El legado de Joan Fuster empieza a revivir

Veinticinco años después de su muerte, la memoria de Joan Fuster (1922-1992) revive en Sueca, la ciudad valenciana de la Ribera del Júcar en la que nació, murió y vivió incluso cuando ya se había convertido en un intelectual de referencia para importantes sectores de la opinión pública, sobre todo en el tránsito del franquismo a la democracia, un período tan convulso como productivo en el que defendió las libertades democráticas y reivindicó el derecho al autogobierno del País Valenciano desde una concepción nacional compartida con el resto de los territorios de lengua catalana.

El día 25 de enero, en la capital de la Ribera Baja, en la que fue su casa, se inaugurará el Museu Fuster, primer paso largamente esperado de un proyecto que pretende hacer de este espacio un foco de cultura y un ámbito de investigación a la altura del talento del autor de incisivas obras de ensayo sobre temas universales como El descrèdit de la realitat (El descrédito de la realidad), Contra Unamuno y los demás o Diccionari per a ociosos, de trabajos de historia cultural como Poetes, moriscos i capellans o Heretgies, revoltes i sermons, de revisiones críticas de la literatura clásica y contemporánea; de aforismos de volteriana agudeza o dietarios en la línea de un Josep Pla o un Montaigne; de guías de viaje eruditas y amenas como la famosa El País Valenciano y de aproximaciones a la cuestión civil e identitaria tan influyentes como Nosaltres, els valencians (Nosotros los valencianos).

Dos edificios de principios del siglo XX, en los números 10 y 8 de la calle de Sant Josep, que corresponden a la propia casa de Fuster y a la contigua casa Pasqual Fos, ambas obras del arquitecto local Bonaventura Ferrando, conforman el Espai Fuster, en cuya planta baja se hallan las dependencias del museo. Se trata de una institución de dimensiones modestas organizada con piezas seleccionadas de su legado en las estancias que el autor de Nosaltres, els valencians ocupó, en buena parte con su gran biblioteca y sus abundantes papeles.

Para hacerlo posible, después de varias peripecias derivadas del cumplimiento de las voluntades testamentarias de Fuster y de las indecisiones de las administraciones implicadas, la Generalitat Valenciana ha cedido el uso de la casa de Fuster al Ayuntamiento de Sueca, que se ha hecho cargo de su gestión. Al Ayuntamiento le ha cedido también el heredero de Fuster, el escritor Josep Palàcios, el fondo de su propiedad, al no llegar a acordar los albaceas de la herencia una mejor propuesta en el plazo legalmente establecido.

Tres personas atenderán el museo. El Ayuntamiento de Sueca no ha podido contratar directamente al personal necesario debido a las restricciones administrativas. Por ello ha optado por convocar un concurso, al que se han presentado tres empresas. La ganadora aporta una persona con funciones de conserje, una guía y una monitora didáctica. Se trata del personal que atenderá al público que, de manera individual o en grupos organizados, visite el museo, la parte del Espai Fuster que ahora se abre al público.

En la primera planta, de momento, hay una única funcionaria a cargo del archivo documental del ensayista, mientras que el escritor Salvador Ortells ha sido designado por la Conselleria de Educación y Cultura como coordinador del Aula Didàctica de Cultura Contemporània ubicada en las dependencias superiores del complejo, desde la que se organizarán cursos, seminarios y congresos. También se realizarán exposiciones temporales y conciertos cuando, tal y como está previsto, se dote al patio porticado interior del edificio de una cubierta, una obra aún pendiente.

Francesc Pérez Moragon es el director de todo el Espai Joan Fuster. Estudioso de la obra del ensayista, con el que tuvo oportunidad de colaborar por ejemplo en la redacción de la clásica Gran Enciclopedia de la Región Valenciana, Pérez Moragon se vinculó al proyecto a través de la Càtedra Joan Fuster de la Universidad de Valencia, que ha venido organizado en Sueca a lo largo de los años jornadas, presentaciones de libros y publicaciones relacionadas con la obra del escritor. “Cuando me jubilé”, explica, “acepté pasar a ser asesor extraordinario (sin remuneración) de la Casa Fuster”.

“Toda la correspondencia ya está digitalizada”, señala Pérez Moragon, que recita de memoria el contenido del fondo que atesora el Espai Fuster: 20.000 cartas, tarjetas y telegramas que el escritor legó a la Biblioteca de Cataluña, 250 obras de arte, 500 documentos gráficos, más de 2.000 fotografías, una biblioteca de 25.000 volúmenes y una hemeroteca de 12.000 unidades.

El museo, que ocupa la planta baja de los dos edificios, y singularmente el espacio de trabajo de Fuster, en el que tecleaba incansable su máquina de escribir, recibía a las visitas y se desarrollaban sus legendarias tertulias con todo tipo de visitantes, se articula en tres apartados dedicados a la vida, la obra y el trabajo del intelectual. Documentos personales, cartas, libros y fotografías, además de material audiovisual, conforman esta área museística que ahora se abre al público.

Los orígenes del escritor, hijo de un escultor de imágenes religiosas de adscripción carlista que acabaría siendo el primer alcalde de Sueca tras la Guerra Civil, y de una mujer de familia católica, se concentran en lo que se explica en una de las salas, en la que se revisan momentos relevantes de su biografía, con un punto de atención singular a los atentados que sufrió, como la explosión de un artefacto en esta misma casa el año 1981.

