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Francesc Arabí: “Zaplana es un impostor de la política”

El periodista Francesc Arabí.

Adolf Beltran

Valencia —

¿Cómo pudo pasar? Si hay alguien capaz de responder a esa pregunta sobre los años de corrupción y abuso de poder que marcaron la hegemonía política del PP en la sociedad valenciana, es Francesc Arabí, periodista capaz de desentrañar las claves de una época con la precisión y, al mismo tiempo, la ironía que reclama tal material de trabajo.

Arabí (Gata, 1970) posee el bagaje de haber desvelado desde las páginas del diario Levante-El Mercantil Valenciano una buena parte de las trampas en las que se basó una forma de gobernar que devastó las estructuras económicas, saqueó los recursos públicos y causó el desprestigio de las instituciones valencianas.

Ahora, en su libro Ciudadano Zaplana, la construcción de un régimen corrupto (Ediciones Akal), que se presenta esta semana en Valencia y que estaba en su fase final de redacción cuando, en mayo de 2018, en una coincidencia casi cinematográfica, el protagonista principal fue detenido en la operación Erial por cobro de mordidas y blanqueo de capitales, Arabí ilumina el papel del “empedernido coleccionista de escándalos” que ha sido el expresidente de la Generalitat Valenciana y exministro del PP. En realidad, lo que hace es diseccionar una etapa especialmente vergonzosa de la historia más reciente.

¿Empezó todo con el 'caso Naseiro' o fue con Maruja Sánchez, cuando Zaplana llegó a la alcaldía de Benidorm de la mano de una tránsfuga socialista?

Creo que empezó con Naseiro. La sociedad que estaba en el centro de ese caso, Futuro Financiero, reunía a una buena parte de los que acompañarían a Eduardo Zaplana durante toda su trayectoria político-empresarial. Hay empresarios, notarios... Están todos. Y también una gran parte de los dirigentes de la época. Ahí se ensaya el primer mecanismo de financiación del PP y se ven las formas de funcionar que mantendría la organización, por ejemplo al criminalizar y estigmatizar al juez Luis Manglano. Convirtieron el caso Naseiro en el caso Manglano y lo marcaron para toda su vida. Como ocurriría en el caso Gürtel con Baltasar Garzón, la primera víctima fue el juez.

Allí estaba Salvador Palop [el concejal de Valencia con el que hablaba de hacerse rico en las grabaciones policiales] y Juan Francisco García [su futuro jefe de gabinete, también imputado en Erial] ya empezaba a hacer el trabajo que siempre le ha hecho a Zaplana: comprar silencios y tapar bocas. Era como el ensayo general de todo lo que vendría después.

¿Entonces, la operación de la tránsfuga, que desapareció de la escena durante los días previos a la moción de censura que haría alcalde de Benidorm a Zaplana, no fue el principio de su trayectoria corrupta?

El caso Naseiro fue en el 90, con la detención de Palop y del propio Rosendo Naseiro. Por cierto, Naseiro y Ángel Sanchis Perales salieron libres de eso, pero son dos del póquer de tesoreros del PP implicados en escándalos, junto a Álvaro Lapuerta y Luis Bárcenas. Ocurrió tras la refundación, cuando el regreso de Manuel Fraga había fracasado. Unos días después ya estaban enredados. Lo que demuestra que, por más que refundaran, las raíces estaban podridas. Había un pecado original. 

Zaplana ya tenía entonces una gente que le hacía el trabajo sucio. Ya se dedicaba a comprar con la chequera pública, porque a Maruja Sánchez le pagamos los valencianos a plazos y durante mucho tiempo [con empleos y cargos suyos y de sus familiares]. En definitiva, entonces ya se veía que eso de que el fin justifica los medios -por cierto, comenzando por los medios de comunicación- él lo tenía muy claro. Bien, con aquello empieza todo, el futuro se escritura allí, que para eso se llamaba la empresa Futuro Financiero, toda una declaración de intenciones. Después, a partir del caso de Maruja Sánchez inicia su ejecutoria.

Es inevitable preguntarse cómo pudo llegar tan lejos en política alguien que entonces apareció en unas grabaciones diciendo que quería hacerse rico. ¿Cómo ha sido posible?

Zaplana es un ejemplo de que la coherencia no siempre es una virtud. Si hay alguna persona absolutamente coherente a lo largo de su vida es Eduardo Zaplana. La cinta del caso Naseiro de febrero de 1990 en la que dice que quiere hacerse rico y la de 2018 en la que pide a Fernado Belhot [el abogado uruguayo al que encomendó el blanqueo de su dinero] que le facilite efectivo porque no tiene liquidez son en el fondo la misma.

