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La “poliédrica” identidad valenciana de nuestros (pequeños) objetos

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Los pequeños objetos, los más cotidianos, aquellos que podrían pasar desapercibidos, son también los que cuentan las grandes historias de nuestros tiempos. Una máquina de coser Singer de principios del siglo XX, que tanta hambre quitó a nuestras abuelas y abuelos, una cabina telefónica tan familiar, pero tan alejada del mundo actual, electrodomésticos que ya no encontrarías en (casi) ninguna tienda o fotografías de la huerta y de las tradicionales barracas valencianas, son solo unos pocos ejemplos del viaje al pasado reciente propuesto por el Museu Valencià d’Etnologia en su nueva exposición permanente.

No és fácil ser valencià, presentada este jueves 9 de julio, es el título de este recorrido por las “poliédricas” identidades de la cultura valenciana a través de 1.045 piezas que “nos definen y nos identifican” como pueblo, así como “los valores que conjugan esos objetos con las normas sociales”, ha explicado el diputado de Cultura, Xavier Rius.

Como un juego de espejos, esta exposición pone frente a frente objetos que quedaron cubiertos por el polvo, o que simplemente se transformaron, con su propio y distorsionado reflejo. Por ejemplo, en la primera sala encontrarás una tradicional habitación, pongamos, del barrio valenciano de Russafa, con muebles de madera y una cama antigua que pertenecía a una mujer anciana que, tras su muerte, han convertido en un cuarto impersonal con muebles de Ikea y cuadros de la Ciutat de Les Arts i les Ciències, preparado para ser un Airbnb.

También exponen una maqueta de la característica Estació del Nord de València, de estilo modernista e inaugurada en 1917, mirándose al espejo frente a una fría estructura de policarbonato y una fotografía de la Estación de València-Joaquín Sorolla, construida entre 2008 y 2010. Dos espacios que conviven en la misma ciudad, apenas a unos de metros de distancia, y tan diferentes en su aspecto.

“¿Qué nos aportan como pueblo? Seguramente las dos imágenes de las estaciones de tren nos trasmiten sensaciones diferentes”, comentaba el diputado de Cultura. A su lado, Francesc Tamarit, director del museo, explicaba que en la exposición se incluye “toda la filosofía” del centro y que ha sido posible gracias al “esfuerzo titánico” en los últimos dos años de la Unidad de Fondo y Restauración.

La procedencia de las piezas dispuestas en alrededor de 1.600 m² es “muy numerosa y diversa”. Se ha contado con material de la colección del museo, pero también con donantes de “todo el territorio valenciano”, tanto de particulares como de empresas privadas y públicas. Por eso también hay una marquesina de autobús de la EMT, señales de tráfico o una bicicleta Valenbisi mirando a un antiguo Seat 600 blanco.

La exposición, comisariada por los conservadores del museo, Asunción Garcia, Josep Aguilar y Joan Seguí, tiene el objetivo de actualizar el discurso de sus salas proporcionando una visión “más contemporánea”. La muestra se divide en tres perspectivas y espacios: ‘Ciudad’, donde se plantea la tensión entre “lo global” y “lo local”, en ejemplos como los efectos del turismo, la gentrificación o los cambios en el consumo; ‘Huertas y marjales’, en la que se muestran “los imaginarios básicos de la cultura valenciana”, es decir, los tópicos; y por último ‘Secano y montaña’, dedicado a mostrar “las invisibilidades”.

“Hay cuestiones económicas y sociales de los pueblos del interior que no aparecen nunca en los discursos que plantean qué es ser valenciano o valenciana”, decía el comisario Joan Seguí de, por ejemplo, el “excelente patrimonio” de las construcciones de ‘pedra en sec’ de La Marina Alta, declarada en 2018 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

En este sentido, también se pone en valor objetos que muestran la importancia de la actividad industrial que “nos ha nutrido de productos populares” como el turrón o los juguetes. Y a su vez, también hay un apartado dedicado a aquellas mujeres que trabajaban desde casa para que todo lo demás se sostuviese.

“Entendemos la cultura como algo que se mueve, que es dinámico, que se adapta a las nuevas realidades sociales, que es útil para el ciudadano, creativa, y, por supuesto, también con capacidad crítica”, añadía Francesc Tamarit de una exposición que busca el diálogo entre visitante y museo, y que se podrá visitar a partir del 14 de julio, de momento, con un aforo del 75% y respetando la distancia de seguridad interpersonal. Así, No és fàcil ser valencià… Ni valenciana mira desde el presente -y con mascarillas- las huellas de un pasado con particularidades dispuestas a ser rescatadas de nuestro propio olvido.

Los pequeños objetos, los más cotidianos, aquellos que podrían pasar desapercibidos, son también los que cuentan las grandes historias de nuestros tiempos. Una máquina de coser Singer de principios del siglo XX, que tanta hambre quitó a nuestras abuelas y abuelos, una cabina telefónica tan familiar, pero tan alejada del mundo actual, electrodomésticos que ya no encontrarías en (casi) ninguna tienda o fotografías de la huerta y de las tradicionales barracas valencianas, son solo unos pocos ejemplos del viaje al pasado reciente propuesto por el Museu Valencià d’Etnologia en su nueva exposición permanente.

No és fácil ser valencià, presentada este jueves 9 de julio, es el título de este recorrido por las “poliédricas” identidades de la cultura valenciana a través de 1.045 piezas que “nos definen y nos identifican” como pueblo, así como “los valores que conjugan esos objetos con las normas sociales”, ha explicado el diputado de Cultura, Xavier Rius.