“La vida no puede ser trabajar toda la semana e ir el sábado al supermercado. Eso no puede ser. Esa vida no es humana”. Sin pretenderlo, el antropólogo Juan Luis Arsuaga dejó en una entrevista esta idea que refleja el papel central que el trabajo tiene en la vida y su relación con los malestares contemporáneos. Arsuaga, que lleva décadas analizando la vida en las sociedades pasadas, continuaba la frase poniendo en valor la cultura, la belleza o la naturaleza como elementos para ser feliz; salir del bucle del trabajo y prepararse de nuevo para trabajar. Salir del bucle con tiempo.
La reducción de la semana laboral es una reivindicación clásica de los sindicatos que en los últimos años ha ido ganando apoyos. También la flexibilidad horaria o la disposición al teletrabajo, que las personas que participan en una organización puedan decidir cómo prefieren trabajar. Se estiman beneficios económicos, ambientales y vitales. Una menor carga laboral está relacionada con una mayor salud, tanto física como mental.
En base a estudios preliminares, la ciudad de València ha probado este abril el experimento de trabajar cuatro días a la semana. Lo ha hecho con la coincidencia de cuatro festivos consecutivos en lunes, entre el 10 y el 1 de mayo, forzando un parón laboral con cierres obligatorios y sumando un día al fin de semana. La propuesta partió de un proceso de diálogo con los sectores implicados: sindicatos, empresas, entidades vecinales, instituciones y otros agentes sociales. A falta de un estudio concluyente, por el momento solo se cuenta con opiniones de agrupaciones gremiales. Cabe recalcar que la prueba se ha producido solo en la ciudad, que es además una capital turística, por lo que el funcionamiento ha sido variado en distintos sectores.
Con todo, el experimento valenciano requerirá de un análisis exhaustivo, dado que la semana de 32 horas no se sustenta con festividades, sino que busca, en general, destinar menos tiempo al trabajo, organizarlo de otra manera sin que el empleado pierda salario. Tampoco pretende cierres obligados ni reducir la prestación de servicios. Pasadas unas semanas, el Ayuntamiento realizará un estudio sobre los cambios de hábitos de la ciudadanía analizando los datos de uso de transporte público, consumo energético o afluencia a espacios culturales y de ocio. Se aborda el debate también sobre la conciliación, tanto enfocada hacia los cuidados como en la vida personal, el uso de los servicios públicos o el trabajo doméstico.
Los trabajadores consultados en distintos sectores se muestran a favor de una regulación clara sobre los horarios para poder adaptarse. En general, a grandes rasgos, hay una brecha entre las profesiones que pueden usar herramientas digitales para organizarse y el sector de los servicios, que depende del comportamiento del consumidor.
Alodia, librera, se muestra a favor de implantar la semana de cuatro días y plantea la necesidad de un acuerdo para el pequeño comercio en el que se pacte los días de apertura y cierre, como sucede en el País Vasco. Propietaria de una librería en el barrio de Benimaclet, reclama medidas que garanticen el descanso del personal y la conciliación, y advierte de los problemas para el comercio de barrio de no regular los horarios. “Si ese festivo extra no se institucionaliza o no se pacta se convierte en abrir los siete días a la semana y para el pequeño comercio es inasumible, no tenemos capacidad financiera para contratar a alguien y cubrir ese tiempo”. En su gremio ha coincidido el experimento con Sant Jordi y el montaje de la Fira del Llibre de València, que ha forzado que el lunes festivo los libreros trabajaran en el montaje y que el domingo abrieran o cerraran sus negocios a su criterio. El resto de festivos no ha notado cambios significativos en las ventas: “El que quiere ir a comprar y encuentra cerrado va en otro momento” y, añade: “No creo que sea relevante tomar nota con festivos oficiales, creo que requiere más meses y con un horario” establecido.
Carles, trabajador de un bar en Russafa, epicentro de la hostelería valenciana, apunta que este mes han tenido más carga de trabajo, que se ha sumado a problemas de distribución. Sus proveedores sí han tenido días festivos, por lo que el reparto se ha aglutinado en menos días para cubrir las mismas zonas, mientras que ellos trabajan por turnos para cubrir los horarios de lunes a domingo, desde del desayuno hasta la noche. Sí explica haber notado más afluencia en los festivos del cliente foráneo, especialmente con el puente del primero de mayo, al ser festivo en Madrid, pero esos festivos extraordinarios no han tenido a su consumidor habitual. Se pierde al trabajador que toma un café a media mañana, se gana al turista a media tarde. Si se instaurara la semana de 32 horas, apunta, le haría falta un trabajador más para cubrir su horario.
En el mismo barrio, con una opinión similar, se manifiesta Encar, propietaria y trabajadora de un restaurante. En su local trabajan de martes a domingo, cubriendo servicio de comidas y cenas. El experimento de la capital en estos días, con tanto festivo consecutivo, sumado a Semana Santa y Pascua, ha distorsionado su forma de trabajar. “No nos va bien, tampoco a los proveedores”, apunta. “Como la gente tiene tres días de fiesta se va de la ciudad. Nuestro cliente no estaba. Hablando con otros compañeros hemos visto que en la capital el trabajo ha bajado bastante”, indica en referencia al periodo vacacional. Además, recalca, en este caso los proveedores han tenido menos días de reparto. “Si eso siguiera adelante, se instaurara el modelo de cuatro días, tendríamos que cambiar el horario” para adaptarse a la jornada.
