Antonio Ruiz tenía apenas 17 años cuando fue detenido por la policía franquista por su condición de homosexual, violado, encarcelado durante tres meses en Badajoz y desterrado un año en Dénia.
Su terrible historia personal ha servido a los autores de El violeta Marina Cochet (ilustradora), Antonio Santos y Juan Sepúlveda (guionistas) para hilar una historia de la represión franquista contra el colectivo LGTBI en Valencia durante el franquismo. “Me impactó mucho conocer el miedo que sentían y cómo se tenían que esconder”, cuenta el escritor Juan Sepúlveda (Valencia, 1982).
La Brigada Criminal de la policía franquista “hacía redadas todas las noches en los ambientes que frecuentaban los homosexuales”, cuenta a eldiario.es Antonio Ruiz, de 61 años y presidente de la Asociación de Ex Presos Sociales. “Era un ambiente muy gris y oscuro, siempre nos protegíamos los unos a los otros y nos poníamos motes, nunca nos llamábamos por nuestro nombre, era un ambiente muy negro y tétrico”, añade. Con tal panorama de fondo, las personas LGTBI se veían obligados a “tener sexo de malas formas y poco higiénico”. Además, “todos los que fueron represaliados tuvieron que pasar por la prostitución hasta que pudieron rehacer tu vida”.
El cómic, que ya va por la segunda edición y que se expone estos días en Las Naves, narra una trama cruda y dolorosa que a medida que avanza la narración abandona la historia personal de Antonio Ruiz para abarcar otros fenómenos, como el papel de la Iglesia, los tormentosos matrimonios de conveniencia o el campo de concentración para homosexuales de Tefía que las autoridades franquistas montaron en Fuerteventura entre 1954 y 1966, uno de los 296 que existieron durante la dictadura en España, según los cálculos del periodista Carlos Hernández de Miguel, autor de Los campos de concentración de Franco (Ediciones B, 2019).
La policía franquista tuvo un papel muy relevante en la persecución del colectivo LGTBI en España. El agente de la Brigada Político Social y activo escritor de extrema derecha, Julián Carlavilla, publicó Sodomitas (Nos, 1956), una suerte de tratado que considera que “la severidad hitleriana para con los homosexuales, con haber sido grande, no evitó, ni mucho menos, todo el mal”. El comisario Carlavilla, que incluso relata una “visita oficial al campo de Orianenburgo” en pleno nazismo, escribió su libro propagandístico “para mostrar el peligro que es el sodomita para la Patria pero también (…) para la sociedad y, sobre todo, para la familia”. La Iglesia católica tuvo, en el caso de Antonio Ruiz, un papel importante; no en vano fue una monja quien lo denunció. “Vivíamos en un Estado nacional católico y ahí la Iglesia partía el bacalao igual que La Culona [Francisco Franco]”, dice Ruiz.
La represión de la homosexualidad masculina es un “tema habitualmente soslayado y en ocasiones campo de tópicos repetidos”, sostienen los historiadores José Babiano, Gutmaro Gómez Bravo, Antonio Míguez y Javier Tébar, coautores de Verdugos impunes. El franquismo y la violación sistémica de los derechos humanos (Pasado y Presente, 2018). Antonio Ruiz considera que “hay mucho más interés en historiadores extranjeros que en historiadores españoles”.
El régimen franquista reformó la Ley de vagos y maleantes en 1954 para incluir a los homosexuales y en 1970 aprobó la Ley de peligrosidad y y rehabilitación social, que endureció la represión contra el colectivo LGTBI. “Los 58.000 expedientes de peligrosidad social con 21.000 sentencias condenatorias, entre 1974 y 1975, son buena prueba de ello”, sostienen los autores de Verdugos impunes.
En 1976 había 698 hombres encarcelados por “peligrosidad”. Hasta 1978 no se eliminó la homosexualidad de la lista de delitos perseguidos por la ley de 1970, “una norma legal que no fue derogada oficialmente hasta la reforma del Código Penal de 1995”, apuntan los autores del libro. “Aún estamos fichados en el sistema informático de la Policía”, denuncia el activista.
Antonio Ruiz fue el primer represaliado por su condición de homosexual que tuvo acceso a su expediente y que fue indemnizado por el calvario que sufrió. En 1995 averiguó dónde estaban los expedientes judiciales y, tras cinco años de trabas, el Consejo General del Poder Judicial, le dio la razón y obtuvo así una copia testimoniada.
El acceso a los expedientes de peligrosidad social, recuerda Ruiz, “es el gran problema que hay, es el trabajo que intentamos llevar a cabo en todas las comunidades autónomas”. Esta línea de investigación, con honrosas excepciones como el libro del periodista Fernando Olmeda El látigo y la pluma. Homosexuales en la España de Franco (Oberon, 2004), ha permanecido prácticamente inexplorada. “Con los historiadores que nos llaman y nos consultan, nos volcamos”, apostilla Ruiz. El guionista de El violeta, Juan Sepúlveda, “nunca había oído hablar” del campo de concentración para homosexuales. “Fui a Canarias a verlo”, explica.
La Asociación de Ex Presos Sociales prepara, en colaboración con la Conselleria de Igualdad y Políticas Inclusivas de Mónica Oltra, una recopilación de la documentación dispersa sobre la represión franquista de la homosexualidad, tal como prevé el artículo 38 de la Ley de igualdad de las personas LGTBI, aprobada en 2018. El denominado Espai de la Memòria LGTBI, aún en estado embrionario según apuntan fuentes de la Conselleria de Oltra, “albergará archivos, registros y documentación de diversa tipología” y sus fondos documentales serán de libre acceso para la ciudadanía.
El violeta es un testimonio hiriente y duro que homenajea a las personas represaliadas por su condición homosexual durante la dictadura franquista. “La gente mayor como Antonio realmente sabe que fue así, porque lees los testimonios y había miles y miles de casos de salvajadas”, dice Sepúlveda, quien considera que con el cómic “nos hemos quedado cortos”.
“Yo pude rehacer mi vida en la década de 1990”, dice Antonio Ruiz.