Según apunta Enzensberger[i], el crimen organizado desde el Estado sigue estando a la orden del día, aunque como instancia superior y anónima aparece cada vez más claramente el “mercado mundial”, que declara superfluos a sectores en aumento de la humanidad; no por investigación política, por orden de algún caudillo o por acuerdo de partido, sino, por así decirlo, de forma espontánea, por su propia lógica. Lo cual comporta que cada vez sea mayor el número de personas que “salen rebotadas” del esquema. El resultado no es menos criminal, sólo que cada vez se hace más difícil señalar al responsable. Utilizando el lenguaje de la economía, a una fuerte alza de la oferta de personas se contrapone una manifiesta baja de la demanda. Incluso en sociedades ricas cualquiera puede resultar superfluo mañana mismo, si no hoy, como ya ocurre en nuestro entorno más próximo.
Tal vez el mayor estratega de todos los tiempos fuera Sun Tzu, autor del clásico de la China antigua El arte de la guerra. En su libro, escrito hacia el siglo IV a. C., pueden encontrarse indicios de casi todas las pautas y principios estratégicos que se desarrollaron después con el transcurso de los siglos. Pero lo que los conecta, lo que en realidad constituye en sí el arte de la guerra a los ojos de Sun Tzu, es el ideal de ganar sin derramamiento de sangre. Recurriendo a la debilidad psicológica del adversario, maniobrando para situarlo en posiciones precarias, induciendo sentimientos de frustración y confusión, una estrategia puede conseguir que la otra parte se derrumbe mentalmente antes de su rendición física. De este modo puede conseguirse una victoria a un coste muy inferior. La guerra no es un ámbito separado, divorciado del resto de la sociedad. Es un espacio eminentemente humano, lleno de lo mejor y lo peor de nuestra naturaleza. La guerra también refleja las tendencias de la sociedad. La evolución hacia estrategias menos convencionales y más sucias refleja una evolución similar en la sociedad, donde sucede casi de todo. Las estrategias que tienen éxito en la guerra, sean convencionales o no, se basan en una psicología atemporal, y los grandes fracasos militares tienen mucho que enseñarnos sobre la estupidez humana y los límites de la fuerza en cualquier ámbito.
El arte, a lo largo del tiempo, ha ido dejando para la historia el testimonio de cada época, no pudiéndosele reclamar soluciones a las problemáticas que en ocasiones aborda. El modo en el que los artistas deciden formalizar sus propuestas puede pasar del ejercicio estético al activismo social y, en algunos casos, la sátira y el humor son la herramienta más eficaz para poner de relieve lo absurdo de algunos acontecimientos, que llenan de gravedad cada día las páginas de los periódicos. Es cierto que hay cosas que sólo los artistas pueden hacer, bajo el paraguas del sistema ARTE, bien porque son acciones carentes de un objetivo finalista entendido en los términos convencionales del mercado, o porque fuera de ese entorno directamente se le aplicaría la legislación vigente con una dureza que así no ocurre. En la base a la obra de Moisés Yagües, queda patente que existe una voluntad de violentar, de poner en cuestión, a la vez que elije el lenguaje de la sátira como herramienta jocosa de azote.
La cultura masiva, desde el punto de vista de su sistema productivo, está en deuda con intereses institucionales, económicos y políticos, que tienden a usarla en su propio provecho. El poder constituido ha aprendido a sustituir la censura, sobre las expresiones artísticas, por la instrumentalización de las mismas. Una estrategia sin duda más eficaz. La Factoría Disney[ii] empezó como una pequeña empresa a finales de los años 1920, dedicada en principio a producir cartoons del ratoncito Mickey Mouse. Ya en los años treinta, sus películas animadas a todo color produjeron un boom de audiencias y menciones honoríficas sorprendente sólo si se descuidan factores cruciales: la sintonía ideológica entre personajes, tramas narrativas e ideología oficial; una certera estrategia empresarial que llevó a Walt Disney a ser una figura pública (incluso mereciendo cargos institucionales) cuya misión fue combatir el comunismo interno en Estados Unidos mediante estrategias de propaganda edulcorada. Moisés Yagües representa una antítesis posible a esa realidad mundializada. Sus personajes son la representación de la incomodidad y la contradicción que les ha tocado vivir, un símbolo de la desesperanza que se ha instalado en nuestra sociedad y que es tratada por el artista de un modo fresco pero sin concesiones.
En la cultura de masas la persistencia de los mensajes actúa como un mantra primitivo, generando una presencia con la que el arte contemporáneo difícilmente puede competir. Por ello, la vieja aspiración del artista por cobrar forma en la escena social –también presente en la irónica estrategia artística que fundamenta el trabajo de Moisés Yagües-, encuentra hoy más oportunidades pero también más dificultades que las que otros encontraron en el pasado y, en todo caso, su presencia se desvanece a una mayor velocidad como parte de la lógica del sistema de consumo, pues una parte de sus obras muere y renace cada vez que es mostrada como resultado del proceso de intervención mural que acompaña al montaje de las mismas.
