Mañana. Café. Noticias de fondo. Gaza otra vez en titulares. Y otra vez bombardeos, muerte, guerra, tantas penalidades que la retina se enfoca a otra parte de la estancia por un intento de mantenimiento de fe en lo que nos queda de humanidad.
Oigas lo que oigas, la crisis en Oriente Medio siempre se describe con medias tintas, parcialidades que unas veces creeremos más honestas que otras aunque no por ello dejarán de serlo. Ni crisis ni Oriente son palabras que nos hagan más comprensibles, si es que puede llegar a serlo, el horror que es sufrido en esas tierras. Crisis es un cobarde y barato eufemismo de matanza, de genocidio, de la sinrazón más dolorosa. Crisis es un concepto al que estamos demasiado habituados, motivo por el cual ya se encuentra desvirtuado, y que, por tanto, no nos ayuda a entender verdaderamente qué está pasando en Gaza. De la misma manera, Oriente es algo que nos queda demasiado lejano. Palestina, Israel, Gaza son lugares que la mayor parte de los mortales no sabría ni ubicar en un mapa. Partiendo de ahí, la más brutal indiferencia surge en el seno del espectador al visionar el reality show que son los telediarios. Oriente son personas, seres que podríamos ser nosotros en cualquier momento pero que, al no serlo, olvidamos que ellos lo son. Son personas sumidas en la impersonalidad.
Dicen que la comunidad internacional está preocupada. Así como quien se preocupa porque ha perdido el metro. La comunidad internacional habla en sus mullidos sillones sobre este tema de la misma manera que una escena de bar contiene las definitivas soluciones para la regeneración española. De aquellos vientos, estas tormentas. Aquellos a los que se incluye dentro de la comunidad internacional, Europa y EEUU, no son más que delegados, asalariados, es más, mercenarios de unos intereses encubiertos pero recubiertos con la más absurda e inútil moral social aunque también directamente y sin complejos alineados en cualquier frente de la batalla, como es el caso del irrisorio premio Nobel de la Paz, mister president, Barack Obama. En fin, que la comunidad internacional no es nada porque en nada marca la diferencia y, cuando trata de marcarla, acaba por agravar la situación. Es inútil porque no hace nada y jode cuando se propone hacer algo. Esta idea no debería resultar complicada teniendo en cuenta la gestión de la crisis que hemos sufrido y sufrimos los españoles. Sin embargo, oímos hablar de “comunidad internacional” sin tener claro al cien por cien de qué nos hablan.
Se habla también de fronteras, palabro que ya de por sí se las trae. Recuerdo una entrevista a no sé qué escritor en la que le preguntaban cuál era la palabra que más amaba y cuál la que más repudiaba. Durante un momento, me imaginé frente al entrevistador y automáticamente me vino a la cabeza la palabra frontera como la más aborrecible que podía imaginar. Y eso que la considero empíricamente insalvable para regular las estructuras estatales del globo terráqueo que estamos desinflando día tras día. El hecho es que entre Israel y Palestina se plantean unas fronteras territoriales, culturales, religiosas, sociales y de todo tipo que muy pocos deben verdaderamente entender. En mi caso, cuanto más oigo sobre estos dos púgiles y su ring, menos entiendo qué les ha llevado a subirse a él. Sus fronteras son sus diferencias, desencuentros, y a la postre, su conflicto armado. El declararse frente al otro ha llevado a querer acabar con el otro. La pregunta entonces sería porqué. La respuesta es enormemente compleja. Saber a quién sería conveniente escuchársela, también. Lo único que puedo llegar a entender es que humanos están matando a humanos.
Me inclino a pensar que buena parte del conflicto surge y se hereda de la confrontación que siempre yace tras la (oh, sorpresa) religión, el más peligroso invento y el mayor cáncer que la humanidad ha conocido. Puede que los orígenes de esta guerra eterna no señalen directamente a una yihad o a una cruzada de liberación. Si bien es cierto que la religión ofrece el mejor de los disfraces para emprender un ataque con fines económicos, no es menos cierto que los creyentes están siempre dispuestos a estar en actitud beligerante respecto a las otras creencias, ya sea ésta una beligerancia verbal o física. Otro de los puntos de mi incomprensión en todo este tema reside precisamente aquí, en cómo es posible que el delirio colectivo y el estado de catatonia que es la religión ofrezca un escenario tan deplorable que parece que nunca vaya a cerrar el telón.
Tal vez planteo demasiados interrogantes. Pero en verdad, es adónde quería llegar porque la sobreexposición de oír o leer Gaza en los medios me ha conducido a un estado de duda general en el que ya no sé qué está ocurriendo ni mucho menos su porqué. Por eso, la última vez que alguien preguntó en una de esas escenas de bares regeneracionistas sobre qué pasaba en Gaza, lo más sensato que hallé contestar fue “ni puta idea”.