Carles, Claudia, Lucía, Elena, Aitana, Marta, Carmen, Albert, Ana, Helena, Ferran... son alumnos de cuarto de la ESO en el IES Rafelbunyol de esta localidad de la comarca valenciana de l'Horta Nord que protagonizan, junto a su profesor de valenciano, Vicent Soler (Sento), una improvisada 'asamblea' en clase en la que todos se sinceran acerca de sus vivencias –educativas y también vitales–. Reflexionan sobre todo lo que han vivido durante la pandemia, desde que el pasado mes de marzo les enviaran a casa por la declaración del estado de alarma hasta ahora, cuando la tan cacareada 'nueva normalidad' les obliga a dar clase con la mascarilla puesta y guardando la distancia de seguridad, lo que no es nada sencillo en un espacio que comparten 27 alumnos con su profesor. Debaten con absoluta libertad en un aula que tiene, como todas, las ventanas abiertas, aunque ese día no hace frío: “Hay que venir abrigados, porque cuando bajan las temperaturas pasamos frío”.
Son estudiantes –adolescentes de 15 años– que han experimentado diferentes modelos de clases (telemática, semipresencial, presencial...) y que no dudan en que no hay alternativa mejor que ir al instituto para mantener el contacto social y mejorar su nivel académico. “Al principio del confinamiento, cuando pensábamos que apenas iba a durar unas semanas, todavía te esforzabas un poco, pero en cuanto nos dijeron que nos iban a aprobar a todos ya no hacíamos nada”, confiesa Lucía, una aseveración que la mayoría comparte, “incluso nos repartíamos los deberes, cada uno hacía una materia y después los compartíamos”. “Hemos hecho alguna trampa que otra, incluso en los exámenes”, reconocen muchos, aunque hay quien discrepa: “También depende de la responsabilidad individual de cada uno el esforzarse más o no, no todo es culpa de los profesores”, resalta Ferran, mientras otro comenta: “Nos quejamos mucho, pero la situación era nueva para todos y nosotros también podíamos haber puesto más de nuestra parte”.
Lo que sí que aseguran de forma unánime es el estrés que les causó la época del confinamiento, “psicológicamente lo hemos pasado mal”. En ese período echaron en falta, de forma generalizada, un mayor acompañamiento por parte de los docentes: “Hemos perdido seis meses, ha bajado el nivel y tenemos menos disciplina. Te encontrabas con profesores que ni aparecieron, mientras que otros te bombardeaban con deberes”. Al respecto, una de las alumnas comenta, a modo de anécdota, cómo respondió a un ejercicio con otro tema a propósito para comprobar si realmente corregían todo lo que se les mandaba, “y la nota que tuve fue un nueve... Se nos subió la nota de forma ficticia”. Ahora cuesta más ponerse a estudiar, indican: “Cuesta mucho volver a la rutina después de seis meses sin ver interés ni preocupación al otro lado”. Lo que tienen claro es que, si tuvieran que valorar a los profesores, “más de uno se enfadaría, porque la mayoría suspendería”.
Difícil para todos
Al otro lado de la 'trinchera', Sento agradece la sinceridad de sus alumnos y reconoce que fue difícil para todos, sin medios, un “sálvese quien pueda”. “No sabíamos cómo estabais ni cuál era vuestra salud mental”, explica y añade que las consignas que recibieron fue: “Hay que darles algo para que tengan cosas que hacer”. Reconoce que hubo profesores que se pasaron mandando deberes y que se inflaron las notas, pero también que hubo alumnos que se esforzaban y otros que no: “Hay quien, a pesar de saber que tenía buena nota, siguió trabajando”.
Valora el esfuerzo realizado por retomar las clases presenciales, todo a raíz de una petición de los padres después de las primeras semanas de semipresencialidad. No obstante, reconoce que se trabajaba más cuando eran menos en el aula: “No se dan las condiciones para dar una buena clase. Lo ideal hubiera sido que fuéramos 20 y no 27, pero se iba a partir la clase en dos”, reconoce.