¿Por qué pudo actuar así? Porque fallaron todos los mecanismos de control. Fallaron, entre otras cosas, la justicia, la prensa, la política y, en última instancia, los ciudadanos, que le dieron en 1999 la primera mayoría absoluta. Él ya se encargó de construir un sistema, un régimen en definitiva, en el que después vino la secuela de Francisco Camps, que le garantizaba esa impunidad.

En todo ese tiempo se aplicó a mantener una fachada de persona honorable que solo se ha roto al final, cuando tal vez nadie se lo esperaba.

Fue un avanzado a su tiempo a la hora de entender la idea de la democracia mediática. En buena medida Zaplana es un impostor de la política. Se empeñó en mantener que es un liberal, no un intelectual, pero sí un estadista. Citaba reiteradamente a figuras liberales como Garrigues o Muñoz Peirats. Hasta hablaba de Kennedy. Pero era todo una impostura. Se ha preocupado mucho de repetir que nunca tuvo casos de corrupción. A mí me lo ha dicho. Y es mentira, dicho sea de paso, porque el caso Tabares fue suyo. Porque Rafael Blasco fue a la vez su apóstol y el aparejador en la construcción de su poder mediante la ruptura de disidencias y el clientelismo. También porque Luis Fernando Cartagena tuvo que dimitir como conseller de Obras Públicas por apropiarse de la donación de unas monjas al Ayuntamiento de Orihuela. Pese a ello, se preocupaba mucho de mantener esa ficción. Su obsesión mediática consistía en blanquear el pasado. De hecho, cuando se salió de la política -bueno, nunca se salió, porque la política y los negocios siempre han sido lo mismo para él- se fue a Telefónica, donde tenía presupuesto. Sabía que sin dinero no podía comprar voluntades.

Algunos pensamos cuando se fue a Madrid y lo sucedió Camps que las cosas cambiarían a más honradez. Estábamos muy equivocados.

Camps fue una secuela de Zaplana. La verdad es que simplemente cambió algunos elementos del argumento. Por ejemplo, pasó de los grandes proyectos de cemento a los grandes eventos. Fue un continuador. Mantuvo exactamente toda la misma estructura de régimen. Se le derrumbó cuando cambiaron las circunstancias. Ya se sabe que la corrupción se digiere bien con el estómago lleno, y no tan bien cuando no lo está. Ese fue el gran problema de Camps. Incluso cosas que ya se habían contado sin pena ni gloria le explotaron. Él mismo estaba sorprendido. Había cambiado el panorama, la tormenta ya no era perfecta.

En el rompecabezas judicial del régimen que usted describe se han visto involucrados muchos líderes del PP: Carlos Fabra, Joaquín Ripoll, Alfonso Rus, Rita Barberá, Rafael Blasco... La sensación es que alcanza a toda la estructura del poder. ¿Es así?

Se hablaba siempre de dos bandos en el PP y da la sensación de que se trataba de dos bandas. Una de las cuestiones interesantes del caso Erial es haber decubierto que Juan Cotino, uno de los personajes que mantenía la ficción de que era el abanderado del campismo, entre bambalinas hacía negocios con Zaplana. Y todavía no han caído todos. Zaplana lo ha hecho en el último momento por una guionización del saqueo que cayó de la mesa y dio pie a la investigación.

Entre periodistas que investigaban, y publicaban, sobre los manejos de Zaplana, existía la sensación de que no le pillarían nunca. ¿No le parece el caso Ivex un ejemplo de ello?caso Ivex

Desde luego. El caso Ivex [de malversación de fondos públicos en los pagos por el Instituto Valenciano de la Exportación (Ivex) al cantante Julio Iglesias como embajador de la Comunidad Valenciana en el mundo] es el paradigma. Fue la prueba de estrés del régimen. Yo empecé a escribir sobre él en 2000 y la querella se presentó en 2004. El juez instructor, con todos los papeles sobre la mesa, con un contrato b para esconder el saqueo y la evidencia del plan detallado para atracar el Ivex, lo archivó dos veces y en seis años solo llamó a declarar a Rafael Tabares [exdirector general del Ivex] y a un personaje secundario, propietario de un auditorio en México. Aquello fue la anti-instrucción judicial.

La barrera de silencio que Zaplana logró poner en Contreras [a medio camino entre Valencia y Madrid] raras veces se rompió. A veces me pregunto si eso ocurrió porque no había redes sociales, pero probablemente se habría sentado con algún dirigente de Facebook a intentar negociar algo.

¿No cree que una parte importante de la responsabilidad es de la prensa?

