Dice en una canción Compay Segundo que Cuba y España nunca se engañan. Y termina el son así: “Las españolas son lindas y son lindas las cubanas. Aquí en España su vino y allá aguardiente de caña”. La también artista cubana Flor Mayoral hace exactamente lo contrario en su exposición del Centro del Carmen ‘Entre dos aguas: La Habana-Miami-Valencia’. Y lo que hace es mezclar fotografías de las tres distantes ciudades con el fin de engañar al espectador. Entiéndase bien: le engaña con el fin de advertirle de las similitudes paisajísticas, urbanas y cotidianas existentes entre urbes tan alejadas entre sí.
Para lograr su objetivo, utiliza el blanco y negro que, aunque digital, cuida como si fuera analógico. “Yo veo en colores. Pero decidí el blanco y negro porque el color distrae mucho y quería que en esta exposición se viera el gesto, la actitud, la emoción”. De manera que Flor Mayoral se concentra en las cosas mínimas para lograr cierta altura de miras con respecto a esas ciudades tan distintas y distantes como asombrosamente parecidas. Parecidas no sólo arquitectónicamente, sino también por la manera que tienen sus gentes de transitar por ellas.
La mezcla de esas 30 fotografías, sin denominación de origen pero orientativos títulos, permite viajar por La Habana, Miami y Valencia sin solución de continuidad. Tan pronto se está en el Caribe como en el Mediterráneo y tan pronto viaja el espectador en uno de esos ‘almendrones’ (así llaman en la isla a los coches clásicos de los 50) como en bicicleta por el barrio del Carmen valenciano. Mayoral reconoce que el auto antiguo “delata que se está en La Habana”. Es de los pocos signos identificativos del lugar. También, lógicamente, cierta fisonomía de sus gentes.
En cualquiera de los casos, Mayoral plantea la exposición como un diálogo entre esas dos aguas del título. Y lo hace sirviéndose de su experiencia como médico dermatólogo, cuidando al detalle la piel de esas imágenes plagadas de objetos, expresiones, gestos y espacios entre ajados por el paso del tiempo y verticales como símbolo de cierto progreso. Viviendo en Miami, regresó a La Habana tras muchos años de ausencia, y conectó esa experiencia rememorativa con la Valencia de su abuela. Todo ello bajo el paraguas del tema urbano, “porque me sentí reconectada”.
Una conexión que le permitió percibir cómo en Cuba “son más abiertos en su forma de ser; siempre ríen y están con la música siempre”. Algo que han perdido los cubanos de Miami, “conformados al estilo de vida americano”. De Valencia recuerda “las paellas que comíamos”. Y su luz. Porque la luz atraviesa como un rayo las tres ciudades, hermanando lugares, fachadas descascarilladas y gentes con las muñecas palpitantes de vida sin reloj. Y siempre en blanco y negro, porque Flor Mayoral insiste: “Al quitar el color evitas diferenciar los espacios”. Y la artista cubana, que entre comentario y comentario suele dejar caer una sonora carcajada, se propone exactamente eso: universalizar el gesto, la emoción y la vida luminosa que se gesta entre esas dos aguas.
Dice en una canción Compay Segundo que Cuba y España nunca se engañan. Y termina el son así: “Las españolas son lindas y son lindas las cubanas. Aquí en España su vino y allá aguardiente de caña”. La también artista cubana Flor Mayoral hace exactamente lo contrario en su exposición del Centro del Carmen ‘Entre dos aguas: La Habana-Miami-Valencia’. Y lo que hace es mezclar fotografías de las tres distantes ciudades con el fin de engañar al espectador. Entiéndase bien: le engaña con el fin de advertirle de las similitudes paisajísticas, urbanas y cotidianas existentes entre urbes tan alejadas entre sí.
Para lograr su objetivo, utiliza el blanco y negro que, aunque digital, cuida como si fuera analógico. “Yo veo en colores. Pero decidí el blanco y negro porque el color distrae mucho y quería que en esta exposición se viera el gesto, la actitud, la emoción”. De manera que Flor Mayoral se concentra en las cosas mínimas para lograr cierta altura de miras con respecto a esas ciudades tan distintas y distantes como asombrosamente parecidas. Parecidas no sólo arquitectónicamente, sino también por la manera que tienen sus gentes de transitar por ellas.