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El Carme y Velluters, a pesar de...

En este momento presente, a través del aparador del estudio, veo la calle Baja pasar y pienso que es un privilegio el poder trabajar a pie de calle en un barrio histórico. Sin embargo, a diferencia de los modelos similares que admiro por su, a priori, calidad urbanística, el nuestro está lleno de pegas, como consecuencia de una incompleta gestión a la deriva. Apunto cuatro ejemplos.

Primero, existe un conflicto sin resolver entre vecinos y hosteleros derivado del ocio nocturno irrespetuoso y descontrolado que en su momento expulsó a habitantes que deseaban descansar y que concluyó con medidas sin consenso tipo ZAS. Ciutat Vella y sorda.

Segundo, clausurada, sin más, la oficina RIVA (2012), se carece de políticas urbanas que incentiven la rehabilitación de viviendas o la dinamización del comercio de proximidad. Paseando por algunas calles (Triador, Centenar de la Ploma, etc) donde AUMSA e IVVSA promovieron la construcción de edificios de vivienda ‘de autor’, podemos ver un gran número de sus bajos cerrados que, por pereza no se gestionan de forma atractiva más allá del alquiler o venta. En cambio, la iniciativa privada (léase Mercado de Tapinería, con todo el debate que queráis) nos muestra que es posible experimentar otras fórmulas para revitalizar (y revalorizar) un lugar construido pero vacío, por ejemplo, a partir del fomento de un empleo local más creativo.

Tercer ‘pero’: tampoco se dispone de una estrategia referida al espacio público que, además de mejorar mantenimiento actual, se atreva definitivamente con la peatonalización activa, articulando plazas desconectadas. Que además plantee dar respuesta a la falta de lugares de relación para niños y mayores; que permita recuperar la línea perdida (5B de la EMT) de transporte público interior o tal vez probar con un transporte bajo demanda (DRT, Demand Responsiv Transport); que regule definitivamente el aparcamiento para visitantes, residentes y comerciantes; o que ajuste el desesperante descontrol de la carga y descarga.

Y cuarta pega, la más estructurante: el planeamiento de la reforma interior está completamente atascado. El desatascador que lo desatasque, buen ciudadano será y el centro histórico lo agradecerá. Así pues, la existencia de alrededor de 200 solares evidencia las múltiples Unidades de Ejecución (Plan de la Muralla, Na Jordana-Llíria, ampliación del IVAM, etc) que, valga la redundancia, se quedaron sin ejecutar de los distintos Planes de Protección y Reforma (PEPRI) Y, mientras, el abandono, las ruinas, la indiferencia, la rutina.

Malgrat tot, El Carme y Velluters, más allá de su pasado, quieren seguir viviendo. Y afirmo que tienen futuro. Entre ambos contabilizan 10.795 habitantes. Mientras que casi toda la ciudad decrece, estos barrios presentan un ligero crecimiento demográfico del 2%, aproximadamente. El encanto, la identidad, el carácter cercano, la economía adsequible, la usabilidad y la no museización son indicadores vernáculos de vigorosidad que a la vez, permite espacios de libertad. Miss Carme, Míster Velluters, aquí estáis de nuevo. Antes de ayer y pasado mañana. Viejos y nuevos. Pero, ¿por qué estáis vivo? o ¿gracias a quién? Si en los años ochenta escuchábamos que “el centro histórico parecía Beirut” por analogía entre la cantidad de derribos y la guerra; actualmente se dice que “El Carmen ya no es lo que era” ¿En qué quedamos? Ni barrio chino, ni Russafa.

La actitud urbanística frente a los centros históricos ha ido cambiando desde que se puso la mirada en su recuperación hace ya cuatro décadas, una vez caducas las agresivas reformas interiores, sventramentos de la trama en pro del higienismo y desarrollismo. Al principio, en los 70, se apostó con urgencia por la conservación del patrimonio, siguiendo el paradigmático ejemplo de recuperación del centro de Bologna (1960) y la Carta di Venezia (1964). En los 80, la política derivó hacia la rehabilitación o construcción de vivienda. Con la recuperación demográfica y económica, en los 90 llegaron los fondos europeos, la inserción de equipamientos locales y metropolitanos (administrativos, institucionales, culturales, económicos, docentes, deportivos, etc), la dinamización del comercio, los turistas, los nuevos habitantes, la sombra de la gentrificación y el crecimiento del ocio nocturno. A final del siglo XX se trató de introducir medidas a favor de una movilidad sostenible, la eficiencia energética y la calidad ambiental.

¿Y ahora, qué? En la actualidad parece que su recuperación pasa por la palabra ‘activación’. Esto básicamente significa, dotar de sentido común a lo construido. Es decir, gestión comunitaria de los recursos infrautilizados: espacio público, bajos y solares. Ya no es un problema de trama urbana, sino de una estrategia urbana que atienda a los procesos que por necesidad se están desarrollando de manera más o menos espontánea. Así pues, aunque se insiste en Planes Especiales de Protección (PEP) de los entornos de Bien de Interés cultural (BIC) y en rehacer las Ordenanzas de Espacios Públicos, en breve pasaremos de trabajar con fichas patrimoniales a las fichas de uso. Del plano pasivo y ortodoxo, a la práctica dinámica y compartida. En definitiva, la intervención de esta década ya está evolucionando las Unidades de Ejecución en Unidades de Activación.

Siguiendo con esta reflexión, en este contexto de ánimo y de un incipiente cambio de paradigma de la disciplina urbanística, entre tanto pesar, quisiera nombrar dos iniciativas ciudadanas de activación en las que he estado implicado. Una, en el Carmen, la parcial recuperación de la plaza Tavernes de la Valldigna, la cual constituye un sencillo ejemplo colectivo de placemaking. Dos, la voluntad de apropiación vecinal del solar de les Botges en Velluters para uso deportivo. Ambas son dos muestras de recuperación positiva al margen de la política urbana preestablecida y de los caminos convencionales del urbanismo, cada vez más obsoletos.

Ahora bien, estas propuestas deben sumarse al trabajo continuo de las asociaciones de base (Amics del Carme, AV. del Carme, AV. Palleter, etc) y a otros procesos abiertos como el Solar Corona, Ciutat Vella Oberta, Ciutat Vella Batega, els Berenars de mares i pares, Imagina Velluters, la Despertà dels solars de les falles populars o las expresiones artísticas en los muros.

El Carme y Velluters de toda la vida vuelven a emerger, de arriba abajo, xafant y gastant la calle, sin pereza y en colectivo. El reto es habitarlo de día. Las claves para la vitalidad total podrían ser el Mercado de Mossén Sorell y el solar del Teatro Princesa. La red se reforzaría potenciando comercialmente de nuevo las calles transversales a la ronda, desde Na Jordana (IVAM) a la calle del Hospital (MUVIM). Y todo lo demás. De a poco este Proceso va a más. E la nave va, a pesar del mando decadente.

En este momento presente, a través del aparador del estudio, veo la calle Baja pasar y pienso que es un privilegio el poder trabajar a pie de calle en un barrio histórico. Sin embargo, a diferencia de los modelos similares que admiro por su, a priori, calidad urbanística, el nuestro está lleno de pegas, como consecuencia de una incompleta gestión a la deriva. Apunto cuatro ejemplos.

Primero, existe un conflicto sin resolver entre vecinos y hosteleros derivado del ocio nocturno irrespetuoso y descontrolado que en su momento expulsó a habitantes que deseaban descansar y que concluyó con medidas sin consenso tipo ZAS. Ciutat Vella y sorda.