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'Mentiras monumentales': ¿A quién pertenece el relato de las ciudades?
En el contexto actual, en el que las luchas por la cultura, la identidad y la religión están presentes en la práctica cotidianidad, protagonizando debates recurrentes, cobra una relevancia esencial reaprender a mirar los monumentos y las ciudades. Los símbolos situados en el espacio común son una forma de narrativa, un relato que nos cuenta como sociedad. Y, como toda narración, esconde una intencionalidad, relaciones de poder, un punto de vista deliberadamente marcado. Sobre esta premisa se construye Mentiras Monumentales, el último libro del periodista y experto en patrimonio Robert Bevan, editado en español por Barlín Libros y la Institució Alfons el Magnànim.
El libro, considerado tanto por The Financial Times como por The Arts Newspaper uno de los mejores libros de arte, historia y patrimonio del año pasado, desgrana casos concretos donde la gestión del patrimonio o la información que otorga es, como mínimo, cuestionable, y cómo el diseño de las ciudades es fruto de decisiones políticas.
Bevan plantea la pregunta clásica de los expertos en memoria y patrimonio: ¿Qué hacer con los símbolos del horror? En ello enmarca desde la reconstrucción de la ciudad alemana de Dresde, bombardeada tras la segunda guerra mundial y reconstruida en un estilo que borra las referencias al nazismo, hasta el friso de Bolzano, en el norte de Italia, construido a las órdenes de Mussolini y hoy reconvertido en museo, además de la significación del Valle de los Caídos en España. Los italianos decidieron reconvertir el mayor monumento de homenaje al fascismo en un lugar de memoria, en contraposición al caso español, y sobre el lema fascista “creer, obedecer, combatir” situaron con un letrero la cita de Hannah Arednt “Nadie tiene derecho a obedecer”.
El asesinato de George Floyd por la policía estadounidense es el detonante del libro, según indica en la introducción. La brutalidad policial con un evidente componente racista desató una oleada de protestas en Occidente, además de un cuestionamiento de los símbolos del espacio público, especialmente de aquellos dedicados a dictadores o figuras de la colonialización. Sobre este asunto, indica: “Es una cuestión de representación y control del debate público, pues nuestros símbolos pretenden revisar los relatos históricos que conforman nuestra idea de identidad, espacio y nación”. La guerra cultural se disputa el control del pasado y el futuro, y en ella, los monumentos se emplean como arma arrojadiza.
El británico, que ya indagó en la importancia del patrimonio en el relato común en La destrucción del patrimonio (La Caja Books), aborda distintos ejemplos de monumentos en disputa, espacios reconvertidos, guetos y políticas públicas. Bevan considera que buena parte de las sociedades actuales son presas de un movimiento anticosmopolita y critica a los movimientos de izquierda por no implicarse lo suficiente en el conocimiento del pasado.
Entre esa visión anticosmopolita, el autor sitúa la consideración de los minaretes en el horizonte como una amenaza para la identidad tradicional de una ciudad, pero también el borrado de los símbolos soviéticos en los países del Este. Becan se muestra muy crítico con la política contra el velo francesa, que considera una prohibición de los símbolos visibles del islam. También aborda “la arquitectura del miedo”: cómo las ciudades van segregando población, crean neo guetos y culpan a la vida separada de causar el terrorismo a través de bulos. “Los guetos modernos son a menudo el resultado de una huida de los blancos, creada por los que se alejan de la diferencia, o de las restricciones de movimiento de las minorías y su temor a la violencia”, apunta en el ensayo.
La segregación no solo tiene en cuenta el componente étnicocultural, sino que se da por cuestiones de género o identidad sexual. Bevan apunta a las planificaciones de transporte que favorecen las pautas de movimiento masculino -conexión casa-trabajo en lugar de con los servicios básicos- o unas tácticas reproducidas en Reino Unido por grupos transfobos consistentes en ubicar pegatinas destinadas a “proteger los espacios de un solo sexo” en baños de bares, gimnasios o buzones de correos.
En base a decenas de ejemplos urbanos, a través de estatuas, movimientos o símbolos cotidianos, el autor invita a reflexionar sobre las dinámicas del poder y la violencia simbólica, a cuestionar las “fantasías” sobre el pasado -los relatos y la épica de las naciones-, y sobre quién obtiene reconocimiento o quién lo pierde, para concluir: que, si el relato se manipula, el registro histórico está siendo adulterado.
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