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Daniel Torres: “Un cómic es como un iceberg y yo he querido mostrar ese 90% que no se ve porque está bajo el mar”
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Cada álbum de Daniel Torres (Teresa de Cofrentes, Valencia, 1958) es celebrado por los aficionados a los cómics como un acontecimiento. Con su nuevo trabajo, Memorias de un futuro que no fue (Norma), no decepciona ni a los que tuvieran las expectativas más altas. Un dibujo inmaculado, una estructura disruptiva, un alarde de color… y cientos de historias en apenas 96 páginas que recuperan su primer encuentro con el astronauta y escritor Roco Vargas (a.k.a Armando Mistral), protagonista de nueve de sus novelas. El resultado ha tardado casi dos años en llegar a las librerías porque el formato en el que trabaja no se puede escanear —Norma ha tenido que recurrir a un fotógrafo de arte— y conseguir que los colores de los originales lleguen intactos a las páginas tampoco ha sido fácil. Pero el tiempo, y el esfuerzo, ha valido la pena con creces. La entrevista con Torres tuvo lugar en la librería Bartleby de Valencia, donde hizo la presentación de su última criatura.
¿Qué cuenta 'Memorias de un futuro que no fue'? No es una historia de Roco Vargas al uso.
Cuento un hecho verídico, el día que conocí a Roco Vargas en su casa. Yo no lo conocía y, a través de un amigo, se puso en contacto conmigo porque quería que alguien le dibujara sus memorias. Además de aventurero sideral, Vargas era escritor y firmaba como Armando Mistral. Una vez en su casa, me enseñó una maleta llena de recuerdos —fotos, revistas, películas…— que había olvidado de sus tiempos de aventurero y estuvimos hablando. Fue mi primer contacto con él, y poco después fue cuando publiqué Tritón. Mucha gente pensaba que eso nunca había ocurrido, pero aquí está el cómic para atestiguarlo.
Tú siempre ha sido usted un poco Roco Vargas, y él un poco usted. ¿Tenía ganas de aclarar esa relación?
Uno tiene ya la suficiente edad para saber lo que pesan los recuerdos —los de uno, los profesionales, los de los personajes también…— y es como una especie de mochila a la que vas echando cosas y llega a un momento que pesa tanto que tienes que echar lastre, y eso es lo que ha sido este libro. Pero en lugar de ser yo personalmente, es mi reflejo en el espejo, Roco. Es él quien desecha —no enseña—, todo ese material. El libro es una forma de conocer a alguien que ha de desarrollar una vida personal, pública, su profesión, las relaciones sociales, la familia… Son unos recuerdos, no sabemos si son reales o inventados. Lo que hago es mostrarme en esa otra ficción —lo que siempre hago—, y la otra ficción, que es el encuentro que tengo con él.
El título induce a pensar que es una mirada melancólica o pesimista, pero para nada.
No es mi estilo, nunca me he adentrado en ese mundo. Roco Vargas es un personaje a festejar, es la victoria de la ficción y de la aventura y, cómo nos remontamos a los 80, es la aventura con la mayúscula. Gráficamente, ya sabes que yo nunca he sido muy dado a oscuridades y esas cosas.
Curiosamente, y eso no lo sabíamos, usted conoces a Roco Vargas cuando ya se ha convertido en Armando Mistral y ha cambiado los cohetes y los viajes interestelares por la máquina de escribir. No se le ve particularmente nostálgico.
No, todos los comentarios que hace Roco de sus propios recuerdos son de alguien que repasa lo que ha vivido, pero no cree que su vida haya sido especial. Simplemente es la que le tocó vivir. De hecho, es bastante irónico en algunas ocasiones. Hasta tal punto le da poca importancia, que muchas de las cosas las había olvidado. Si no fuera porque un día encontró esa maleta, ni siquiera hubiera echado la vista atrás. Es cuando ve las fotos y todo lo demás, cuando decide llamarme para que cuente su historia. Yo en cambio sí que me quedo maravillado, ten en cuenta que mi generación creció con las aventuras de los chicos siderales, leímos las entrevistas, coleccionábamos los cromos… ¡Eran nuestros ídolos!
