La DANA del 29 de octubre ha sido la más catastrófica registrada en los últimos tiempos en la Comunitat Valenciana, pero no ha sido la única en una tierra que vive constantemente bajo la espada de Damocles de la gota fría y los temporales. La historia valenciana está repleta de casos de catástrofes generadas por la lluvia y, en las últimas décadas, existen ejemplos de cómo la vida se ha adaptado y se ha abierto paso.
Los ejemplos más drásticos se vivieron tras la conocida como pantanada de Tous, la rotura de la presa ubicada en esta localidad el 20 de octubre de 1982 provocada por una gota fría explosiva y que causó la inundación de una treintena de municipios en la ribera del Júcar, con niveles que en algunas localidades llegaron hasta los 8 metros. La pantanada inundó de forma casi inmediata las localidades más cercanas al embalse, Sumacàrcer, Gavarda y Beneixida, estas dos últimas se vieron afectadas de tal modo que la mayoría de sus casas tuvieron que ser reconstruidas. Pero se optó por levantarlas en otros emplazamientos más elevados próximos a los antiguos núcleos originales.
La decisión la tomó el Consejo de Ministros en 1984 cuando aprobó una partida de 380 millones de las antiguas pesetas (2,3 millones de euros y equivalentes a unos 9 millones, actualmente), en colaboración con la entonces incipiente Generalitat Valenciana como inversión para construir los municipios de nueva planta. En el caso de Beneixida, la reubicación fue total, y ahora la localidad, situada a 13 kilómetros y habitada de nuevo desde principios de los noventa, es un núcleo de unos 650 vecinos, que presenta una planta ortogonal perfecta testigo de su modernidad. Muy similar es el caso de Gavarda, ahora de poco más de 1.000 vecinos, que fue reubicada en una colina, pero mantiene todavía unos 70 habitantes en su antiguo núcleo más alto que se salvó parcialmente. Actualmente, quedan pueblos fantasma en sus anteriores emplazamientos, trazados de calles e iglesias en perfectas condiciones, testigos con marcas del nivel a donde llegó la altura del agua.
Décadas después llegó la DANA de 2019, y una de las localidades más afectadas fue Ontinyent, municipio que se ubica a los pies del río Clariano, y que en aquel momento volvió a inundar de forma definitiva –con una lluvia de 400 litros por metro cuadrado– el barrio de la Cantereria. Aquel episodio dio paso a que las autoridades municipales, autonómicas y estatales volvieran a optar por reubicar a los habitantes, esta vez a una menor escala, pero que se considera un ejemplo europeo de la reducción del impacto ambiental en las ciudades con una solución para eliminar el riesgo habitacional.
Esta intervención ha supuesto la demolición de gran parte de las casas de la zona, la indemnización de sus vecinos para su reubicación, y la construcción de un parque inundable. Hasta ahora, ha recibido una inversión total de 7 millones de euros aportada entre el propio Ayuntamiento de Ontinyent, la Generalitat, el Gobierno central y la Unión Europea.
Replantear el urbanismo
Que el agua reclame el lugar que históricamente ha sido suyo no es nada nuevo en el litoral mediterráneo. Pasó la semana pasada y es normal que vuelva a pasar. Así lo entiende María Jesús Romero, Profesora Doctora Titular de la Universitat Politècnica de València (UPV) del Departamento de Urbanismo en el Área de Derecho Administrativo.
Romero explica que, un problema que se ha sufrido con esta y otras DANAs ha sido el ocasionado cambio antrópico, es decir, el cambio realizado por los seres humanos en el entorno. Este agrava los riesgos de inundaciones, porque agrava las consecuencias al construir infraestructuras o urbanizar en zonas inundables que pueden crear un efecto de presa, y que “cuando el agua supera estos obstáculos retorna con más fuerza”.
La experta urbanista explica que se tienen herramientas como el Patricova (Plan de Acción Territorial sobre Prevención del Riesgo de Inundación en la Comunitat Valenciana), un plan aprobado en 2003 y revisado y actualizado en 2015. Este plan presentaba medidas estructurales ante los riesgos por inundaciones como encauzamientos, motas o canales de drenaje, y otras no estructurales como la planificación de los usos del suelo. Este plan, además, es la guía que delimita los Planes de Ordenación Urbana de los municipios.
Pero el Patricova tiene un inconveniente esencial: no es retroactivo respecto de 2003, cuando fue aprobado inicialmente, por lo que la planificación urbanística no incluye la intervención sobre zonas urbanas consolidadas, y según advierte Romero, hay algunos municipios que están enteros en zonas potencialmente inundables, según niveles de riesgo. Por otro lado, los planes urbanísticos municipales también tienen el problema de que se actualizan con poca frecuencia, y cuando se hace, “algunos lo hacen con un proceso que dura 15 años, con suerte”, lamenta la profesora de la UPV. Además, advierte, “en algunos ayuntamientos se trampea para poder construir en zonas no recomendables y que no todos son diligentes a la hora de tener activos planes de emergencia ante estos riesgos”.
¿Soluciones? Como el Patricova, Romero apunta a dos direcciones: las estructurales y las urbanísticas. Respecto a las zonas habitadas admite que “es muy difícil y muy costoso, no se pueden borrar poblaciones de miles de habitantes como Paiporta de un plumazo, no es el caso de Gavarda y Beneixida. Pero sí son necesarias actuaciones más quirúrgicas, al menos en aquellas zonas con riesgo de inundación más alto”. Todo ello debería estar acompañado de pedagogía respecto a la población y los dirigentes públicos, concienciar de los riesgos, saber como actuar ante las alertas y no dejar que se entiendan como un obstáculo para construir libremente en cualquier lugar.
En cuanto a las infraestructuras también señala que son muy necesarias. Pone de ejemplo el Plan Sur de València, el proyecto para desviar el cauce del río Turia por el sur de la ciudad tras la riada que inundó la capital el año 1957, cuando pasaba por el centro urbano. “Se tiene que amplificar la normativa, se debería adecuar a las circunstancias climáticas actuales”, por lo que apuesta por la ejecución de nuevas infraestructuras que alivien de caudal al río Turia ante posibles avenidas. “Ahora el nuevo cauce está preparado para asumir hasta 5.000 metros cúbicos por segundo, pero en la riada de 1957 la avenida llegó a ser de 6.000 metros cúbicos”. Y es que, explica, “el plan contenía otras obras que no se ejecutaron; ahora se ha puesto a prueba el nuevo cauce de Turia y ha aguantado, pero todavía estamos en riesgo”.