En general, se habla o se escucha poco sobre algunos vecindarios de Valencia. Sin embargo, recientemente he podido conocer más de cerca las experiencias Orriols Con-vive y Tres Forques Centro Cultural. La primera en el marco de las Jornadas de Ética y Municipalismo organizadas por Guanyem y la segunda a raíz de otras jornadas de revitalización urbana coordinadas por la red ciudadana Fent Ciutat. Ambas iniciativas periféricas, inspiradoras y creadoras de espacios de intercambio vecinal me han recordado al barrio donde crecí, Sant Marcel·lí, al sur del sur, donde parece que se acaba la ciudad, el cual guarda una intimidad que me gusta poner como ejemplo de participación ciudadana.
En 1998 (primera legislatura del PP a la vez en el gobierno municipal, autonómico y estatal), mientras yo comenzaba mi carrera de arquitectura, se estaba firmando en Sant Marcel·lí un manifiesto de entidades ‘Por un barrio digno y habitable’, impulsado por la Asociación de Vecinos/as y respaldado por 24 entidades adheridas de variopinto cariz: colegios, peñas de fútbol, fallas, parroquia, club ciclista, comerciantes, unión musical, club deportivo, jubilados, etc. Todo un abanico diverso de colectivos organizados que, ante las planeadas “futuras actuaciones urbanísticas”, en ese momento, el Bulevar Sur, la prolongación de la avenida Gaspar Aguilar, el paso del AVE y la ampliación del Cementerio General, se anticiparon uniéndose bajo un mismo objetivo, el barrio.
Más allá de que se consiguió exitosamente lo que puntualmente se firmó, este hecho significativo, local y poco trascendido sirvió para reimpulsar el tejido social del barrio que, después de las primeras reivindicaciones de la democracia, corría el riesgo de apagarse. Los procesos mencionados al comienzo, derivados de la madurez del 15M, de nuevo van en la misma dirección, mediante grandes dosis de ilusión y esfuerzo que fácilmente se contagia entre banderas opuestas. Precisamente, la diversidad plausible sin etiquetas es su punto fuerte.
En la ciudad, sus habitantes se unen por reacción o por anticipación a un plan. Consciente que la primera puede crear contradictoriamente división, la administración municipal la induce con medidas que implican conflicto y confusión social. El caso más reciente se encuentra en otra periferia, Benicalap, con el equipamiento de la Casa de la Caridad. Pero a lo largo de este gobierno hemos visto plataformas vecinales que se posicionan a favor o en contra en El Carmen (zona ZAS), Russafa (reurbanización), El Cabanyal (PEPRI-Blasco Ibáñez), etc. En cambio, iniciativas donde todas las asociaciones van a una desprenden un refrescante entusiasmo como está sucediendo en Benimámet con el Parque lineal o en los Poblats Martítims con la plataforma Litoral per al Poble. Atrás queda también reflejado en el Centro Histórico con otro manifiesto de conviencia, ‘La calle nuestra segunda casa’.
Aprendiendo de este urbanismo de anticipación de cara al futuro, con un nuevo gobierno municipal, además de facilitar la participación de manera natural y cultural, surge el desafío de cómo desde el ámbito de la política pública se podría potenciar esta energía autotransformadora de los barrios. Tratando de aportar ideas a esta necesidad, a finales de octubre, el Grupo Municipal Compromís organizó una semana sobre participación ciudadana en la cual se trató la reformulación de los actuales distritos de Valencia, creados durante el paréntesis de la izquierda. Si en los 70 se defendió el barrio como unidad mínima, actualmente hay que relanzar esta idea desde una base aún más compacta, el vecindario, a la vez que se ponen en marcha experiencias transversales como un encuentro entre barrios y pedanías donde el tejido asociativo tenga ocasión de intercambiar prácticas, conocimientos y problemas.
Y quién sabe, si en su momento apuntábamos aquí la necesidad de una concejalía de la Planta Baja de la ciudad, tal vez sea también el momento de plantear una concejalía de barrios que facilite los procesos de abajo a arriba y de arriba abajo. Porque solo así, fluyendo en los dos sentidos, se previene la salud de la (esta) ciudad.
En general, se habla o se escucha poco sobre algunos vecindarios de Valencia. Sin embargo, recientemente he podido conocer más de cerca las experiencias Orriols Con-vive y Tres Forques Centro Cultural. La primera en el marco de las Jornadas de Ética y Municipalismo organizadas por Guanyem y la segunda a raíz de otras jornadas de revitalización urbana coordinadas por la red ciudadana Fent Ciutat. Ambas iniciativas periféricas, inspiradoras y creadoras de espacios de intercambio vecinal me han recordado al barrio donde crecí, Sant Marcel·lí, al sur del sur, donde parece que se acaba la ciudad, el cual guarda una intimidad que me gusta poner como ejemplo de participación ciudadana.
En 1998 (primera legislatura del PP a la vez en el gobierno municipal, autonómico y estatal), mientras yo comenzaba mi carrera de arquitectura, se estaba firmando en Sant Marcel·lí un manifiesto de entidades ‘Por un barrio digno y habitable’, impulsado por la Asociación de Vecinos/as y respaldado por 24 entidades adheridas de variopinto cariz: colegios, peñas de fútbol, fallas, parroquia, club ciclista, comerciantes, unión musical, club deportivo, jubilados, etc. Todo un abanico diverso de colectivos organizados que, ante las planeadas “futuras actuaciones urbanísticas”, en ese momento, el Bulevar Sur, la prolongación de la avenida Gaspar Aguilar, el paso del AVE y la ampliación del Cementerio General, se anticiparon uniéndose bajo un mismo objetivo, el barrio.