No hay cambio social exento de conflicto. La tensión entre tradición y renovación es un fenómeno histórico constante, más o menos intenso entre generaciones y grupos sociales. Por eso, el actual ecofeminismo desata los nervios de la derecha conservadora tradicional y también la ira de la rancia aristocracia de la modernidad, ese antiguo régimen de organizaciones políticas y sindicales jerárquicas y bien disciplinadas, de luchas obreras revolucionarias, de líderes carismáticos, y templos sagrados de la utopía revolucionaria.
No hay cambio sin tensión, pero al final quienes se resisten a abandonar un pasado idílico acaban por claudicar. Cronos es implacable y los modernos de ayer, esos que se resisten al cambio, devienen fósiles patéticos de un pasado idealizado. En este país, los fósiles patéticos emergen como setas en el bosque otoñal ante el empuje del ecologismo y el feminismo, las dos corrientes que lideran actualmente un movimiento de emancipación frente a la tradicional tutela y dominación del macho, y frente a un modelo de desarrollo insostenible y depredador. Machismo patriarcal y neoliberalismo, en todas sus versiones y matices.
La revolución actual no pasa por tomar con las armas la Bastilla o el Palacio de Invierno. La revolución no tiene como protagonista al ejército, las milicias revolucionarias o la clase obrera, sino que pasa por el empoderamiento y la emancipación de la sociedad civil, es la subversión de las personas y los valores, la rebelión liberadora de quienes siendo insignificantes y subalternos se han plantado frente a todas las formas de dominación y las instituciones que las sustentan, frente a la vieja moral, la cultura tradicional, el patriarcado, y las instituciones hegemónicas del antiguo régimen de la modernidad.
Feminismo y ecología encarnan la subversión emancipadora y son por eso los demonios del mercado neoliberal y del machismo depredador de libertades y valores.El 8 de marzo es solo un símbolo, una fecha en el calendario. El cambio revolucionario, como el viaje a Ítaca, es un camino hermoso y a veces es la pesada travesía inútil de Sísifo. Poco importa, si creemos a Albert Camus: hay que creer en la emancipación, hay que imaginar a Sísifo feliz en su lucha.