Se ha instalado una cierta sordina. Tal vez la evolución política de los últimos meses, marcados por la respuesta autoritaria, represiva y judicializada al conflicto en Catalunya ha influido. Una respuesta que era esperable en los herederos del franquismo sociológico, pero no tanto en la izquierda democrática y socialista de tradición republicana. Como ha apuntado Ignacio Sánchez Cuenca (La confusión nacional. La democracia española ante la crisis catalana, Catarata, 2018), la democracia española ha salido tocada de este trance y ha mostrado a la luz del día sus muchas insuficiencias, un gran déficit de cintura y de cultura democrática. Ante un conflicto político -cierto que de envergadura- no se ha hecho política. Se ha hecho otra cosa. Pero lo más decepcionante ha sido la actitud seguidista de la izquierda, empezando por el PSOE. Y el silencio aquiescente de la intelectualidad española.
Se ha producido un cierre de filas en torno al nacionalismo esencialista español, que no admite discusiones acerca de los derechos nacionales de “los otros”, que ni siquiera acepta, tolera o reconoce que puedan existir “otros”. Si esos otros -que pese a todas las negaciones existen y no pueden ser eliminados- plantean que tal vez las cosas podrían ser diferentes, se va “a por ellos”, y ya está. Todo muy democrático…
Dicho cierre de filas, sumado al desconcierto de la izquierda; al ascenso de un ambiguo e inquietante partido -Ciudadanos- que a la larga, porque se centra en un nacionalismo españolista de mano dura, se alineará con la nueva derecha identitaria europea -y si no, al tiempo-; a los desfases de Podemos; y a otros factores… han puesto, como apuntaba, en sordina, han soterrado, uno de los escándalos más sangrantes y cargados de consecuencias de la realidad social española.
Así ha sucedido en el terreno político, para gran contento de quienes pretenden marginar la agenda social. En el terreno socioeconómico tal vez haya contribuido también al silenciamiento relativo del drama la tímida recuperación de la actividad económica con el tirón en la demanda de trabajadores precarios, el auge del turismo de masas o la consolidación del exilio económico de quienes tuvieron que poner tierra por medio en el momento peor de la crisis. Incluso el empleo público, suavizados los topes a la tasa de reposición, o la masiva jubilación de los nacidos en los años 40 y 50 (la generación de la transición, por cierto) ha matizado asimismo un tanto una situación explosiva.
Pero esa carga explosiva permanece intacta e incluso podría agravarse.
En síntesis, la reactivación económica -tímida e inestable- se ha basado en una devaluación salarial implacable. Y a la vez en un incremento salvaje de las rentas de la propiedad en vivienda y servicios básicos. El mileurismo de antaño hoy queda lejos. Los apoyos familiares siguen siendo vitales. El trabajo fijo, estable y de calidad es un bien muy escaso. Así resulta inviable organizar la autonomía personal, forjar planes de vida sustentables, formar familias, acceder a la vivienda, tener hijos…. O se hace a un coste psíquico, emocional y a la larga físico elevadísimo.
Así las cosas, el malestar prosigue, como las brasas después de un gran fuego. En el fondo todo el mundo sabe dónde está la raíz, la causa, de tanta frustración. En una desigualdad social extrema, una distribución injusta de la renta y la riqueza, el mantenimiento numantino de los privilegios de unas élites que controlan la contratación pública, los altos niveles de la administración, la gran propiedad, el capital y las finanzas. España es uno de los países con mayor desigualdad social de Europa occidental. Los problemas de fondo no se abordan. Se postergan. El caso de Catalunya no es único. La despoblación interior, el atraso crónico de las regiones subvencionadas, la baja natalidad, el corredor mediterráneo, las energías alternativas, la formación profesional, el paro juvenil, el futuro de las pensiones… Nada de eso se aborda seriamente. Como mucho se “crea una comisión”. Que ya se sabe para qué sirve. Y nada de eso se aborda porque parece que una ley no escrita de la constitución material de España (la formal es otra cosa) dice que no se tocará ni un pelo a quienes de verdad mandan y tienen el poder.
Mientras tanto la izquierda con posibilidades de gobernar -perpleja además en toda Europa, salvo en Portugal- no se entera o no se quiere enterar. Podemos fue un revulsivo. Que no ha ido a más, por el momento. Pero todo llegará. Porque el escándalo social de la generación precaria, al que se suma la incertidumbre generada irresponsablemente entre cientos de miles de jubilados en torno al futuro de las pensiones, alterará sin duda las coordenadas de la situación política.
La generación precaria encuentra trabajos de 700 euros al mes. Los alquileres no paran de aumentar. Así como los servicios básicos de electricidad, agua, gas, seguros o telefonía, en manos de oligopolios que se reparten las rentas generadas. El turismo de masas, en pleno auge por muchas razones, es una fuente de empleos precarios y de baja remuneración, pero algo es algo. Sin embargo, al mismo tiempo presiona al alza -¡y de qué manera!- sobre los alquileres en ciudades y áreas turísticas, al punto que hay trabajadores del turismo que no encuentran dónde alojarse (caso de Eivissa, por ejemplo) y viven hacinados. Muchos de los que emigraron -jóvenes en general bien formados- ya se han perdido. Se han buscado nuevas vidas en Alemania, Gran Bretaña o Francia. Esta emigración de gente cualificada, activa y en plena edad productiva es una gran pérdida. Con un coste personal muy alto para ellos -el desarraigo- pero también en términos globales, económicos, como certificaría cualquier estudioso de la economía.
Así las cosas, el caso del máster fraudulento de la presidenta de la Comunidad de Madrid y dirigente del PP Cristina Cifuentes ha sido también un revulsivo. Una gota que ha estado a punto de colmar el vaso. Una más. Una hoja de parra ha volado gracias al trabajo periodístico de eldiario.es y ha dejado al descubierto las vergüenzas de un fenómeno seguramente harto extendido. De otra modalidad no menos pérfida de corrupción.
Un trabajo periodístico digno del máximo reconocimiento público ha sacado a la luz la colusión entre políticos poco escrupulosos y una Universidad sin prestigio y controlada por grupos de interés, creada alegremente en la época del dominio absoluto de unos gobernantes, como Gallardón o Zaplana y sus cohortes, pródigos con el dinero ajeno y marrulleros contumaces. Dicho sea sin ningún respeto. Porque no lo merecen.
Un día llegará la gota que colmará irreversiblemente el vaso. ¿Cómo, cuándo? Es imprevisible, desde luego. Pero llegará. Las inflexiones sociales explosivas suceden, simplemente. Se presentan de improviso.
Lo que sí cabe prever es que en el siglo XXI la revolución será precaria y feminista y no será una revolución. Será otra cosa, pero revolucionaria en sus consecuencias. Porque como hasta ahora no se puede seguir.