Y es que tiene razón Montoro cuando afirma que los valencianos somos muy llorones y que así no se va a ningún sitio. El llanto, especialmente si se ejecuta sin mesura, es un ruido irritante que arrastra a nuestro interlocutor al hartazgo mucho antes que a la comprensión. No puede esperar Ximo Puig que alguien tan ocupado como Rajoy encuentre el tiempo y la paciencia necesaria para descifrar, entre berrinche y puchero del molt honorable, las razones de tanta pena.
Cuando el PP se lamenta del contínuo sollozar levantino no lo hace desde el desprecio ni la desconsideración a este pueblo al que ellos han amado tanto. Montoro sabe, como solo lo sabe un ministro, que uno razona y se expresa con mayor nitidez y consistencia desde el hablar sereno y pausado de quien sabe suplicar con elegancia. ¿O acaso creen ustedes que él ha llegado donde está por su cara bonita? Pues eso.
En Madrid ya nos tienen tomada la medida. Saben que los valencianos somos desmesurados por naturaleza. Aquí engordamos la hoguera de un carpintero hasta convertirla en una falla millonaria destinada a arder ante el llanto desconsolado de la fallera mayor Mónica Oltra y su corte de honor. Y claro, ahí es donde sale ese Montoro, todo raciocinio y ciencia, y piensa: “pero a ver, alma de cántaro, ¿qué haces llorando si eres tú la que le has metido fuego al monumento?” Aquí, en el levante español que tan bien conoce el ilustre Cristóbal, cuando un político se pone a robar lo hace a lo grande. Y si después hay que votarlos, tampoco los valencianos nos hemos andado con chiquitas… por la mayoría más absoluta y aplastante de la historia. Ya luego, si tenemos que llorar, pues ya lloramos.
El “Govern del Botànic” debería aprender de la habilidad con la que Isabel Bonig parece haber pillado el punto a Mariano en lo que a sollozar se refiere. En un solo día de “porfa, porfa, porfa” ha hecho más por la economía valenciana que Puig después de dos años de legislatura y tres cajas de Kleenex. Solo por portarse bien, el tito Mariano que ha estado de visita para ver a sus amigos valencianos y reparar unas goteras en el registro de Santa Pola, le ha concedido a Isabel 2.000 millones para el corredor mediterráneo y de propina una comida gratis en Moncloa para Puig y dos instagramers que serán elegidos o elegidas por sorteo este lunes a la hora del recreo en el Palau.
Montoro no es el enemigo. Montoro es el consejero amable que nos hace reflexionar y entender que los valencianos hoy no podemos llorar del mismo modo en que ayer vivimos: por encima de nuestras posibilidades.