Después de años de depresión, provocada por el cierre de los Altos Hornos del Mediterráneo (AHM), la ciudad de Sagunt y la comarca del Camp de Morvedre se enfrentan a un futuro esperanzador a partir de que la multinacional alemana Volkswagen anunciara la instalación de una gigafactoría de baterías en los terrenos de Parc Sagunt II a través de su filial PowerCo. Con el inicio de las obras hace unos meses -la nueva factoría está previsto que inicie su actividad en 2026-, se pone punto final a un periodo negro que comenzó a mediados de los años ochenta del siglo pasado.
El 4 de febrero de 1983 el Consejo de Ministros decretó el cierre de la IV Planta siderúrgica de Altos Hornos, lo que implicaba el desmantelamiento de las instalaciones. Y el 5 de octubre de 1984, después de meses de lucha obrera en el Puerto de Sagunto, la siderurgia saguntina cesaba su actividad definitivamente. En 1984, AHM empleaba a 3.332 trabajadores (los puestos de trabajo de unas 6.000 personas dependían de su actividad) y tenía una facturación superior a los 28.000 millones de pesetas (más de 170 millones de euros).
Cuatro décadas después, un documental estrenado en la televisión pública valenciana À Punt el pasado mes de diciembre recupera el trauma que supuso el cierre de la industria siderúrgica valenciana -víctima de la reconversión industrial impulsada a principios de los años 80- para la ciudad de Sagunt y la comarca del Camp de Morvedre, así como la lucha de los trabajadores y vecinos del municipio por intentar evitar una clausura que ya era inevitable. Lleva por título 'Informe Kawasaki', el nombre de un estudio elaborado por una empresa auditora independiente, la japonesa Kawasaki Steel Corporation, que justificaba el mantenimiento de la actividad en los ya extintos Altos Hornos del Mediterráneo.
El documento recogía que la fábrica de Sagunt “dispone de una mano de obra cualificada y entrenada en la totalidad de las fases de producción que abarca una siderúrgica integral, lo cual supone una base sólida, producto de amplias inversiones y de largos años de experiencia, para la futura IV Planta Siderúrgica”. Así, se explicaba que España iba a tener un déficit de bobinas laminadas en caliente y ese déficit se tenía que cubrir con un nuevo tren de bandas en caliente, y el lugar más adecuado para situarlo era Sagunt, por lo que aconsejaban continuar con el proyecto de la IV Planta. Una recomendación que no gustaba ni en el País Vasco ni en Asturias, donde se encontraban las otras dos grandes empresas siderúrgicas españolas, Altos Hornos de Vizcaya y Ensidesa.
De este modo, se puede considerar que la decisión adoptada por el Gobierno socialista de Felipe González como presidente y Carlos Solchaga como ministro de Industria (el que fue considerado el gran 'enemigo' de la ciudad, como máximo responsable de la decisión) de cerrar las instalaciones de Sagunt fue, según se desprende del Informe Kawasaki, una decisión política y no técnica.
En el audiovisual se les da voz a personajes clave de aquel momento, como son el entonces president de la Generalitat, el socialista Joan Lerma; los que fueron consellers de Industria, Segundo Bru, y Administración Pública, Emèrit Bono; el exalcalde de Sagunt, Manuel Girona, también del PSPV; extrabajadores como Amparo Paricio o Enrique Martínez, que fue jefe de mantenimiento de AHM; o figuras referentes en el movimiento obrero, como los sindicalistas Ángel Olmos (recientemente fallecido), Julián López o José María López Barquero; así como también a historiadores como Buenaventura Navarro, Arturo Lezcano, María Hebenstreit, Miguel Ángel Sáez, Julio Bodí; figuras que eran adolescentes en la época del cierre, como son el dramaturgo Paco Zarzoso, el periodista José Manuel Rambla o Miguel Ángel Martín, portavoz de la Associació de Memòria Industrial i Obrera; y a representantes del movimiento vecinal de la época, como Rosa Balanzá, Luisa Molina o Fina López.
La lucha contra 'la muerte de un pueblo'
A partir del momento en el que se decreta el cierre de los Altos Hornos de Sagunt comienza una época muy convulsa protagonizada por la lucha vecinal, en la que tuvo gran peso el papel que desarrollaron las mujeres de los trabajadores de la fábrica. Salieron a las calles de la ciudad miles de personas, unas multitudinarias protestas que se trasladaron a València y a Madrid. El objetivo de estas movilizaciones, evitar 'la muerte de un pueblo'. Como explican Olmos y López Barquero en el reportaje, cuando el 4 de febrero se recibe la orden de parar el Horno Alto número 2, los trabajadores se niegan. “Y ahí comienza todo”, explica Bru, “un larguísimo 1983 de negociaciones y conflictividad social”.