Nuestra historia más reciente nos muestra un modo de vida desaforada, radicalmente unida al instante, bajo el imperio riguroso de un carpe diem que parecía no tener fin, pero también lo crédulamente infinito está sometido a límites. Ese periodo ha pasado, y con él se ha truncado el espejismo de la abundancia, el mismo que cegó de complacencia a la sociedad contemporánea para abocarla ahora a las colas del desempleo, el embargo de sus bienes y los comedores sociales. En ese devenir escalonado de gobiernos, los efectos de las políticas económicas han dado sucesivamente sus resultados. El engaño de la opulencia es responsabilidad también de quienes quisieron participar en él. Los tiempos de transición son siempre convulsos y no carentes de incertidumbre, pues en ellos conviven formas de hacer y modos de entender las necesidades del presente que no proceden de una misma forma de interpretar la realidad. Esa colisión de principios y objetivos, perseguidos mediante vías y procedimientos diferentes, genera dinámicas nuevas en las que queda patente la divergencia de finalidades que pueden tener lugar a un tiempo en la misión de configurar un nuevo estado de las cosas. Estamos en uno de esos puntos, en los que el sistema político de democracia poco participativa y la acción agresiva del poder económico sobre las decisiones de lo público, ha alejado a un número creciente de ciudadanos de los sistemas establecidos de legitimación y representación política.
No creo que sea posible hablar de arte sin inscribirlo en la época correspondiente, sin analizar el momento social y político que lo condicionó. El arte, como expresión humana, informa de las vicisitudes de la vida y las circunstancias del momento en el que fue creado, por acción u omisión, y esa información es valiosa para contextualizar los estímulos del artista y su realidad. Actualmente muchos artistas desarrollan una línea de trabajo que se inscribe en un planteamiento abierto de reflexión y cuestionamiento de la realidad social y política, mientras que otros, en el polo opuesto, abogan por la escisión entre la realidad y la creación artística, limitándose a la acción estética. Esas formas posibles del desempeño artístico conviven en el tiempo presente, como reflejo claro de nuestra sociedad. Hay muchos tipos de personas. Algunas se esfuerzan a conciencia por conseguir para sí los mayores beneficios, otras luchan incansables por crear posibilidades para todos. En medio, entre esa gran masa social que parece repetir las conductas estertóreas de resignación y obediencia que tan profundamente marcó el largo periodo preconstitucional, y el levantamiento de una parte de la población indignada con la realidad del presente, se encuentra el trabajo de Moisés Yagües. Una obra que invita al espectador a la proximidad, que busca su complicidad mediante una representación suave, para desarrollar en paralelo un ejercicio crítico con el que interpela a la consciencia colectiva del presente más inmediato.
[i] Enzensberger, Hans Magnus. La gran migración. Anagrama, Barcelona, 1992.
[ii] Méndez Rubio, Antonio. La apuesta invisible. Cultura, globalización y crítica social. Montesinos, Barcelona, 2003.
Según apunta Enzensberger[i], el crimen organizado desde el Estado sigue estando a la orden del día, aunque como instancia superior y anónima aparece cada vez más claramente el “mercado mundial”, que declara superfluos a sectores en aumento de la humanidad; no por investigación política, por orden de algún caudillo o por acuerdo de partido, sino, por así decirlo, de forma espontánea, por su propia lógica. Lo cual comporta que cada vez sea mayor el número de personas que “salen rebotadas” del esquema. El resultado no es menos criminal, sólo que cada vez se hace más difícil señalar al responsable. Utilizando el lenguaje de la economía, a una fuerte alza de la oferta de personas se contrapone una manifiesta baja de la demanda. Incluso en sociedades ricas cualquiera puede resultar superfluo mañana mismo, si no hoy, como ya ocurre en nuestro entorno más próximo.
Tal vez el mayor estratega de todos los tiempos fuera Sun Tzu, autor del clásico de la China antigua El arte de la guerra. En su libro, escrito hacia el siglo IV a. C., pueden encontrarse indicios de casi todas las pautas y principios estratégicos que se desarrollaron después con el transcurso de los siglos. Pero lo que los conecta, lo que en realidad constituye en sí el arte de la guerra a los ojos de Sun Tzu, es el ideal de ganar sin derramamiento de sangre. Recurriendo a la debilidad psicológica del adversario, maniobrando para situarlo en posiciones precarias, induciendo sentimientos de frustración y confusión, una estrategia puede conseguir que la otra parte se derrumbe mentalmente antes de su rendición física. De este modo puede conseguirse una victoria a un coste muy inferior. La guerra no es un ámbito separado, divorciado del resto de la sociedad. Es un espacio eminentemente humano, lleno de lo mejor y lo peor de nuestra naturaleza. La guerra también refleja las tendencias de la sociedad. La evolución hacia estrategias menos convencionales y más sucias refleja una evolución similar en la sociedad, donde sucede casi de todo. Las estrategias que tienen éxito en la guerra, sean convencionales o no, se basan en una psicología atemporal, y los grandes fracasos militares tienen mucho que enseñarnos sobre la estupidez humana y los límites de la fuerza en cualquier ámbito.