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Ni débiles ni tontas.

Ni débiles ni tontas.

Silvia González

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El pasado domingo la marea violeta volvía a llenar de color las calles de Valencia. Y también de reivindicaciones.

Desde que el 20 de noviembre de 2011 ganará las elecciones por mayoría absoluta, el Partido Popular no ha dejado de aplicar y endurecer las medidas neoliberales de ayuda a la banca y recortes sociales que ya avanzara el anterior gobierno de Zapatero. Este Gobierno, que ha actuado en nombre de la ciudadanía, ha congelado prestaciones básicas, operado la reforma laboral más salvaje de nuestra historia y aprobado presupuestos que recogen los mayores recortes del Estado del Bienestar de los últimos treinta años. Medidas que perjudican no sólo a los trabajadores, sino también a los pequeños y medianos empresarios y a los autónomos, a los parados, a las personas mayores, a los discapacitados, a los jóvenes y, por supuesto, y muy especialmente, a las mujeres.

Efectivamente, como apunta la filósofa feminista, Alicia Mirayes, los ataques al Estado del Bienestar son ataques directos y sistemáticos a la situación de la mujer. Y ello no sólo porque tradicionalmente la mujer es responsable de las tareas del cuidado de la vida más frágil (niños/as, mayores y enfermos/as) y del mantenimiento de la infraestructura material doméstica, ámbitos todos ellos de carácter asistencial y , por lo tanto, circunscritos a los pilares del Estado del Bienestar que se desmantela, si no, sencillamente, porque en una sociedad desigual la mujer es débil entre los débiles.

Como no quisiera que se me acusara de hacer uso y abuso de la aplicación del mainstreaming de género, que incorpora la presunción de la situación de desventaja sistémica del colectivo femenino, vayan algunos datos por delante.

Según la última encuesta anual de estructura salarial, de 25 de junio de 2014 referida a datos del 2012, la ganancia media anual femenina supuso el 76,1% de la masculina; el 17,36% de las mujeres tuvo ingresos salariales menores o iguales que el salario mínimo interprofesional frente al 7,52% de los hombres; el 10,4% de los hombres presentaron unos salarios cinco veces superior al SMI frente al 4,72% de las mujeres, en tanto que la proporción de trabajadores con ganancia baja era del 17,24% ,y de este, el 64,89% fueron mujeres; la pensión que perciben las mujeres es aproximadamene el 61% de la que perciben como media los pensionistas masculinos, más del 70% de quienes perciben las más bajas pensiones no contributivas son mujeres y también son mujeres el 95% de quienes asumen la tarea de cuidar a las personas dependientes.

Estas estadísticas, por otro lado, con peores datos que las del año 2010, confirman lo que ya sospechábamos, que la igualdad no es nunca un bien de primera necesidad para los conservadores y que, en épocas de crisis, es un lujo del que se puede y debe prescindir.

Pero si estos datos son descorazonadores los que se refieren a la violencia machista son escalofriantes. Cincuenta y nueve mujeres fueron asesinadas en el pasado año y escribo estas líneas en una semana especialmente negra, en la que tres mujeres más han perdido la vida a manos de sus parejas.

La brutalidad que acompaña estos crímenes nos advierte del profundo desprecio que los asesinos muestran hacia sus víctimas, del largo proceso de naturalización y cosificación al que fueron sometidas durante mucho tiempo antes de que eso ya no resultara suficiente para los terroristas.

Y digo terroristas pues la violencia machista es una cuestión de Estado. Como dice la conocida activista Ruth Toledano, “estas mujeres han sido asesinadas por el mero hecho de ser mujeres, por tener a ojos de sus asesinos una consideración de objeto, de algo menor, por pertenecer a una categoria inferior...es por tanto, una violencia ideológica, que persigue la dominación a través del terror, es terrorismo”.

Así, el pasado día cinco de este mes se celebraba en el Parlamento Europeo una jornada sobre violencia machista organizada por el Partido Verde a la que fuimos invitadas a participar Dones amb Compromís y la Red Equo Mujeres. La directora del lobby feminista Women Against Violence Europa, María Rösslhumer, calculaba el coste de la violencia machista en Europa en 228.000 euros. Este dato es, en mi opinión, de gran utilidad, no sólo porque resulta fácilmente absorbible en una sociedad marcadamente economicista sino también porque destaca el sinsentido de las políticas conservadoras de recortes. ¿Qué clase de gestor es aquel que recorta en prevención a sabiendas de que estos provocarán un aumento inmediato del gasto en acción paliativa y asistencial? Por obvia, no merece respuesta esta pregunta.

Ante esto, la propuesta de Dones amb Compromis de aprobación de una directiva contra la violencia de género, aún angosta desde el punto de vista jurídico, resulta a todas luces absolutamente coherente y, además, imprescindible para generar obligaciones en los Estados miembros que conlleven aparejadas medidas presupuestarias. Estas medidas a largo plazo acabarán con la incoherencia de un gasto que será diferido y multiplicado cuando, para rabia y tristeza de todos, el daño ya esté causado.

Y, precisamente, porque somos las débiles entre los débiles, el pasado dia 8 de marzo las calles de Valencia se llenaron con fuerza del violeta del amor frente a la violencia, del violeta de la justicia frente a la desigualdad, del violeta de la resistencia pacífica frente a los ataques a nuestros derechos fundamentales. Un día 8 de marzo que fue más reivindicativo, más multitudinario y más visible pues la debilidad es sólo el resultado de una dominación y una situación endurecida de injusticia. Y, precisamente, porque no somos tontas, expresamos muy claramente que tenemos identificada la relación directa que existe entre las políticas que discriminan a la mujer y el terrorismo machista.

Ni débiles ni tontas.

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