Por lo que respecta a su futuro, parece que sí fue, incluso puede que mejor de lo que soñó. Su trayectoria es envidiable.
La verdad es que no he quedado mal, pero el que no tenga quejas es que no vive. Quejarse es propio de nuestra naturaleza. Es verdad que no me ha ido mal, y ahora que me he acogido a la jubilación de artista, estoy muy bien, muy ocupado, con muchos proyectos, pero solo hago lo que quiero. Por ejemplo, estoy acabando un proyecto de ilustraciones basadas en relatos de Edgar Allan Poe, en el que llevo dos años, y tengo muchas más ideas que no sé si se materializarán.
¿Y cómo recuerda el pasado que sí fue?
El otro día, hablando con Sento [se refiere al dibujante Sento Llobel] hablábamos de lo difícil que lo tienen los jóvenes ahora, y por jóvenes me refiero hasta los 30 años o así, y es verdad. Pero nuestra época también fue difícil; en los 80 decías que querías ser dibujante de cómics y te miraban como si aspiraras a carterista o algo así. Eso solo lo habían conseguido cuatro, no había industria, ni dónde estudiar y nos tiramos a la piscina. No quiero decir que esta época sea más fácil, pero entonces también había problemas y tuvimos que pelear e inventarnos algo que no existía, no había nada asegurado. Siempre ha habido problemas, pero cada época ha tenido los suyos.
Hay una frase del libro que la dice Roco, pero se nota que es suya: “El culto a la aritmética narrativa no es sino una plegaria al caos”. Ese caos está en la maleta que cae y que usted convierte en la estructura de 'Memorias…' que es lo difícil.
Hombre, lo difícil no...
Para usted no, pero para mí ya le digo que sí. Si lo intento me sale un churro.
Para mí no es difícil, porque a mí esa bolsa que cae me salva el mundo. Si has sido como yo, de niño, un lector de Poe, de Stevenson, de Borges… es lo que define el relato. Ese culto a la narración clásica, del cine, de la novela o del cómic lo he arrastrado hasta ahora. El caos puede ser una maleta con recuerdos, pero de ese caos también puede salir el orden.
Sí, pero se arriesga usted que puede. Por ejemplo, cuando reproduce las fotos, el lector se convierte a la vez en el Roco que intenta recordar y en el joven dibujante que ha ido a verlo y se fascina. No es solo la imagen, es la sensación que produce.
Eso tiene una explicación muy funcional. El lector está constreñido a las páginas en un cómic que es un mundo en sí. Y hace tiempo que me planteé hacer un añadido a eso, explicar cómo es ese mundo. Cómo son los coches, las motos, la arquitectura… Un tebeo es una especie de iceberg, solo ves el diez por ciento, el resto está bajo el mar. Yo, cuando hago una viñeta, la gente ve el detalle, pero no sabe si sale una aspiradora, no es casualidad. Tiene una razón de ser, está diseñada así por algo, y en algún sitio tengo un cuaderno con notas, fotos, esquemas… que son donde nace mi mundo. Es lo que he querido mostrar, lo que no conocemos de Roco porque solo vemos una parte de su mundo, y lo que no conocemos de Torres, por lo mismo.
Algunas de esas fotos son, además, un relato en sí mismo.
Claro, y nada de lo que aparece es casual. Las fotos, las ilustraciones, cuentan una historia propia, aunque Roco no se detenga en contarlas porque ya se las sabe. Es el lector el que tiene que descifrarlas, imaginárselas o inventárselas, y si no que vengan a mí y me pregunten que yo se lo cuento. Si salen las fotos, por ejemplo, de las motos es porque añaden algo narrativamente, no es solo el placer de dibujar cosas retrofuturistas. Nos hablan de ese futuro que no fue.
Su futuro es un futuro del pasado, no del presente.
Sí, el que leía en las revistas de mi infancia, cuando nos prometían coches voladores y viajes interestelares. Es el futuro de los años 50, tal y cómo se veía entonces. Una curiosidad: en uno de mis cómics, no me acuerdo cuál, Vargas utiliza un ordenador y no una máquina de escribir. En el siguiente lo cambié porque me di cuenta de que en ese futuro no pintaba nada un ordenador.
