En estos tiempos de juicios sumarísimos vía twitter, de repartidores y repartidoras de carnets de todo tipo de “ismos” y de hackers poniendo y quitando reyes, parece más aconsejable que nunca no condenar a nadie a nada que sea perpetuo o biológicamente irreversible.
Resulta llamativo ver a un partido atiborrado de todo tipo de presuntos delincuentes echarse al monte parlamentario reclamando mayor severidad para una creciente lista de delitos entre los que, curiosamente, no se encuentran aquellos que tan recurrentemente les imputan. Por lo visto desprecian el valor del arrepentimiento sincero, el reconocimiento de la culpa o el franco propósito de enmienda en ningún otro ser vivo que no sea Ricardo Costa. Afirman combatir la violencia gratuita contra el ser humano. Pero lo hacen desde el mismo sillón y despacho en el que decidieron indultar, en un tiempo récord, al conductor kamikaze que acabó con la vida de mi vecino. Hay que reconocerle al hombre, eso sí, que tuvo el buen tino de encomendar su defensa al despacho del hijo del ministro de Justicia del mismo gobierno que lo indultó.
La verdad, no entiendo qué criterios han usado a la hora de incluir o excluir un tipo penal u otro en su particular catálogo de delitos condenables a perpetuidad. Me llama poderosamente la atención que se tenga por irredimible al asesino de un jefe de Estado, local o visitante, y no al machista criminal que mañana matará a mi enésima conciudadana. Me da que pensar que los partidarios de esta severidad a la carta en el fondo empatizan con la viril, pasional y masculina desesperación que nubla la mente del marido enamorado que, así, como sin querer, acaba con la vida de su esposa (que para eso era suya). Por el contrario se muestran implacables con la mente enferma del criminal sin alma ni escrúpulos que intente asesinar en suelo patrio a algún tirano o sátrapa de paso por la Zarzuela y a cuya dictadura nos ate algún tratado internacional vigente.
No entiendo este arrebato justiciero de una derecha que, en lo tocante a los delitos y las faltas, siempre fue laxa y dicharachera. Recuerden a Aznar y su famosa cruzada para acabar con la que denominó la “ley contra el vino”. O cuánto le molestaba la injerencia de la DGT y el legislador en lo tocante a su libertad para embriagarse. No sé como lo ve usted, pero a mi me parece que están estos mozos y mozas para pedir más misericordia que rigor. Este gobierno, más que ningun otro, debería apostar por un código penal que provea mecanismos que atenúen la pena y permitan la reinserción del reo. Esta opción, en su caso, no debería ser tanto una cuestión de convicción como de probabilidad.
Ruego tranquilidad a sus señorías conservadoras. No es tiempo de perder los nervios a cuenta de uno u otro CIS ni buscar votos en el dolor y la rabia de unos padres destrozados por un criminal al que nadie jamás podrá justificar. Es este un mal momento para apostar por las certezas absolutas. Y hasta algo tan comunmente inmutable en el ser humano como la estupidez no tiene por qué ser permanente. Dejémoslo en revisable.