Las desigualdades sociales y la pobreza que hoy están condenando a miles y miles de personas en todo el mundo, también en nuestro entorno más inmediato, no son fruto de regímenes autoritarios, ni de violentas dictaduras, no. Las desigualdades que hoy vemos, palpamos y sufrimos se dan después de años de democracia, de décadas de votos y urnas, pero con trampa. La lógica capitalista se ha adueñado progresivamente del espacio político y, durante años, ya sea con la dura careta liberal o con el rostro más amable socialdemócrata, el poder económico ha utilizado a los gobiernos en beneficio propio, como empleados a su servicio. Esa utilización es la que la que hoy está en crisis, y lo que se ha mantenido con elecciones, con elecciones está desmoronándose.
En su huida hacia adelante, los “dueños del mundo” fuerzan a los gobiernos a garantizarles sus beneficios cortoplacistas y, para ello, los derechos sociales son simples lastres, se legisla contra los vulnerables. Recordemos: ocho personas poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población del planeta y las tres personas más ricas de España tienen lo mismo que los 15 millones de españoles más pobres.
Que la cosa pública no funcionaba era una sospecha generalizada pero, hasta ahora, había triunfado el discurso de que no había alternativa, de que el cambio real no era posible, de que no había nada que hacer. Eso es lo que está hoy en caída libre.
Sí hay alternativa. Hay mucho que hacer. Todo pasaba por perder el miedo, y en eso estamos. La ciudadanía está dispuesta a abandonar el camino marcado. Con ella, muchos políticos que están llegando a las instituciones, también han dicho hasta hemos llegado. Está sucediendo. Salirse del rebaño resulta un éxito electoral. Quién lo iba a decir. Es verdad que en este proceso emergen profetas del odio, del racismo, del egoísmo y también de la más vergonzosa ignorancia , pero también nuevas fuerzas transformadoras que, por la izquierda, quieren ir mucho más allá del papel de complemento de la socialdemocracia; fuerzas valientes que no vienen a gestionar mejor lo que hay sino a cambiarlo. Y somos más que los neofascistas.
Claro que hay alternativa al modelo capitalista productivista que, como responsable de la crisis que sufrimos, no nos va a sacar de ella. La alternativa es la apuesta por un nuevo modelo productivo, y político, y social... un nuevo modelo de vida y de sociedad.
La alternativa tiene nombre, se llama ecología política y es el único discurso completo, coherente y sin contradicciones frente al capitalismo depredador que sufrimos. Es una propuesta que integra un nuevo eje de conflicto, el medioambiental. Se trata de un discurso que va mucho más allá de la ecología clásica de oposición a unas determinadas iniciativas esquilmadoras, contaminantes o peligrosas del gobierno de turno, es la encarnación del nuevo modelo al que me refería antes: justicia y libertad para las personas y un futuro para el planeta en su conjunto.
La ecología política es equidad y sostenibilidad. No puede haber sociedad de espaldas a las personas, sus derechos no son lastres sino obligaciones. La lucha contra el cambio climático, eso que ya nadie discute (descontando a Trump), pasa por un modelo económico respetuoso con el planeta, léase, no especulativo, descarbonizado, menos intensivo en uso de energía y más en mano de obra. Con profundas reformas en las políticas laborales, comenzando por las reducciones de horarios y por un más igualitario reparto del llamado trabajo reproductivo y del cuidado personal entre hombres y mujeres. Por tanto, mayor redistribución de rentas, más igualdad de oportunidades, más derechos, más integración, más pluralidad.
Ese es el mensaje que está calando: la esperanza y la ilusión son contagiosas. Lo podemos conseguir si así lo queremos, conectando con lo mejor de la gente, con su voluntad de ser fraternos, con su generosidad. Claro que queremos acoger a los que huyen de hambres, de guerras y de persecuciones. Nosotros somos ellos.
En ningún sitio está escrito que las cosas hayan de ser como siempre. El bipartidismo que hemos visto en España cuarenta años, y en Europa, muchos más, no es eterno, ni mucho menos y la alternativa no es el neofascismo descarnado, ni la socialdemocracia (más bien socioliberalismo) vieja y cómplice de todos los austericidios cometidos. Lo acabamos de ver en Holanda. Han sido los Verdes, la ecología política, los que han parado los pies a la derecha xenófoba e inhumana; no lo han hecho los partidos tradicionales. Sin el crecimiento de la izquierda verde y alternativa, Wilders, un ultra, seguramente estaría gobernando. Igual que lo estaría haciendo Hofer en Austria, otro ultra, si no lo hubiera derrotado en las Presidenciales Van der Bellen, otro verde.
Lo que se propone no es, ni de lejos, ponerle un barniz verde a las políticas de siempre, eso es muy poco. No hay justicia social sin justicia medioambiental. Se trata de cambiar desde la base todo el modelo de producción y consumo, tocar los cimientos el sistema. Eso requiere plantar cara a los intereses de las grandes empresas en defensa del interés general. Hay que integrar todos los intereses particulares en el interés general pero no supeditar éste a aquellos.
El mensaje verde tiene un inmenso caudal de votos. Lo estamos viendo en toda Europa, lo vemos en los estudios de motivación en todo el Estado. Los apóstoles del crecimiento ya no convencen. Principalmente el electorado joven y mujer ha pasado página. El dogma del crecer y crecer va aparejado a una realidad destructiva: se destruye empleo, territorio, derechos, garantías, medio ambiente. Crecimiento como sinónimo de vivir mejor es un espejismo. Como discurso políticamente correcto estaba muy bien pero era falso. Ni se puede crecer eternamente, ni crecimiento lleva a mejora general. Los afortunados son siempre unos cuantos, y cada vez menos. El mensaje alternativo es la búsqueda del “buen vivir” de la mayoría. No apuntar a crecimientos imposibles y depredadores sino a equilibrios planificados y justos que repartan adecuadamente aquello de lo que se dispone y garantizar, así, una vida digna para todos.
Los responsables políticos evitamos siempre mentar la palabra decrecimiento pero tenemos que empezar a poner el término sobre la mesa de debate, sin complejos. Se le puede buscar otro nombre pero, si coincidimos en que en un planeta finito es irreal hablar de crecimiento infinito, estamos apuntando al decrecimiento. Por cálculos electoralistas no podemos menospreciar la inteligencia de los votantes y decir sin decir. Digamos la verdad: el planeta no da para más, no puede mantener nuestro ritmo. Vamos a decrecer de manera obligatoria, ya lo estamos haciendo, ¿qué son los recortes y la devaluación salarial si no? Los recortes son decrecimiento a costa de los más vulnerables. Así que, o regulamos y ordenamos el proceso para hacer una transición justa o acabaremos pagándolo traumática y dolorosamente los de siempre, los y las de abajo, antes incluso las que los.
Tenemos una inmensa oportunidad para hacer de la necesidad virtud, cambiar la competencia y la voracidad por la solidaridad y la calma. Será una vida más lenta, más humana, más próxima, más femenina. No tendremos una pantalla de plasma en cada habitación, ni aviones particulares, ni coches de mil válvulas pero sí aires puros, ríos limpios y paisajes acogedores por los que pasear, y tiempo para hacerlo.
Julià Àlvaro es secretario autonómico de Medio Ambiente y Cambio Climático de la Generalitat Valenciana, coportavoz de Verds-Equo País Valencià y miembro de Compromís.Julià Àlvaro