Sentados frente al ordenador, abrazados a una tablet o dejándonos la vista en el móvil en la sala de espera de la consulta de un oftalmólogo generamos cada día toneladas de información personal que creemos inocente pero que van configurando un apetitoso big data particular por el que suspiran ya muchas empresas. Mucha de esa basura, resultado de nuestra navegación por Internet un día de tedio, servirá para ir configurando nuestro perfil digital, para combinar nuestro rastro por buscadores y poder así vendernos la moto al menor descuido.
Dos universidades valencianas han previsto ya impartir másters y nuevas titulaciones en maestros, cinturones negro, de Big Data, lo que ellos llaman Ciencia de los Datos. Dentro de muy poco ya se podrá cursar esa nueva carrera multidisciplinar en la que matemáticos, informáticos, ingenieros de telecomunicaciones, economistas o abogados te enseñarán cómo hacer rentable nuestra ingenua navegación por Google o nuestros insulsos paseos por cualquier red social. Los futuros estudiantes universitarios intentarán rentabilizar tus gustos, predecir las subidas y bajadas de la Bolsa para hacer ricos a cualquier bróker desalmado, poner en manos de laboratorios insaciables datos médicos precisos tuyos que les ayuden a vender más mercancía farmacológica o suministrar a los partidos políticos tendencias electorales o preferencias de líderes al estilo primarias, pero sin llegar a las manos como ahora están haciendo los socialistas. Todo de forma muy sibilina, sin apenas darnos cuenta; todo a cuenta del Gran Hermano.
Se trata de vendernos unos zapatos o un coche que anhelamos sin pensar que antes se lo chivamos a una máquina o que se lo dijimos hace tiempo a nuestra madre por WhatsApp. Estos futuros titulados codificarán nuestras frustraciones y le sacarán tajada. Digitalizarán nuestros compulsivos deseos de compra frenética y se los venderán al mejor postor. Todo lo que colgamos en Facebook se monetariza y ya tiene un precio, incluso la broma más insulsa, la foto más inocente o el comentario más inoportuno. Todo vale para hacer negocio. Nos anticipan que dentro de dos años, el 75 por ciento de las empresas invertirán en Big Data. Está visto que tu actividad digital conforma un universo muy apetecible para las firmas comerciales que intentan desvalijar tu tarjeta Visa.
Como esto siga así ya me veo en un cibercafé, de forma clandestina, para buscar sillones de segunda mano, para localizar viajes baratos a Canarias, para ojear eldiario.es o para comparar precios de pisos en alquiler de incógnito. Me tocará visitar webs de forma clandestina para no dejar mi huella de navegación al descubierto. Sin darnos cuenta les estamos pasando información sensible y confidencial a nuestros espías para que puedan manipular a su antojo nuestras preferencias. Y, por desgracia, no tendremos a un Snowden o a un Assange justiciero que desvele luego las malas prácticas de ese ciberacoso comercial.
Nosotros mismos hacemos el trabajo sucio: pagamos al detective privado que nos sigue a todas partes, un Gran Hermano a domicilio. ¡Vaya! Dicen que ser experto en Big Data es ya un trabajo muy bien remunerado. ¿A qué espera para inculcarle a su hijo esta nueva salida profesional?