Me considero un hombre feminista y, por eso mismo, soy consciente del peso que una educación, una cultura y una sociedad patriarcal ejercen todavía sobre mí. Trato cada día de dejar de ser machista, aprendiendo de mujeres que, con su mirada violeta, me siguen abriendo los ojos ante machismos cotidianos que, desde mi posición privilegiada, yo era incapaz de percibir. Estoy especialmente orgulloso de tener una hija y un hijo que defienden sus principios feministas en las discusiones del patio del colegio, y en casa ponen a prueba los míos en cada acción, en cada palabra, en cada gesto.
Por todo ello, celebro enormemente el éxito de la movilización de este 8 de marzo, que demuestra que, en una época de retrocesos históricos y renuncias ideológicas, el feminismo avanza. Y lo hace gracias a ellas, las mujeres rebeldes que han dado una lección al mundo –y sobre todo a los hombres- de cómo organizarse, de cómo comunicar, de cómo ganar la hegemonía. La lucha feminista no ha empezado ahora sino que viene de lejos, de las revolucionarias francesas y rusas, de las sufragistas británicas, de Clara Campoamor y de Angela Davis… Pero ahora son millones y van a ganar.
Una de sus primeras victorias este 8 de marzo ha sido darle la vuelta al relato de la historia, que siempre ha sido escrito por y para los hombres. Esta vez no sólo han sido ellas las protagonistas de la huelga feminista, quienes la han convocado y secundado, sino que nos han dejado a los hombres confusos y desorientados, preguntándonos aquello de “¿qué se supone que debo hacer? ¿qué es exactamente lo que se espera de mí?”. Acostumbrados a vivir en la seguridad de un rol dominante, nos resulta difícil asumir la posición subalterna, en la que uno se cuestiona a sí mismo y tiene miedo a ser cuestionado por los demás. ¿A que sabéis bien de lo que hablo, compañeras?
Como ejemplo, referiré aquí mis cavilaciones sobre mi participación en la huelga feminista. Hasta ésta, yo había hecho todas las huelgas generales, siempre activo en el piquete o en la pancarta, en los medios o en las redes sociales, haciendo discursos ante un auditorio o proselitismo en mi entorno personal. Y cada 8 de marzo, durante los últimos 20 años, había acudido a la manifestación feminista –la más vibrante del calendario- sabiendo que ese día tocaba ceder el protagonismo a las mujeres. Pero estos días andaba confuso, viendo acercarse una gran movilización histórica, que me entusiasmaba y a la que quería contribuir, sin tener muy claro cuál era mi papel: ¿hacer huelga como feminista o quedarme trabajando como hombre? ¿hacer oír mi voz en apoyo de las mujeres o callarme para no interferir en la suya?.
Sinceramente, creo que de este proceso he extraído muchos aprendizajes. Por supuesto, a renunciar al protagonismo, aunque quizá eso sea lo más fácil si viene escrito en el guión. Más importante aún es asumir que el protagonismo no lo hemos cedido los hombres sino que directamente no nos ha sido concedido por las mujeres. No estaba claro cuál era nuestro papel en la huelga feminista… ¡porque no importaba nada! Y, fundamentalmente, he aprendido a dudar y, ante la duda, a preguntar a mis compañeras, a reconocer su liderazgo, a necesitar su aceptación… ¡A escucharlas!
Al final tomé parte en la huelga en la manera en que me pareció más coherente, aunque nadie me quite de encima la duda que ha venido para quedarse. Y, después de mantener un prudente silencio hasta el 8 de marzo, hice caso a mi compañera de vida y me puse a escribir estas reflexiones para el día siguiente. Porque la jornada fue un gran éxito que recordaremos toda la vida, pero ahora viene lo más importante: dar la batalla contra “el machismo nuestro de cada día”. Para ganarla, hemos de redoblar nuestros esfuerzos todos y todas. Nosotros, los hombres, desde la posición más cómoda, teniendo en todo momento la seguridad de que no seremos acosados, ni violados, ni agredidos o asesinados por nuestra pareja, de que nadie nos juzgará por ser el novio de, ni cambiará de conversación cuando tomemos la palabra. Ellas, las mujeres, en primera línea del frente, donde caen las bombas del patriarcado en forma de terrorismo machista, violencia sexual, segregación laboral y brecha salarial.
Ellas delante, nosotros detrás.
¡Viva la lucha feminista!