En otra de las estancias, una librería reúne ejemplares de todas las obras de Fuster, de aquellos volúmenes colectivos en los que participó y de aquellos estudios dedicados a su figura. El apartado periodístico, que fue considerablemente importante en la producción de un intelectual que, al estilo de su admirado Eugeni d’Ors, intervino en el debate público y siempre se ganó la vida como “escritor de periódicos”, es representado testimonialmente por un mural con las cabeceras que acogieron sus artículos, como las de Levante, Jornada, Telexprés, La Vanguardia, Informaciones, El País, Serra d’Or, Jano, Por Favor, Qué y Dónde o El Temps.

Por último, la tercera sala se aproxima a su ámbito de trabajo y de intercambio de ideas con otros escritores, políticos, artistas, amigos y visitantes más o menos ocasionales. Una pantalla reproduce escenas de la vida del ensayista, que en las dependencias del centro se complementan con la posibilidad de acceder a documentales, entrevistas televisivas y otros testimonios audiovisuales.

“No puede ceñirse solo al museo”, alerta Pérez Moragon en referencia al proyecto completo del Espai Fuster. “Se deben aportar recursos, dinero y personal para el centro documental”. La idea es que no solo el Museu Fuster inicie una actividad continuada, sino que las dos plantas superiores –la primera acoge el almacén, con medios de conservación y técnicos homologados, de todo el legado documental, así como salas de trabajo para investigadores, y la segunda incluye una sala de actos y otra de reuniones– puedan abrirse a especialistas y estudiantes. “Sería necesario que la Generalitat se implicará”, apunta el director del Espai Fuster.

Vicent Marzà, conseller de Cultura, indica que la Generalitat Valenciana “ha destinado cerca de 300.000 euros a microfilmar documentos del archivo de Fuster” y que, así como el museo está a cargo del Ayuntamiento de Sueca, el Aula Didàctica de Cultura Contemporània es responsabilidad de su departamento. “Queremos que sea un espacio muy participativo”, comenta, y explica que, a partir de febrero, se pondrá ya en marcha una experiencia piloto con alumnos de centros educativos de Sueca “sobre la obra y la figura de Fuster”. Una iniciativa que será a la vez un ejercicio de innovación educativa. Una de las pocas obras para niños que publicó el escritor, titulada Abans que el sol no creme y centrada en el cultivo del arroz, sirve de hilo conductor de esta actividad que se ampliará progresivamente con nuevas propuestas a todos los centros educativos valencianos.

Marzà resalta que la gestión del legado del escritor, con su biblioteca y el archivo de su correspondencia en su núcleo, es competencia del Ayuntamiento de Sueca, pero añade inmediatamente su voluntad de colaborar. “Les acompañaremos”, se compromete. “La Conselleria de Cultura, junto al Ayuntamiento, ha desbloqueado un tema que había estado suspendido y escondido durante mucho tiempo. Esta debe ser una casa abierta. La del Espai Fuster debe ser mucho más que una visita a la casa en la que vivió uno de nuestros intelectuales más importantes”.

La alcaldesa de Sueca, Raquel Tamarit, a su vez, considera “un privilegio” tener en la ciudad un espacio que quiere convertir en “un auténtico eje cultural del territorio, dada la importancia intelectual del personaje”.

Si Fuster pudiera observar todo este revuelo alrededor de su legado, quizá levantaría una ceja con un gesto de escepticismo y convendría resignadamente que es mejor así porque, como advertía en uno de sus aforismos, “la muerte no consiste únicamente en morirse. Es morirse y ser olvidado. A corto o largo plazo, olvidado”.

Un cuadro de la República que salvó el padre del escritor

Maria Ortells murió el año 1965 y su marido, Joan Baptista Fuster, al año siguiente. Su hijo, ideológicamente tan alejado, atendió a sus padres, enfermos, “de una forma abnegada y completa”, según ha contado Francesc Pérez Moragon, que ha rescatado el texto en el que Joan Fuster, con una inconfundible ironía, recordaba el entierro de su padre: “Cuando murió, con un parkinson avanzado, deliraba con recuerdos del 36: tiros y cárceles. Cuando le enterramos, sus correligionarios no se atrevieron a ponerse la boina roja. Quizá ya me tenían miedo. Pero me dio mucha pena. El difunto se merecía un ‘Otamendi’ de charanga y un telegrama del ‘pretendiente’. Diez o doce amigos clérigos –no suyos, míos–, aun siendo posconciliares, le rezaron un responso. Hubo mucha sotana en el acto: sotanas anticarlistas. Insólitas”.

El padre de Fuster era carlista y fue el primer alcalde franquista de Sueca, pero también era escultor de imágenes religiosas y profesor de dibujo. Y salvó de la destrucción el cuadro de la República que presidía el salón de plenos del Ayuntamiento, quizá porque se trataba de una obra de arte, quizá también porque no era una mala persona. Lo hizo en silencio. El lienzo de la Alegoría de la República que Alfredo Claros (1895-1965) pintó en 1936 fue encontrado cuidadosamente enrollado en un desván de la casa de Fuster cuando se inventarió su legado, a finales del siglo XX.

Probablemente el escritor no llegó nunca a saber que su padre había salvado el cuadro y que lo guardaba en su casa hacía décadas. Ahora, debidamente restaurado, ocupa un lugar en el Espai Fuster, donde puede ser contemplado desde la elegante escalera de la casa Pasqual Fos.