Ana, autónoma en el sector editorial, afirma estar encantada con la propuesta. “Como la gente que hace encargos está de vacaciones se ha instaurado la idea de descanso para todo el mundo. No ha habido peticiones de viernes a martes, que eran habituales”. Preguntada sobre qué ha notado al sumar un día libre, responde rotundamente: “Desconexión y felicidad”. Y añade: “A veces no se respeta que el autónomo también tiene derecho al descanso. Y nosotros en nuestra propia autoexplotación también lo hemos concebido como mini vacaciones, uno siempre tiende a invadir el fin de semana con trabajo atrasado. Al tener tres días hemos concentrado más el trabajo, como debería ser siempre”.
Otro sector que medita esta propuesta es el comercio de alimentación. En la presentación anual de resultados, el director general de los supermercados Consum, reflexionó sobre esta cuestión a propósito del experimento valenciano, que ha incluido un cierre obligatorio por festivos. Juan Luis Durich planteó que ese modelo en la distribución de la alimentación sería “un problemón” porque “se producen unos cuellos de botella tremendos” al concentrar la cadena de aprovisionamiento en menos días, sumado a la falta de camiones. “Un día vendemos el doble de lo que antes hacíamos en dos días”, apunta, en referencia a la introducción de un festivo. Sin embargo, indicó que otra cosa sería si se hiciera con turnos de trabajo.
La semana de cuatro días como modelo a largo plazo
El ensayo de la capital se complementa con las ayudas de la Generalitat Valenciana para que las empresas afincadas en el territorio realicen una prueba piloto de reducción de jornada, una de las reivindicaciones sindicales, que comienzan a operar este año. Josep pertenece a la segunda generación que dirige una gestoría en Massamagrell y lleva formalmente con esta semana de 32 horas semanales desde febrero, cuando recibió el aval de los servicios de empleo autonómicos. En su empresa, con cinco trabajadoras, ya habían probado otras formas de flexibilidad de jornada. Antes de la pandemia se acogieron a varios programas de digitalización de la empresa y con la llegada del confinamiento se encontraron con que podían teletrabajar sin problemas. A partir de ahí, explica, “se afianzó una forma de trabajar a la que algunos eran reticentes” y aspiran a que ese sea su objetivo.
Con la digitalización de los archivos y los procesos telemáticos de la Administración han conseguido ahorrar tiempo y organizar el trabajo trimestral para prever los picos de mayor carga laboral, como son las liquidaciones de impuestos o la campaña de la renta. “Es un trabajo previsible y automatizar los procesos ahorra mucho tiempo. Lo que mis padres hacían en seis horas lo hacemos casi con pulsar un botón”, apunta.
Economista de formación, recalca que la organización del trabajo, la digitalización y la automatización de los procesos de la administración son claves para que hayan podido reducir la jornada, pero también la voluntad empresarial para ser flexible. “La cuestión es cómo se comporta el consumidor y cómo se organizan las empresas, si son capaces de ceder en beneficios por la calidad de vida de sus trabajadores”
Para Josep la semana de 32 horas o de cuatro días es, básicamente, “una cuestión de organización”. “Ya habíamos experimentado que lo hacíamos todo a tiempo, por eso hemos reducido la jornada. Si no llegas es porque faltan personas”, indica. El economista considera que “si te pones al calor de los cambios puedes organizarte. Nosotros repartimos los horarios según las necesidades. Tenemos momentos pico y momentos valle. La cuestión es que el cliente no lo note”, explica.
Sobre los beneficios de la semana reducida, apunta que en general ha notado más bienestar en toda la empresa. “Puedes ir al gimnasio o resolver tus asuntos personales. Te permite hacerte cargo de tus problemas, de tu vida, te permite tener más tiempo para descansar y reponerte. Y si el trabajo es menos costoso, cunde más”, resume en forma de ecuación.
El economista Joan Sanchis se ha especializado en el diseño de políticas públicas dirigidas a incentivar la reducción de la semana laboral, una cuestión que ejecuta desde los servicios Labora del Gobierno valenciano y desde su faceta como escritor-divulgador. Autor de Quatre dies. Treballar menys per a viure en un món millor (Sembra Llibres), reivindica “poner el trabajo al servicio de las personas, no las personas al servicio del trabajo”
“El modelo ideal es que la legislación laboral avance y que cada persona, según sus necesidades, tenga posibilidad de elegir”, apuntaba en una entrevista con elDiario.es, en consonancia con la opinión de expertos en derecho laboral. “El trabajo debe ser una plataforma, no una rémora que nos robe tiempo”, insiste.
Para Sanchis, una de las cuestiones a destacar del proyecto, enfocado a evaluar los temas de salud y movilidad, es la que tiene que ver con el poder adquisitivo de los trabajadores, en “cómo se han redistribuido las ganancias de productividad en las últimas décadas, con los salarios estancados”. Para el economista, “reducir el tiempo de trabajo es una manera de mejorar la redistribución de renta, de recuperar poder adquisitivo para las rentas del trabajo (incrementando de forma indirecta el salario por hora) y es una vía para conseguir un mejor equilibrio entre capital y trabajo”.