En un club gay de Orlando 50 personas perdieron la vida y otras 53 resultaron heridas en la que ya se conoce como la peor matanza en Estados Unidos desde el 11-S. Jo Cox, una parlamentaria laborista que había destacado por su compromiso en la lucha contra la xenofobia, cayó asesinada hace unas pocas horas mientras hacía campaña en su distrito. Grupos organizados de fascistas, neonazis y activistas de extrema derecha británicos y rusos tomaron el control de las calles de Marsella a la fresca y confortable sombra de la Eurocopa. En Austria los 31.000 votantes que cerraron el paso a un gobierno de ultraderecha en un país en el que, a poco que guardes silencio, todavía te llegan con nitidez los ecos de una historia de nazismo, horror y barbarie, quedarán todos los 15 de cada mes en el claro de un bosque cercano para volver a recontarse. En Polonia, un gobierno abiertamente xenófobo, fundamentalista religioso y con una evidente vocación totalitaria, goza del apoyo mayoritario de los votantes mientras lidera una liga de gobiernos ultraconservadores de países excomunistas nostálgicos de otros tiempos de fusta y fusil. En Francia, convocatoria tras convocatoria, escala peldaños electorales la franquicia ultraderechista de la familia Le Pen. En EEUU, Donald Trump empata encuestas con el discurso más belicista, racista y fanático que tuvo jamás ningún aspirante con posibilidades de ocupar la Casa Blanca. El cardenal Cañizares llama a la yihad contra el Imperio Gay en nombre de quienes no tienen ni el valor, ni la capa de seda, ni la falta de pudor necesaria para expresar aquello que realmente piensan, aunque pensarlo también lo piensan antes y después de subir al atril del mitin en el que te van a pedir tu voto para presidir el gobierno de tu país, comunidad o municipio.
Nuestros pies, hace ya tiempo que pisan el agua de una marea de odio que avanza por el mundo. Ajenos al influjo del satélite ideológico que la impulsa, todo el mundo habla de ella como si de un conjunto de sangrientos pero aislados charcos se tratara. El auge de la violencia asociada al fundamentalismo religioso de uno y otro credo y el resurgir del nacionalismo como elemento central del discurso político hegemónico en una buena parte del territorio europeo son dos fenómenos que poco van a tener ya de coyuntural en el futuro inmediato de este planeta y muy especialmente de este continente.
Este será el reto al que se enfrentarán aquellos que se postulan para gobernar este país y que hoy nos piden su voto. Pero de esto no hablan. O por lo menos no lo suficiente. Más allá de las declaraciones de repulsa y condena no hay un discurso armado, nítido y verosímil de nuestra posición como país, estado o como quieran llamarlo, para combatir esta humedad de odio e ignorancia que día a día sube de nivel y que amenaza con pudrir hueso a hueso el esqueleto de derechos y libertades que sostiene nuestra convivencia.
Por lo visto esta campaña solo va de saber si lo del PSOE será entierro o incineración. Acabar con la socialdemocracia española, valenciana, catalana, vasca o gallega se nos presenta ahora como el objetivo último, como el remedio milagroso a los males que aquejan a este sistema para quien el líder de la derecha y presidente en funciones ha pasado en unos meses de ser el jefe de una organización criminal a un tipo “socarrón”.
Una nueva política ha llegado sí, pero una cuyo éxito tiene más que ver con la mentira, el prejuicio, la ignorancia, el odio ciego y el resentimiento que nace con la frustración y muy poco con las bondades que se atribuyen quienes reclaman para sí el certificado de “nuevos”. Solo con que el Brexit se consume, nos asomaremos a un nuevo tiempo del que nadie todavía ha dicho nada, como si pudiéramos evitarlo con el solo hecho de no nombrarlo. Si el discurso rupturista de los unos y la irresponsable y soberbia inacción de los otros no encuentra un camino nuevo por el que transitar dialogando, acordando y cediendo, nos asomamos a una nueva política cuyos conflictos son tan antiguos que igual van a tener que buscar las respuestas en la voz de algún viejo y honrado socialista que haya resistido tras el muro de pedradas con las que con tanto entusiasmo algunos parecen hoy querer tapiar la puerta de su partido. Afortunadamente, mientras exista la Compañía Telefónica de España, siempre podrán llamar a Zapatero.