Por Cuarta semana de confinamiento. Tiempo más que suficiente para sacar a la luz las miserias de nuestro tiempo. Las heridas se abren, supuran, escuecen y ahora se hacen más visibles que nunca. El Covid-19 ha paralizado en seco la maquinaria capitalista y el bloqueo nos ha permitido evidenciar de una forma un tanto obscena que las personas no estaban en el centro.
Todo esto no es nuevo. Las heridas hace mucho que están ahí, escondidas bajo un manto de tiritas. Desde las organizaciones sociales nos devanamos los sesos para denunciar lo que ahora resulta cristalino. Si algo tenemos que agradecer al bicho es que ha hecho la mejor campaña de sensibilización posible.
El catálogo de heridas es amplio: para empezar, la soledad. En España más de cuatro millones de personas dicen sentirse solas. En estos días nos hemos acordado de ellas, les llevamos la compra, les cantamos cumpleaños feliz a varios metros de distancia, las llamamos por teléfono.
Otra herida que hoy nos escuece y mucho es la precaria situación de las profesionales del hogar y los cuidados. Muchas de ellas mujeres extranjeras en situación irregular que llevan años trabajando muy a su pesar sin ningún tipo de contrato. Hoy muchas de ellas no se pueden quedar en casa. Lo cuenta bien Dolores Jacinto Nieto en esta entrada de El Fémur de Eva.
La brecha digital es otra herida que evidencia que el confinamiento no está siendo igual para todos.
Niños, niñas, adolescentes en situación de extrema vulnerabilidad hoy no pueden comunicarse con su centro escolar y seguir las miles de iniciativas online que toda la comunidad educativa está improvisando estos días. En casa no hay tablets, ni ordenadores, ni wifi. Hay brecha.
El catálogo de heridas es amplio: la precariedad y desprotección de las residencias de personas dependientes, la situación de las personas sin hogar, el injusto encarcelamiento de personas indocumentadas en los Centros de Internamiento de Extranjeros, las mujeres víctimas de violencia de género., los explotados trabajadores extranjeros del sector agrario. Y si miramos un poco más allá de nuestras fronteras, no hay herida, hay desgarro. Apenas empezamos a ver las consecuencias que tendrá la pandemia en países empobrecidos donde el derecho a la salud no está garantizado. No. Las personas no estaban en el centro.
Ahora que no hay tiritas, que la cosa duele de verdad, todo es emergencia. El Estado, las empresas, las personas de buena voluntad, todos nos apresuramos agudizando el ingenio para que la herida no se infecte en este, nuestro blanco y patriarcal primer mundo. En otras latitudes las heridas hace tiempo que están infectadas. Ahora tal vez nos acordamos un poco más de África y sus continuas epidemias. Muchas de ellas evitables. Ahora, por fin, parece que encontramos el sentido a la palabra cooperación.
Y la pregunta que todos nos hacemos hoy: ¿qué pasará cuando todo esto acabe?, ¿seguiremos igual, poniendo parches? Quiero imaginar que no, que cuando todo esto acabe dejaremos de ser tan estúpidamente individualistas, nos preocuparemos mucho más por el planeta, focalizaremos todos nuestros esfuerzos en construir una auténtica sociedad de los cuidados. Ya no hay excusas. Es la mejor oportunidad para poner a las personas y el planeta en el centro.
*Lourdes Mirón, presidenta de la Coordinadora Valenciana de ONGD