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Isabel Morant, catedrática de Historia Moderna: “Estudiar e incluir a las mujeres cambia la interpretación de la historia, la hace más real”
Cuando Virgina Woolf hace su investigación sobre la historia de Inglaterra ve a las mujeres como fantasmas, seres ausentes que no tienen protagonismo. Se pregunta cómo serían sus vidas, si se casaban, tenían hijos o cuáles eran sus inquietudes. La escritora plantea entonces a sus colegas, haciendo gala de su ironía, “por qué no podían añadir un suplemento a la historia para que las mujeres pudieran figurar en él decorosamente”. Cuando, casi a la par, Simone de Beauvoir escribe El segundo sexo, se pregunta qué es una mujer, ve las ideas dispares que sobre sus congéneres han volcado los hombres a lo largo de la historia. Una vasija, una matriz, una hembra, casi un insulto; un castigo divino, una desgracia. Es por ello que concluye que ser mujer es una definición fruto de la voluntad humana, del resultado de lo que los hombres han pensado en base a su posición de poder, y deja su cita más repetida: “No se nace mujer, se llega a serlo”.
El feminismo ha sido un motor de avance para los derechos de las mujeres, y también ha explorado su retroceso; ha permitido revisar la historia, ampliar sus límites, corregir discriminaciones plenamente deliberadas. Ayuda a trazar una genealogía, a sacar a la luz los saberes que se habían ocultado. Partiendo de las preguntas de Woolf y Beauvoir, el movimiento feminista académico comienza a indagar en la historia de las mujeres -también en la de los hombres, en cómo la han construido-, desarrolla los llamados estudios de género, y empieza a arrojar luz en esos claroscuros. Y, de nuevo, al comenzar a investigar, sigue haciéndose preguntas: ¿En qué momento se tuercen las cosas?; o, como cuestiona Beauvoir: “¿En qué momento y por qué razones el sexo que da la vida pudo ser dominado por el sexo que hace la guerra?”. Isabel Morant, catedrática de Historia Moderna y miembro del Instituto Universitario de Estudios de la Mujer de la Universitat de València, parte de estos interrogantes en su último trabajo, una guía sobre el papel de ese segundo sexo en la historia, partiendo de las aportaciones del feminismo.
Morant creó la colección Feminismos de la editorial Cátedra y dirigió la colección Historia de las mujeres en España y América Latina, cuatro volúmenes que reúnen aportaciones sobre las mujeres y sus vidas cotidianas, de sus trabajos, de sus formas de religiosidad, de su escritura y su pensamiento, de su participación en la vida social y política. Ahora ha coordinado el libro El lugar de las mujeres de la historia: Desplazando los límites de la representación del mundo, en la editorial de la Universitat de València, un trabajo con el que busca sacar ese saber que lleva más de treinta años trazándose en los ámbitos académicos y aproximarlo a las aulas y al conjunto de la sociedad.
“El libro es consciente de que existe una investigación importante, pero tiene que llegar más lejos. Existe una historia, ya la hemos hecho, hemos de salir hacia afuera”, apunta, en referencia a la plena inclusión de estos saberes en el ámbito educativo y en la vida pública. “El feminismo reclama una genealogía en un primer momento”, indica la autora. “En el segundo, las investigadoras somos conscientes de que no solo hemos de lamentarnos por haber sido tan maltratadas y olvidadas, sacar del olvido a las figuras femeninas, sino que hemos de comprender cómo ocurrió. Ocurrió porque la acción humana, la acción de los poderes, lo hizo posible, a través de las representaciones del saber, la iglesia, las leyes. Las nuevas democracias del siglo XIX y XX se construyen como exclusivas de los hombres; pero a las mujeres las sitúan en otro lugar, en el de lo doméstico. Hay que comprender como las vidas de las mujeres se construyen de manera desigual y que no es una casualidad, proviene de la acción humana”
Por ejemplo, explica, “si hablamos de la historia del liberalismo, los programas habituales no contemplan los discursos de diferencia de sexo que acaban con una escuela pública discriminada y que entienden que la educación ha de ser diferenciada o que las mujeres no tengan derecho al voto”. Tampoco suelen contemplar el elemento que se opone a que la participación política se escriba en masculino: “El feminismo nace de la ilustración y el liberalismo, que son la base de las democracias modernas”, apunta, recordando a Olympe de Gouges, que reclama que los derechos del hombre se hagan extensivos a las mujeres, con uno de los panfletos fundacionales del feminismo; los escritos de Mary Wollstonecraft y el activismo de las sufragistas.
