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El espíritu fallero

Valentina Hernández / María Valdés

Valencia —

“Si no te gustan las fallas, vete de la ciudad”. Esta es la única respuesta que utiliza el colectivo fallero contra las legítimas críticas a la desmesura, que no a la fiesta, que comparten miles de valencianos. Debe haber pocas ciudades que aguanten un mes de preparativos y 20 días de mascletás, por ejemplo. Ya puestos, podría ser todo el año. Irremediablemente, media ciudad se exilia obligatoriamente durante estos días. A los que cuestionamos el desmadre, el despropósito creciente de las discomóviles, a los que nos vamos, nos tachan de aburridos, de amargados o de intolerantes. Tranquilos: forma parte del planteamiento del ignoto espíritu fallero. Simple. Queremos decir nuestro razonamiento, que es simple: no tenemos que aguantar que una carpa, con sólo cinco o seis falleros dentro, comiendo tramusos al por mayor, no nos deje dormir. O reguetón hasta la madrugada en cada esquina sin ningún control. O masclets, prohibidos por cierto, a cualquier hora en nuestras calles.

Otro ejemplo. Mejor, una imagen. Una pareja con hijos pequeños en una cafetería al aire libre. Con más gente alrededor. Amigos que toman un vino, que quedan para hablar… Pues los niños tirando traca entre las mesas como si fuera lo más normal del mundo. Lo peor es que lo viven con normalidad. El colectivo no parece mostrar empatía con el resto de conciudadanos que, no olvidemos, también pagamos nuestros impuestos. Al señalar la mala educación, de los pequeños, y de los mayores, porque en un espacio compartido hay que compartir y no atropellar, también nos invitaron a irnos del barrio. O de España, mejor. Estamos hablando del domingo 26 de febrero. Que sepamos, no estábamos todavía en fallas. ¿O sí?

El Ayuntamiento ha lanzado este año un decálogo de buenas prácticas. Una manera como otra de reconocer el desmadre. Asegura que las comisiones falleras están acostumbradas a cumplir la normativa. Parece un chiste. Porque quienes empiezan a saltarse a la torera la prohibición de tirar petardos quince días antes son, precisamente, los casales. El manual traslada la responsabilidad de lo que ocurre a la ciudadanía, sin poner el dedo en la llaga: la educación fallera debería empezar en las escuelas y no permitir que miles de niños se conviertan en vándalos durante tres semanas. Porque esos niños y niñas crecen con la creencia de que la calle es suya. Peligroso concepto. Proponemos se recomiende a las comisiones falleras a impartir cursos de respeto, convivencia y de normativa, que se les explique a los pequeños que no todo vale, que se trata de convivir, no de imponer.

Es cierto que se notan avances en algunas fallas. Emplean material menos tóxico, consensuan con los vecinos y han desterrado las figuras machistas, por ejemplo. Hay que recordar que a las que tildamos a algunos ninots de tetudas casposas, también nos llaman anti fallera. Algo se mueve en esta línea, muy poco a poco.

Elegidas patrimonio de la Humanidad, podría ser un buen momento para analizar la precaria situación económica de los artistas falleros. La mayoría malvive porque cada año les ajustan más los precios. No conocemos a nadie que quiera ser artista fallero. ¿Por qué será? Igual porque los petardos, el ruido, lo empequeñecen todo. Una sociedad que se permite tres semanas de fiesta sin control difícilmente avanzará por otros mares intelectuales. Una sociedad que ni siquiera cuida a aquellos que construyen con sus manos lo que después algunos se apropian como éxito propio, es decir, los monumentos, está muy lejos de encontrar su camino.

El 1 de marzo aparece el espíritu fallero. Bajo esa percha, se fomenta el abuso y se coarta la reflexión. Una sociedad no evoluciona si no cuestiona sus propias tradiciones, si no examina hasta dónde cercena la libertad de pensamiento si no permite voces críticas. Y para una vez en la historia que una comisión muestra su lado reivindicativo o social es para ir contra de la de la ley de memoria histórica. Seguro que se procederá de algún, modo aunque sea para retirarles la subvención, dinero público en definitiva.

La triste realizad es que eso que llaman el espíritu del ruido es una lamentable excusa para que los padres suelten a su prole, en beneficio propio, sin ningún respeto al resto. Para que los mayores se comporten como críos. Una semana de saraos lo aguantaría cualquiera. Incluso los amargados. Casi un mes, sólo los privilegiados con espíritu fallero.