Los representantes de los trabajadores deciden implicar a la sociedad civil para conseguir una gran movilización social: “No ganamos la guerra, pero ganamos muchas batallas”, tal y como comenta una de las vecinas participantes en las protestas. Inicialmente, se paraliza la orden de cierre en lo que supuso una prórroga de unos meses antes de ejecutar la clausura definitiva.
López Barquero recuerda que Felipe González visitó el Port de Sagunt siendo candidato a la Presidencia del Gobierno en 1982, poco antes de ganar las elecciones, y “en el mitin dice que no se van a cerrar los Altos Hornos, se compromete. Fue un verdadero traidor a este pueblo en ese sentido, porque se había comprometido a mantener la fábrica cuando ya había rumores”.
Zarzoso rememora como llegó a su casa la noticia del despido de su padre, pero también se refiere a la sensación de que había “un pueblo detrás” de los trabajadores. En la primera manifestación, en la que participó “prácticamente todo el pueblo”, la marcha subió desde el Port de Sagunt hasta el Ayuntamiento, en el núcleo histórico; en otra ocasión, unas 20.000 personas, según se publicó en la prensa de la época, se concentraron con motivo de la presencia del presidente de AHM, José María Lucía, en la ciudad para negociar con el comité de empresa; y se celebraron manifestaciones multitudinarias en València y Madrid, alguna de ellas llegaron hasta las mismas puertas del palacio de la Moncloa; además, se organizaron una veintena de huelgas generales en un año y multitud de cortes de carreteras; se recogieron más de 650.000 firmas contra el cierre. Incluso se llegó a montar una emisora de radio, Radio Unidad, como canal de comunicación.
También recuerdan la visita del entonces president de la Generalitat, Joan Lerma, a un mitin del PSOE en el Port de Sagunt: “Era uno de los personajes que reunía el enfado colectivo”, sostiene Martín. “Acudió muchísima menos gente de la que esperaban” al cine en que se celebró, ya que el comité de empresa “prohibió” la asistencia al acto, aunque en el exterior del recinto se reunieron miles de personas (entre 6.000 y 7.000 según los periódicos de la época). Lerma defiende en el audiovisual que entonces consideraba que tenía que acudir a la ciudad a “dar la cara” y “explicar” su posición y sus posibilidades. La tensión llegó a tal punto, relatan, que uno de los escoltas de Lerma “llegó a sacar una pistola y pegó dos tiros al aire”.
Momentos de máxima tensión
La fuerte presencia policial para contrarrestar las movilizaciones y cortes de carretera por parte de los vecinos provocó algunos momentos de gran tensión. Por ejemplo, recuerdan cómo, después de un incidente en el que resultó herido un trabajador, miles de personas se concentraron frente a la Comisaría de la Policía Nacional y se prendió fuego a los coches patrulla que estaban aparcados frente a las dependencias policiales, donde permanecían los agentes encerrados. Estos hechos, a su vez, provocaron que se redoblara la presencia de efectivos antidisturbios en la ciudad.
Finalmente, y después de meses de protestas y manifestaciones, los trabajadores aceptaron las condiciones de cierre por mayoría, unas condiciones que no eran las que inicialmente presentó el Gobierno de España. En ese momento, el problema entró en una vía de solución: “Se negoció lo menos malo para los trabajadores”, apunta López, mientras que Barquero matiza: “No ganamos la guerra, pero si no hubiéramos dado batalla, las condiciones para los trabajadores hubieran sido mucho peores”. Tras el cierre quedó una atmósfera de “tristeza”, causada por el “erial” que quedó en la zona. “Un espacio con 5.000 trabajadores se convirtió, de repente, en la nada”, relata Zarzoso, una sensación que coincide con lo que explica Olmos, que hasta principios de los años noventa “este pueblo estaba muerto”, y añade Martín: “Durante unos años no se veía ni una obra, ni un carrito de bebé”.
Y todos los restos arqueológicos que quedaron del pasado industrial del Port de Sagunt se convirtieron en símbolos de una “derrota”, hasta que años más tarde se decidió la recuperación de ese patrimonio industrial.
Ahora, décadas más tarde, Sagunt y el Port de Sagunt por fin han pasado página.