La experiencia educativa con la pandemia también ha servido para ver que una asignatura como informática “está mal planteada, debería ser más importante y que ofreciera conocimientos que fueran realmente útiles en este tipo de situaciones. No están preparados ellos como alumnos, ni nosotros como profesores tenemos las herramientas y los conocimientos adecuados para una situación como la que vivimos desde marzo”.
Sobre el comienzo del curso de forma semipresencial, Rosa Olmos, profesora de lengua, lo califica como un “caos” y un “despropósito”. Destaca que era muy difícil adelantar temario, con alumnos que determinadas materias las tenían cada dos semanas –los estudiantes iban a clase días alternos: lunes, miércoles y viernes una semana, martes y jueves la siguiente–. Sobre el confinamiento, Rosa optó por mantener las clases on-line y sostiene que hubo momentos en los que no daba abasto, con viernes en los que tenía unos 200 correos de alumnos, con un desgaste emocional que “se ha notado”. También reconoce que el nivel se ha resentido, “sabían que solo se les evaluaban el primer y el segundo trimestre”, aunque “ahora sí que se nota quien trabajó durante esos meses y quien no”. Por eso, cree “fundamental” que los alumnos vayan a clase cada día.
La directora del instituto, Antonia Pérez, está totalmente de acuerdo. Y para garantizar esa total presencialidad “hemos hecho un esfuerzo sobrehumano los meses de julio, agosto y septiembre, reconvirtiendo espacios, sacando aulas de lugares como el taller de tecnología, de donde han salido dos clases, organizando el patio, que es pequeño, y los horarios para minimizar riesgos y posibilitar que todos los estudiantes puedan ir cada día a clase, algo que beneficia a todos, porque si no, el aprendizaje es mucho más lento, ya que había el doble de grupos”.
El instituto, un lugar seguro
Tanto alumnos como profesores consideran que el instituto, con unos 600 alumnos, es un lugar seguro, y los datos lo avalan. No se han producido contagios en los centros educativos, sino que se producen fuera del ámbito escolar. Rosa apunta que, aunque por lo general no hay mayores problemas, la 'lucha' es en el patio: “Están muy concienciados, aunque en ocasiones cuesta un poco que guarden la distancia social: ”Pretender que en todo momento estén a un metro y medio o dos metros de distancia es del todo imposible“. Todo el ”miedo“ y ”ansiedad“ que se tenía al principio de curso, ha pasado.
Pérez insiste en que se ha trabajado mucho, “sin descanso”, para que el centro sea un lugar seguro, “y eso a pesar de que somos profesores y no expertos en riesgos”, al tiempo que destaca el comportamiento sumamente responsable de los jóvenes. “Hasta el momento únicamente hemos tenido tres positivos de COVID entre el profesorado y otros tres entre el alumnado, y en todos los casos se trataba de contagios que se produjeron fuera del centro, en el ámbito social o laboral”.
Responsabilidad ante la COVID
La mayoría de los alumnos de esta clase reconoce que no ha tenido experiencias muy próximas con la enfermedad, aunque un par de ellos han tenido familiares contagiados que incluso han sido hospitalizados. No obstante, se muestran muy concienciados de no contagiarse, sobre todo por sus abuelos: “Quienes tenemos abuelos tenemos miedo, porque sabemos que si nos contagiamos nosotros no es tan grave, pero si enferman ellos, puede que no lo cuenten”, dice una alumna, una reflexión que comparten sus compañeros: “Preferimos pasarla nosotros a que enfermen ellos”, indica otra joven, quien lamenta que mientras ella –como sus compañeros– lleva la mascarilla puesta y procura tomar todas las precauciones cuando va a casa de sus abuelos, sus padres o sus abuelos se la quitan, como si no hubiera peligro.
Por eso, se enfadan cuando escuchan que son ellos, los jóvenes, los principales responsables de los repuntes de contagios de coronavirus. “Vas por ahí y ves a gente sin mascarilla, aunque es cierto que se notaba más relajación en verano”, reseña Aitana, mientras que Elena confiesa que le da “mucha rabia” que se les culpe a ellos: “Es injusto”. “Lo más fácil es echarnos la culpa”, concluye.