnica, algo que parece caminar por el desierto en un país aborregado. ¿Es sólo cartulina y mis ojos hacen el resto?

Jack Mircala edifica un estilo, una técnica, la moldea a su gusto, creando un universo de lenguaje poético, con aire dramático y que supura la esencia de su creador hasta límites insospechados. Inventa un mundo vaporoso, iriscente, regado de iconografía funesta, pero mágica. La primera vez que mis pupilas enfocaban hacia su obra, algo palpitaba en mi interior, ¿estaría sintiendo lo mismo que aquel que vio por primera vez 'El Grito' de Edvard Munch, sin saber de qué iba eso del expresionismo?

Jack ha venido a Valencia, un acontecimiento para la ciudad, no viene un creador, viene el padre de la técnica. Su fundador y ejecutor. Su presencia se la debemos a dos fans, de esas que rebuscan en insólitas aventuras de recortables y pegamento, y descubren el tesoro de Mircala. Unas chicas que siguen a un autor casi de culto, no por su obra, que lo debería ser, sino por ser minoritario, una injusticia en toda regla. ¿Cómo puede ser minoritario un genio?

Jack Mircala es un genio. Un artista sin parangón, porque su obra es única y en cierta medida transgresora. Nos muestra su mundo interior sin miedo a escenificar sus referentes, como bien hacía Dalí con su admirado Velázquez. Un universo extraño para el común de los mortales, que no aprecian detalles que denotan su amor por el clasicismo en obras como 'El nacimiento de Venus' de Botticelli o Peter Pan y sus humeantes tejados londinenses.

Necesitamos que llegue lejos, no por él, que sin duda, ya os lo digo yo, se lo merece, sino por la humanidad. Por esa humanidad que dejó de soñar con mundos fantasiosos y que se creyó aquello de que todo estaba inventado ya. Tiene que convertirse en un autor de referencia para que la gente aprecie y disfrute de su obra, para que el público conozca un artista diferente, arriesgado e inusitado. Ha de llegar más lejos, no por él, repito, sino por mucha gente que precisa en conocerlo, en disfrutarlo, en saber de su obra para admirarla.

Dejarse llevar por los sentimientos que evocan sus imágenes detenidas en el tiempo, de colores pastel y brillos subacuáticos. Los genios no deben estar ocultos, solo un esnob diría tamaña imbecilidad, no deben ser minoritarios, deben abarcar cuanta más gente mejor. Necesitamos arte, cultura y creatividad.

Jack presentaba su última obra 'Jack Mircala and The Art of Extraordinary Tales', un libro que resumía su trabajo para la película 'Extraordinary Tales' (2015) de Raúl García. El lugar elegido para dar a conocer los entresijos de tan admirable trabajo de animación fue la librería Estudio 64. La película está dividida en cinco segmentos o historias, cada una con una animación diferente (un trabajo muy arriesgado), a Jack le tocó vertebrar esas historias ('La caída de la casa Usher', 'El corazón delator', 'La verdad sobre el caso del señor Valdemar', 'El pozo y el péndulo' y 'La máscara de la muerte roja'), que son de Allan Poe, a través de sus dioramas. Una película donde participó Christopher Lee, en el que fue su último trabajo, poniéndole la voz a la narración.

La casualidad hizo que Raúl conociera a Jack y que ambos pudieran llevar adelante este film, que todavía no ha encontrado distribución en España, aunque en otros países con un público más maduro en la animación sí. La librería estaba llena, algo que preocupaba mucho a Vanessa Vaquer y a Isabel Hernández (así, con apellidos, porque son gente importante); comprensible, siempre produce un poco de vértigo la insuficiencia de público a un evento donde has puesto todo tu cariño.

La presentación fue amena, Jack parecía el cuervo de Poe mientras hablaba, tranquilo, impávido, viendo el gentío, viendo las miradas curiosas por esas inquietantes figuras de cartulina y pegamento que parecen mirarte de forma inmutable. Fue un placer cómo Jack, con su habitual amabilidad y cercanía, departía con los asistentes, cómo las botellas de vino eran ingeridas entre risas y charlas, y cómo The Cure sonaba aderezando la tarde de un modo cuasi hipnótico. Tras la presentación, muy bien acompañada por Javier, uno de los dueños de la librería, la firma, y tras asegurarnos que en esa fabrica de ideas que tiene por cabeza, todavía hay sitio para más proyectos, nos marchamos a cenar con el autor y su grupo, muy agradable, de fans/amigas a un bar cercano.

La charla versó sobre su viaje a EEUU para presentar la película de la mano de Raúl, y sobre la exposición de los materiales artísticos desarrollados para el metraje en el Center Stage Gallery de Los Angeles. Descubrimos su pasión por la horchata, ¿qué tendrá ese brebaje que atrae tanto a los forasteros?, por Sisters of Mercy y por un buen chivito. Entre tanta conversación a uno le invade la rabia, una rabia porque es conocedor de lo que se está perdiendo el público, ese público al que a veces hay que darle las cosas a cucharadas y por televisión, pero que suele admirar la belleza cuando la tiene a pocos palmos de la cara.

Duele comprobar que no sabemos reconocer el arte y la creatividad cuando sale de nuestra cantera, cuando es parte del ADN de tu pueblo, lo buscamos fuera, apelamos a la grandiosidad de otras culturas, de otros artistas, de otros conceptos y nos olvidamos de lo que se cuece aquí. Viendo una obra tan interesante como la de Mircala uno se pregunta, ¿cómo es posible que alguien no entienda la fuga de cerebros y creatividad de España? Estamos matando al padre.

El mundo es injusto. Eso es algo que todos conocemos, una frase manida sin demasiado sentido, pero que cuando la aplicas a tu día a día cobra un especial significado. El arte es injusto también. Triunfan, en el sentido más crematístico, los que mejor saben adaptarse a las demandas del mercado o los que generan ese mercado, tal vez inexistente antes. Crear algo de la nada es prácticamente imposible en nuestros días, donde parece que tras Warhol o Pixar poco se ha creado; pero no, a veces, aunque muy pocas, la campana de la creatividad aparece, y suena en algún lugar, en alguna cabecita.

El nicho creativo se descubre a sí mismo, y es uno quien lo explora, a veces con miedo, otras con pasión. ¿Dioramas realizados con cartulinas de colores, representando imágenes bucólicas de Poe?¿Quién habría pensando eso? Primero, ¿existía la técnica? Si no existía, había que crearla y rodearla de unos códigos estéticos, trazar una imaginería, en cierta parte adoptada de Tim Burton y en otra de cosecha propia. Inventar el lenguaje con el que transmitir, algo difícil cuando la obra es estática, pero a la vez se mueve entre las neuronas de forma abstracta e inquietante. Explicar la técnica, algo que parece caminar por el desierto en un país aborregado. ¿Es sólo cartulina y mis ojos hacen el resto?