Sin duda, pero no toda. Para mí, la responsabilidad es una sociedad anónima. ¿Qué participación accionarial tiene cada uno? Hombre, los que se llevaron el dinero y saquearon, más. Después los que cobraron silencios y palabras, mucha. Siempre hablamos de lo que supuso Canal 9, pero Canal 9 era sobre todo un gran altavoz de silencios, más que de palabras. Era más por lo que callaba que por lo que contaba. En efecto, la prensa tiene una parte, la justicia otra, la política, la ciudadanía... Y una pata muy importante la forman funcionarios, auditores, interventores... Todos esos colectivos tienen la culpa y a la vez entre ellos están quienes tienen el mérito de haber propiciado la denuncia. No hay que olvidar a los empresarios. El 'pacto del pollo' [como se conoció el acuerdo que impulsaron entre el PP y Unión Valenciana para la llegada de Zaplana al poder en 1995] no fue para hacer un gobierno, sino para hacer un régimen.

¿Ese régimen valenciano no formaba parte de otro más amplio en el conjunto de España?

Uno de los alumnos más espabilados de Zaplana en España fue Ignacio González. ¿Qué había en común con lo que ocurría en otras comunidades autónomas? Es evidente, el vector financiación-urbanismo. Hablo de Madrid. En la Gürtel se ve. En Madrid estaba más apoyada en ayuntamientos, aquí más en la comunidad autónoma. La corrupción no es un hecho diferencial, cosa que tampoco permite acogerse al consuelo del mal de muchos. No somos los únicos, pero aquí la tormenta quizás fue más perfecta que en otros sitios.

Hablemos de los tesoreros del PP. La corrupción arranca de la financiación ilegal. ¿Hasta qué punto se trata de una herencia franquista, de una mentalidad oligárquica?

Efectivamente, hay un poso franquista y oligárquico. Yo lo detecté cuando hablaba un día con Sanchis Perales y, aunque no reconociera que había ayudado a Bárcenas, me explicaba que lo que hacía en su momento era “pasar la gorra para don Manuel”. Me contaba con toda naturalidad que a su casa de La Moraleja acudían los empresarios y él pasaba la gorra.

También sostenía que había perdido dinero por dedicarse a la política.

Sí, decía que había sido el peor negocio de su vida. Inconscientemente, se planteaba si la política era rentable económicamente o no. Y creía que no.

¿En Valencia tenían esa concepción de la política?

Yo no he visto un liberal más intervencionista que Zaplana. Había una falta de respeto a los espacios, la sociedad civil estaba absolutamente anulada. Hay que recordar que montaron una campaña con el lema “Agua para todos” y en el Paseo de La Alameda, como si fuera la plaza de Oriente, un día de marzo de 2003 reunieron a 120.000 personas a comer paella. Instrumentalizaban y patrimonializaban todos los sentimientos identitarios. Cambiaron la ley de cajas de ahorros para quitar y poner. Todo eso tiene mucho de régimen franquista. Zaplana iba colocando gente, desde un notario en Ciudad de la Luz hasta un vicepresidente de Bancaja, a su cuñado Hugo Valverde en Terra Mítica... Era brutal, el cortijo.

Cuando usted tenía el libro ya muy adelantado, de repente, Zaplana fue detenido. ¿No tuvo la sensación de que se cerraba una época?

La detención de Zaplana fue, en relación con todo lo que ha pasado con la corrupción, como la caída de Lehman Brothers en la crisis económica. Obviamente, resulta clave la sentencia por la financiación ilegal del PP, pero la imagen icónica es la detención de Zaplana.

Llama la atención el nivel de internacionalización que ha llegado a alcanzar la trama para el blanqueo de dinero.

En 1998 o 1999 ya estaban trabajando con empresas off shore radicadas en Irlanda, después con una cuenta en Bahamas. Tenían muy claro que el dinero carece de patria y que el dinero negro no tiene fronteras.

¿Con todo lo que ha pasado, es viable el PP?

El mío no es un libro contra el PP. Lo que se ha sabido, en buena medida, ha sido gracias a gente del partido. Pero cada día estoy más convencido de que no es viable. El ejemplo fue la refundación del partido con la llegada de Aznar. Enseguida estalló el caso Naseiro. Sinceramente, pienso que por su pecado original y por razones de mercadotecnia, necesita una refundación drástica. Eso no quita que en el PP haya mucha gente honrada y trabajadora, obviamente. Además, ¿donde acaba el PP? ¿En los afiliados o militantes o son también el millón doscientas mil personas que en 2007 lo votaron en las autonómicas o el el millón doscientas mil que en 2011 votaron a Camps?

¿Esas grandes mayorías, en campañas electorales financiadas ilegalmente, no son inherentes al régimen?

En un régimen no hay diferenciación entre sociedad civil y política, todos los espacios se confunden. Recuerdo que en 2001 fuimos a México en un viaje de Zaplana. Allí acababa de llegar a la presidencia Vicente Fox. La segunda persona a la que saludó Fox detrás de George Bush padre fue precisamente a Zaplana. Una de las cosas que celebraba Zaplana es que Fox había tumbado el régimen de 75 años del PRI. Y yo pensaba: “Al paso que vamos, tú estarás 100 años en el poder”.

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