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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El insomnio electoral

Dicen los expertos que al tercer día sin dormir una persona normal comienza a sufrir alucinaciones y a perder el contacto con la realidad. Supongo que lo que sucede en la cabeza de esa persona normal acontece también en el complejo cerebro de un presidente, aunque sea en funciones. Así que imagino el calvario por el que ha debido pasar Pedro Sánchez desde que en la noche del pasado 28 de abril comenzó a tener dificultades para conciliar el sueño solo de pensar que en su consejo de ministros podría colarse algún perroflauta. No es para menos, imaginarse compartiendo mesa cada viernes con las rastas de Alberto Rodríguez le quitaría el sueño a cualquiera. Y más a él, a quien la prensa italiana había bautizado como Pedro El Bello.

Si no hubiera estado sometido a tanta tensión, Sánchez podría haber ido a un terapeuta que le ayudara a comprender lo inconsistente de sus desvelos. Tal vez así, él y Pablo Iglesias podrían haber avanzado en las negociaciones asumiendo la táctica y la estrategia amorosa que defendía Mario Benedetti. Al menos el líder morado ya había interiorizado los consejos estratégicos que recomendaba el poeta: Mi estrategia es / que un día cualquiera / no sé cómo ni sé / con qué pretexto / por fin me necesites. Les fallaba, eso sí, los aspectos tácticos defendidos por el uruguayo: Mi táctica es / mirarte / aprender como sos / quererte como sos.

No era fácil esa aceptación mutua. A Sánchez la falta de sueño comenzó a provocarle las primeras alucinaciones. Fue así cómo quien hasta entonces había sido su “socio preferente”, que le había apoyado para llegar a Moncloa y con el que había sido capaz de consensuar unos presupuestos generales del Estado, se convertía en su cabeza en un peligroso bolchevique desatado dispuesto a quemar el Estado y romper España. También era complicado para Iglesias. Y no solo por la sombra del socialiberalismo, ni porque el presidente rechazara que su coleta compitiera con la raya de su peinado en el consejo de ministros. El líder morado tenía difícil querer a Pedro tal como era porque resultaba un enigma saber cómo era: un día se levantaba cantando La Internacional y al otro abrazaba a Macron, una mañana recibía refugiados y a la otra multaba a sus rescatadores, un mes alababa la España plurinacional y al siguiente el 155.

Tal vez si el dirigente de Podemos hubiera sabido que detrás de todo ello estaba el terrible insomnio que atacaba a la bella esperanza de la socialdemocracia europea, hubiese sido más prudente en sus palabras. Pero no lo fue. O al menos no lo fue a tiempo, porque cuando quiso darse cuenta Pedro Sánchez ya estaba afectado por la segunda consecuencia del pertinaz desvelo: la pérdida de contacto con la realidad, acentuada por los análisis de Iván Redondo. Esto hizo saltar por los aires la premisa estratégica de Benedetti: el presidente en funciones estaba convencido de que no necesitaba de la otra izquierda para mantenerse en Moncloa, lo que explica que, para alivio de la vieja guardia del partido, pusiera más empeño en lograr la abstención de PP y Cs que el apoyo de Unidas Podemos. Durante la frustrada sesión de investidura y hasta el último minuto.

Pero las fuerzas humanas tienen un límite y llega un punto en que no aguantan más. Por eso ahora los españoles volvemos a estar de elecciones para que Pedro Sánchez pueda dormir. Él y la Confederación Empresarial, a la que al parecer, gracias a la vigencia de la reforma laboral de Mariano Rajoy, le quitaba más el sueño la perspectiva de un gobierno de izquierdas que la nueva crisis que se avecina. Ahora ya pueden ambos dormir a pierna suelta. Al menos hasta el 10 de noviembre. Eso sí, no deberían bajar la guardia. Al fin y al cabo si el insomnio provoca trastornos, el sueño también nos conduce a irrealidades oníricas. Por eso haría bien el nuevo Pedro Sánchez moderado y centrista en recordar los versos de Calderón: Sueña el rey que es rey, y vive / con este engaño mandando. O aquellas palabras de Shakespeare: Morir es dormir... y tal vez soñar. Porque hay días impertinentes en que uno se despierta por la mañana de su sueño y se descubre que ya está muerto.