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Gema del Rey. Palabras y razones

“La política es muchas cosas a la vez, pero difícilmente podría ser alguna de esas cosas si no fuera en primer lugar el arte de traducir problemas individuales en asuntos públicos, e intereses comunes en derechos y obligaciones individuales. Los líderes son expertos en ese tipo de traducción. Les dan un nombre público (genérico) a problemas individuales, con lo que sientan las bases para un manejo colectivo de problemas que no podrían ser percibidos desde el interior de la experiencia individual, ni enfrentados por su cuenta por los individuos”.[1]

Esa tutela “natural” a la que la población parece destinada ha dado lugar a innumerables abusos de poder bajo la proclama del interés general y del mal menor, según los casos. Lo cierto es que el veneno de la codicia se extendió en nuestra sociedad como forma de vida hegemónica. Se tendió a pensar que “más” es siempre mejor que “menos” y desde esa lógica se adoptaron las principales decisiones públicas y privadas que nos han llevado, paso a paso, a una especie de vía muerta. Salir de ese punto requiere de una catarsis colectiva que permita superar la magnitud de ese fracaso, pues fueron muchas las proclamas que alentaron el exceso como rasgo de identidad colectiva.

Gema del Rey ha realizado un trabajo de investigación que ahonda en el sentido del hecho de coleccionar para, a su vez, recopilar una serie de frases procedentes de la cultura popular de Castellón y su provincia. El resultado es una colección de frases hechas que sirve como base para su proyecto “Ni xitxa ni llimonà”.

Castellón se debate entre su pasado agrícola y el boom de la construcción al que sucumbió en las últimas décadas, esa es la forma en la que los movimientos de lo global extinguen progresivamente lo local en un ejercicio de simplificación de la cultura. A la vez encontramos fiestas que veneran el folclore superficial, estetizado y desprovisto de cualquier resorte constituyente de sentido, como un dispositivo más de estereotipación social que conduce en la dirección opuesta a la recuperación de la identidad.

La artista en su trabajo de campo ha llevado a cabo entrevistas y contactado con personas que han aportado el material de estudio propuesto. Frases que trenzan, que amarran, a los individuos a la colectividad a través de la memoria transmitida oralmente generación tras generación. “Descobrir-se el pastis”, “donar fum en lloc de llum”, “fer creure que un burro vola”, “omplir-se les butxaques”, “s’han acabat els torrons”, “quedar escaldat” son solo algunas de las frases recopiladas para el proyecto. La actualidad de las mismas deja patente la forma en la que el ser humano reitera sus errores, por más que su interpretación de acuerdo a las actuales circunstancias permite unas lecturas enriquecidas en matices que se aderezan con ejemplos impagables.

La transformación de los modos de producción industrial en el campo de la agricultura ha hecho inviable la rentabilidad de los cultivos tradicionales, con el consiguiente empobrecimiento en las variedades autóctonas. Ese desequilibrio entre global y local dificulta el mantenimiento de formas de vida tradicionales que han sido desplazadas por la rentabilidad que hasta hace poco mostró el sector de la construcción. A la vez se empuja a la mano de obra más débil a estados de desprotección asimilables a algunos rasgos de esclavismo.

Con un cierto “abaixar-se els pantalons” muchos se deshicieron de los campos, que fueron destinados como superficies para la edificación: “ja l’hem cagat llauraor!”. Muchas de esas tierras forman ahora parte de un simbólico catálogo de obras inacabadas, como fantasmas omnipresentes que recuerdan cada día a los ciudadanos un pasado cercano que lastra el presente mientras proyecta su sombra más allá.

Gema del Rey realiza con este proyecto un ejercicio de recuperación del “acento” propio de las gentes para reafirmar la riqueza presente en la sabiduría popular, esas bases a las que con tanta facilidad se infravalora como parte del ejercicio de simplificación cultural. La pérdida del lenguaje, la creciente inconsistencia en la transmisión de saberes de padres a hijos, la actual crisis ética y económica y la equivocada idea de progreso que nos ha traído hasta aquí son algunos de los ejes sobre los que ha pivotado la investigación que ahora se presenta. Elementos todos ellos presentes en la cotidianidad que nos ha tocado vivir, convertidos en materiales de observación, coleccionados por la artista con el propósito de lograr su fosilización. Mostrándonos esta verdad, se requiere la colaboración del espectador como elemento clave para la desactivación de una construcción social que ha llegado el momento de desmantelar. Devolver el poder simbólico a los ciudadanos implica la preexistencia de individuos dispuestos al empoderamiento civil, con una ruptura clara de la pasividad que ha definido los comportamientos grupales de la sociedad.

[1] BAUMAN, Zygmunt. La sociedad sitiada. Fondo de cultura económica de Argentina, Buenos aires, 2004.

“La política es muchas cosas a la vez, pero difícilmente podría ser alguna de esas cosas si no fuera en primer lugar el arte de traducir problemas individuales en asuntos públicos, e intereses comunes en derechos y obligaciones individuales. Los líderes son expertos en ese tipo de traducción. Les dan un nombre público (genérico) a problemas individuales, con lo que sientan las bases para un manejo colectivo de problemas que no podrían ser percibidos desde el interior de la experiencia individual, ni enfrentados por su cuenta por los individuos”.[1]

Esa tutela “natural” a la que la población parece destinada ha dado lugar a innumerables abusos de poder bajo la proclama del interés general y del mal menor, según los casos. Lo cierto es que el veneno de la codicia se extendió en nuestra sociedad como forma de vida hegemónica. Se tendió a pensar que “más” es siempre mejor que “menos” y desde esa lógica se adoptaron las principales decisiones públicas y privadas que nos han llevado, paso a paso, a una especie de vía muerta. Salir de ese punto requiere de una catarsis colectiva que permita superar la magnitud de ese fracaso, pues fueron muchas las proclamas que alentaron el exceso como rasgo de identidad colectiva.