Por razones de pura índole profesional, no vayan ustedes a pensar que lo mío es vicio, he visionado alguna que otra sesión de control al gobierno de la Generalitat en las que el diputado Morera oficia de árbitro parlamentario en calidad de presidente de la institución.
Una intervención tras otra, he podido constatar la persistencia de una extraña anomalía parlamentaria consistente en la petición sistemática de la palabra por parte de la síndica del grupo popular, Doña Isabel Bonig, por sentirse aludida y entender mancillada la honra de su tan honrado grupo parlamentario. Estas constantes peticiones son, bondadosamente atendidas por la presidencia de la cámara con la llamativa argumentación siguiente: “Sra. Bonig, este presidente entiende que no ha sido usted mencionada en ningún momento de la intervención, ni puesta en entredicho la honorabilidad de su grupo, pero si usted se siente aludida, tiene un minuto”.
Utilizando un símil futbolístico, la cosa equivaldría a que, cada vez que un delantero entrase en el área y un defensa le quitase la pelota, el delantero en cuestión, acompañado y jaleado por su enfurecido equipo, podrían reclamar al colegiado que pitara penalti. Imaginen por un momento que el árbitro le contestase: “Estimado jugador, yo que soy el juez, que tengo ante mi e interpreto el reglamento asistido por dos auxiliares, que bien podrían ser también letrados de Les Corts, no he visto falta por ningún lado. Pero, si tu sientes que te han hecho falta, tienes un minuto para chutar un porquitito a portería”. ¿A que no es serio? Pues eso.
Para empezar, como bien dice uno de mis cronistas parlamentarios de cabecera, un debate no es más, ni puede ser cosa distinta, que una sucesión de “alusiones” al grupo político que entiende como antagonista. Es poco probable que, con la que ha caído en esta comunidad, esas alusiones a la gestión, méritos y deméritos del adversario sea amable y afectuosa.
En resumen, si entendemos que el debate consiste precisamente en aludirse mutuamente, lo natural es que el reglamento establezca un mecanismo para determine por cuánto tiempo y en qué orden se alude cada uno. Ahora tu aludes a Oltra por 4 minutos, luego Oltra te alude a ti otros 4, después tú vuelves a aludir un ratito más a la susodicha y para acabar y por aquello de que es la vicepresidenta, Oltra te alude y a otra cosa.
La estrategia puesta en marcha por la portavoz popular en ningún caso persigue el restablecimiento del honor de un grupo que no puede imputar a nadie más que a si mismo la pérdida del prestigio que un día tal vez tuvo. El verdadero objetivo de la diputada Bonig no es otro que subvertir el orden establecido, quien lo diría de Isabel, por el reglamento de la cámara para adulterar el desarrollo del debate tanto en el orden como en el tiempo. Dicho de otro modo, Bonig ha encontrado con la, seguro inocente, colaboración de la presidencia la forma de hablar siempre más y la última en cada turno de intervenciones. Y en ese objetivo, la falta de pericia a la hora de aplicar las normas es un aliado necesario con el que, en ningún caso debería contar ningún grupo.
Después de tanto tiempo de manu militari entiendo la tendencia a la bonhomía parlamentaria por la que parece apostar Enric Morera. Pero todo tiene un límite y ese también es el cometido de la presidencia: establecerlos y garantizar que se respeten. Cierto es, que nada de esto va a poner o quitar escaño la próxima vez que se nos convoque ante una urna. Por desgracia todo lo acontecido en los últimos meses en ese hemiciclo es electoralmente irrelevante, y eso incluiría la aplicación del reglamento y la expulsión del hemiciclo de quien de manera reiterada lo vulnere, sencillamente porque ese parlamento es, a día de hoy, invisible. Isabel Bonig podría estar hablando tres días seguidos y su partido continuaría despeñándose electoral y orgánicamente.
El Presidente de Les Corts Valencianes, cuenta con mi comprensión en su intención de abrir un nuevo tiempo de diálogo en la noble institución que con tanto talante preside. Pero como dicen en su pueblo y en el mío: “el que està bé, està bé”. Porque la contemplación de tan lamentable espectáculo no evoca ninguna idea de tolerancia ni imparcialidad. Es más bien esa desagradable sensación que nos queda a quienes nos gusta el fútbol cuando vemos ganar el partido al que mejor fingió el penalti.