Y un futuro lleno de guiños a su pasado, a sus influencias.
Por supuesto. Me dicen por ejemplo que algunas páginas recuerdan a Moebius o a Druillet, pero es que no podía ser de otra manera. Este es un libro de memorias, y yo cuando descubrí Metal Hurlant y a los Humanoides Asociados no me lo podía creer. Marcó mi vida y mi carrera. Conocía el cómic clásico americano, que también está muy presente, pero aquello me abrió las puertas a otro mundo; no sería quién soy sin esas influencias. Tenían que estar, como mi pasión por el cine, por la pintura… son lo que me han hecho ser lo que soy. Pero no se trata solo de hacer referencias, algunas viñetas pueden ser interpretadas de distinta forma o el lector puede encontrar la suya propia. Muchas de las historias que aparecen en 'Memorias…' son así, una puerta abierta a que cada uno encuentre su futuro que no fue a partir de esas referencias.
O el homenaje a Miguel Calatayud.
También. Es un pasaje que tiene que explicarse contándolo como era la ciencia ficción en los 70, y la mejor manera de hacerlo era recurrir a él. No es solo un homenaje o un capricho, es que al hacerlo así la historia se explica mejor. Me lo pidió la historia.
Como en todos sus libros, manda la aventura, pero siempre hay un punto de vista social. Aquí muestra cierta simpatía por los robots, y detrás de esa simpatía hay un motivo. Dice que si quieren ser como nosotros tendrán que pagar impuestos y darse de alta en la seguridad social, que sería como domesticarlos.
De lo que es capaz el ser humano, lo sabemos. Y no hace falta irse muy lejos para ver de lo que somos capaces, basta con abrir un periódico. Sobre los robots, aún hay esperanzas o, por lo menos, dudas de que no sean como nosotros. Hay una escena en la que van a ver Frankenstein al cine y su reacción les humaniza. No es que en 'Memorias…' haya una crítica contra los humanos, el mundo que dibujo está lleno de color, de diseño, de arquitectura…, pero también hay que reflexionar sobre cómo es ese mundo.
¿Y cómo se lleva con la Inteligencia Artificial?
Es una herramienta, como el Photoshop o los programas para dibujar, pero yo no la uso. Sigo pintando a mano, desde los lápices hasta los colores. Hace tiempo hice un curso para manejar uno de esos programas, pero lo dejé. No entendía sus códigos, y yo todavía tengo mucho que aprender de los míos. Y hay otra cosa, la IA te resuelve algo en dos segundos, pero a los artistas lo que nos gusta es el proceso, las dos semanas que nos cuesta hacer eso a mano, disfrutar del camino hasta que has completado la página, y eso la IA no te lo da. Entiendo que un artista la pueda utilizar como herramienta, pero lo que no tiene ningún sentido es hacer una portada de un libro o un cartel con IA para ahorrarte cuatro duros. Pero ese no es el uso que le daría un dibujante, sino el que hace los números en la empresa, y a ese el proceso creativo le da exactamente igual.
Cada álbum de Daniel Torres (Teresa de Cofrentes, Valencia, 1958) es celebrado por los aficionados a los cómics como un acontecimiento. Con su nuevo trabajo, Memorias de un futuro que no fue (Norma), no decepciona ni a los que tuvieran las expectativas más altas. Un dibujo inmaculado, una estructura disruptiva, un alarde de color… y cientos de historias en apenas 96 páginas que recuperan su primer encuentro con el astronauta y escritor Roco Vargas (a.k.a Armando Mistral), protagonista de nueve de sus novelas. El resultado ha tardado casi dos años en llegar a las librerías porque el formato en el que trabaja no se puede escanear —Norma ha tenido que recurrir a un fotógrafo de arte— y conseguir que los colores de los originales lleguen intactos a las páginas tampoco ha sido fácil. Pero el tiempo, y el esfuerzo, ha valido la pena con creces. La entrevista con Torres tuvo lugar en la librería Bartleby de Valencia, donde hizo la presentación de su última criatura.
¿Qué cuenta 'Memorias de un futuro que no fue'? No es una historia de Roco Vargas al uso.