A veces, ir contracorriente simplemente consiste en resistir y no hay nada más contestatario que negarse a cerrar la persiana. Es lo que lleva haciendo el Centre Cultural i Docent d’Arts Escèniques Sala Russafa desde que arrancara su actividad en 2011, con una pretemporada a la que han seguido cinco temporadas que invitan a hacer balance.
Esta temporada, el público asistente ha crecido en torno al 20% respecto al ejercicio anterior, superando los 19.700 espectadores. Este aumento se integra en una línea ascendente que, desde la primera temporada hasta la quinta, ha trazado un aumento del 68% en la afluencia.
“No queremos ser triunfalistas, ni mucho menos, pero tenemos que agradecer a la gente que poco a poco se ha ido acercando a Sala Russafa y se han convertido en espectadores fieles, que cada vez vienen más a menudo”, apunta Juan Carlos Garés, socio fundador del centro junto a Chema Cardeña y David Campillos.
Garés recuerda que abrieron en lo más crudo de la crisis económica, teniendo que bregar con un receso agudísimo del consumo general y, en concreto del de cultura, “además de encontrarnos con medidas como la subida del IVA cultural, que suponían un gran frenazo”. Pero la mejor manera de luchar contra un panorama con el que no estaban en absoluto de acuerdo fue mantenerse, seguir abiertos. “Hoy día, Sala Russafa se parece mucho a lo que imaginábamos en 2008, cuando empezamos a crear este proyecto. Lo que no encaja es el estudio económico que hicimos entonces, pero nadie se imaginaba la crisis que estaba por venir”, admite el director del centro, quien reconoce que dedicarse profesionalmente a la cultura en Valencia, salvo en contadas excepciones, sigue siendo deficitario.
Pese a haber arrancado su actividad en un periodo convulso, en su primer lustro en activo el centro cultural ha conseguido sus principales objetivos. Por una parte, se ha convertido en un centro de producción para la compañía Arden, alma mater del proyecto, que ha visto impulsada su faceta creativa. Y también es sede para otras 3 ó 4 compañías residentes cada temporada, que tienen ocasión de generar y mostrar sus espectáculos en el centro. En sus instalaciones han residido Bramant Teatre, Theatreck, Cía Entrelazados, Toni Aparisi Danza…
Por otra parte, Sala Russafa se ha convertido en un punto de exhibición para formaciones de artes escénicas locales y nacionales, de pequeño y mediano formato, primando la calidad artística. En estos cinco años ha aumentado un 15,3% el número de representaciones, rozando las 190 anuales, con propuestas para adultos y niños de teatro, danza y música en vivo, además de apoyar diversas iniciativas culturales como Russafa Escénica, Russafart o Valencia Negra, de las que es sede. “Hemos trabajado mucho para captar nuevos públicos diversificando la programación para que la gente pueda ver desde un homenaje al Cabaret valenciano de los 80’ a ciclos de música independiente, investigaciones de nuevos lenguajes escénicos o teatro de corte clásico”, explica Garés.
En esta progresión han ido ganando terreno las producciones valencianas, cuya presencia ha aumentado un 60% en el último lustro. Aunque siguen programando formaciones nacionales que, por su calidad, consideran importante que puedan verse en Valencia, como Factoría Escénica Internacional, La Imperdible, Atalaya o Almaviva Teatro.
“Son apuestas que a veces pueden ser arriesgadas y que quizá corresponderían al teatro público, si es que se quiere potenciar un concepto de cultura con matices diversos, no sólo la comercial. Quizá en esta nueva etapa de CulturArts estén más dispuestos a ir asumiendo este papel”, apunta el director del centro, quien explica esta situación con el porcentaje de ocupación de Sala Russafa. Esta última temporada, por ejemplo, ha sido del 60%, con 105 espectadores de media para un teatro con 178 butacas. “Esto refleja que hay muchas funciones llenas, pero también algunas que son minoritarias, aunque no estamos dispuestos a renunciar a ellas porque creemos en su calidad artística”, defiende Garés.
En su opinión, otra de las asignaturas pendientes para la clase política, es aumentar su consumo de artes escénicas. “Empezamos a ver muestras de un mayor apoyo al teatro y la danza en las políticas culturales, pero seguimos sin ver a los políticos entre el público. Sí en las ruedas de prensa, pero no en el patio de butacas. Y la verdad es que el teatro nos hace mejorar, nos da más perspectivas y nos ayuda a ser más tolerantes, algo que les vendría estupendamente a todos”, comenta irónico el director de la sala.
Como reto para el futuro, desde el Centro Cultural creen que sería importante encontrar una manera de coordinar las programaciones teatrales, tanto las públicas como las privadas, y entre ellas, para diseñar sinergias en el sector que creen nuevos públicos y cubran un espectro más amplio de la oferta cultural. “Hacen falta iniciativas de promoción conjuntas y acciones para incentivar el consumo de teatro. La gente ha de tener facilidades y beneficios a la hora de pasar de unos teatros a otros. Y es muy importante estar coordinados para que todo potencial espectador pueda encontrar en la cartelera algo que le seduzca” apunta el director de la sala.