“Fujimori fue condenado por violación de derechos humanos y corrupción. Fue responsable de un golpe de Estado, así como del desmantelamiento de nuestra institucionalidad. Su indulto demuestra el poco aprecio por la dignidad, la igualdad ante la ley, y el derecho a la memoria”. Este texto es el argumento principal de una carta que casi 300 escritores peruanos (¿tantos hay?: vaya lujo) han hecho pública contra el indulto que el presidente de la nación, Pedro Pablo Kuczynski, ha concedido al dictador Alberto Fujimori, que cumplía condena de 25 años por cometer crímenes de lesa humanidad y delitos de corrupción durante su mandato desde el año 1990 al 2000. Entre los firmantes hay varios nombres conocidos aquí, entre ellos el de Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura en 2010 y residente en España desde hace muchos años. Dejo clara aquí una obviedad: la repugnancia que me producen Fujimori y Kuczynski. Pero también una constatación que me provoca una buena dosis de rabia y mucho desasosiego.
La rabia y el desasosiego. Eso siento cuando leo la carta y al pie los nombres de algunos de sus firmantes. Y pienso en el cinismo de esos firmantes, sobre todo de quienes viven y escriben en España desde hace ya mucho tiempo, incluso en el franquismo, como es el caso particular de Vargas Llosa. Leo el párrafo que encabeza este artículo y me pregunto si todo él no es válido para enjuiciar la dictadura franquista. Sólo hay que cambiar el nombre de Fujimori por el de Franco y el párrafo vendría como anillo al dedo. La diferencia fundamental es que aquí Franco no fue condenado como Fujimori. De ahí la rabia y el desasosiego que me provoca la carta hecha pública por los intelectuales peruanos denunciando algo que en España pasó y sigue pasando y a muchos de ellos les importa un pito. O peor aún: lo que defienden en España algunos de esos firmantes es precisamente el olvido de las tropelías franquistas contra el derecho a la memoria que sí que defienden en el caso del Perú y Fujimori.
El cinismo que nos invade. Lo que vale para unos sitios no vale para otros. Los dictadores no son lo mismo según el cristal con que se los mire. Fujimori es para Vargas Llosa un monstruo (un monstruo, por cierto, que le ganó las elecciones en su país en 1990), pero cuando se le habla de Franco y del franquismo calla o defiende actitudes de equidistancia, que es una manera de absolver el golpe de Estado fascista equiparándolo a la legitimidad de la II República en julio de 1936. Las palabras mienten, aunque esas mentiras se escondan ahora con ese absurdo y engañoso palabro que se llama posverdad. Defienden los firmantes de la carta peruana la dignidad, la igualdad ante la ley y el derecho a la memoria. Recuerdo aquí los versos de Keats: “Ante el largo horizonte de los años que vengan, / no permitas que muera el honor de mi pueblo”. Esos firmantes pueden aplicarse los versos de Keats cuando hablan de su país, de Fujimori y de su cruelísima dictadura de diez años. Pero Vargas Llosa y algunos de sus amigos no aplican esos mismos versos cuando toca hablar de España, de Franco y de su cruelísima dictadura de cuarenta años.
La memoria es necesaria en Perú, pero en España lo que es necesario es el olvido. Eso dice Vargas Llosa jugando a una carta en su país de origen y a otra bien distinta cuando la partida se juega en su país de adopción entre el franquismo aún demasiado vivo entre nosotros y una memoria democrática secuestrada impunemente por los herederos de la dictadura que nos gobiernan y sus políticas ilegales a la hora de cumplir la tan frágil Ley de Memoria de 2007.
A ver cuándo el Premio Nobel de Literatura se anima a encabezar una carta con el párrafo que inicia este artículo: sólo tendría que cambiar el nombre de Fujimori por el de Franco. Pues no sé, pero me va por la cabeza que va a ser que no. ¿Ustedes qué piensan?