La historia, recalca la docente, se hace preguntas constantes: cómo ocurrieron y cómo cambiaron las cosas. En este recorrido, las investigadoras feministas “hemos contado la historia de las desigualdades, pero también de la emancipación, cómo las mujeres desbordaron los límites y hemos ido cambiando los modelos de socialización. Eso ha sido una ampliación de la historia y eso debe incorporarse a la enseñanza de la historia. Reclamamos que las autoridades competentes en educación lo tengan en cuenta”.
Para Morant, la educación sin sesgos de género es fundamental para una democracia plena: “Si queremos contribuir a una mayor igualdad, a que esa violencia que existen vaya desapareciendo, evitar los estereotipos, es importante fijarse en los jóvenes. El conocimiento, el saber, es el primer paso para que las mujeres comprendan cómo han sido las cosas y cómo quieren que sean. Ese saber nos ayuda a superar las diferencias”, afirma. El libro pone de relieve el papel de las mujeres en la sociedad, que crea unos modelos diferentes para abrir las posibilidades, pero además, añade, ello implica contar que las cosas no han sido siempre así. “Hay un punto liberador, el feminismo lo explica. Explica el por qué de las cosas, el por qué de esa diferenciación y de la desigualdad. Si las desigualdades son construcciones las podemos deconstruir”. Conocer esta perspectiva es “necesario para saber lo que somos y lo que queremos ser, es salir de esa idea del eterno retorno, que nos vuelve a situar en experiencias históricas que queremos superar. Nos ayuda a construir y comprender mejor un presente”.
El borrado de las mujeres en la historia
La investigadora recalca que “siempre ha habido mujeres que no se han sometido a los estereotipos”, desde aquellas que afirmaban tener alma, luego razón; las que escribían y viajaban cuando el rol las reduce a la maternidad. “Siempre ha habido mujeres que han desbordado los límites. Desde que hay escritura, su palabra se ha escrito”, reitera. Pero a la hora de abordar la historia, de escoger qué y cómo se cuenta, aparecen los sesgos. “La historia que yo aprendí era una historia económica y social que entendía que los únicos hechos relevantes de la historia eran esos. Partía de una idea muy decimonónica de la naturaleza de las mujeres que, por su diferencia biológica, les atribuía unas capacidades y cualidades diferentes a las de los hombres y justificaba que por eso no habían tenido participación, que no habían tenido una función social más allá de la derivada de la condición femenina. Pero las mujeres han trabajado siempre, no se han conformado con los destinos habituales, han sido relevantes en la historia, solo que no se ha visto”, señala
“Para que algo sea historia lo tiene que ver el historiador, tiene que hacerse las preguntas. Las mujeres no aparecen porque no se las ha mirado. Hace falta sensibilidad para verlo, y el feminismo lo vio”, valora. “Le hemos dado amplitud a las preguntas de la historia y lo hemos escrito para que pueda servir para un cambio”.
Sobre el trabajo, apunta el interés en el por qué de las diferencias y el modo en el que eso fue cuestionado por las mujeres, estudiar la dominación y la emancipación. “Lo que creemos sobre las mujeres no es creíble porque lo han hecho los hombres y lo han hecho de forma favorable a su sexo”. Interesa “ese desconocido proceso por el cual se producen las dominaciones y las discriminaciones. Al incluirlas, cambia la interpretación de la historia; la hace más real”.
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