Una mente maravillosa pero sin recuerdos
Hace unos pocos días mi tía segunda se ha venido a vivir con nosotros, hasta ahí, nada extraño: una mujer mayor que se va a vivir con sus familiares. El drama llega cuando esa mujer, que había sido muy fuerte en otra época, ahora comienza a padecer demencia. Y la tienes ahí, como un fantasma de lo que fue, como la sombra asustada de su anterior yo. No sabe bien dónde se halla, se asusta y todo le parece nuevo. La primera noche me preguntó un montón de veces mi nombre, me debió notar cansado de responderle lo mismo, y desistió en sus insistentes preguntas, pero sus ojos delataban que no sabía muy bien quién era ese chico de camiseta negra y perilla que estaba delante suya. Yo también la miraba, me intrigaba qué era lo que estaba pensando esa mujer, cómo su cerebro había destruido sus recuerdos y en qué se había quedado. Me intrigaba saber que quedaba de ella ahí dentro. Ahí seguimos con las preguntas y al día siguiente, sabía quien era y como me llamaba. Desde que llegó hablamos mucho con ella, una veces sabe lo que dice y otras se mantiene en estado de alerta, camina por el pasillo como alguien despistado, pregunta siempre dónde está el baño, y se marea si le dices la segunda puerta a la derecha, a veces, llega hasta la tercera. Ya no es mi tía, es otra persona, una persona temerosa de todo, pero también cariñosa. Se alegra cuando nos ve y se entristece cuando nos machamos. Sus compañías más fieles son el perro, al que acaricia con alegría, y la televisión. Ya no controla sus esfínteres, ni en muchas ocasiones su lengua, se distrae con una mosca, pero parece feliz, esa felicidad del que ya no tiene preocupaciones. Para muchos podría parecer una carga, pero a mi me gusta su presencia, esa presencia con barniz de ausencia emocional. Estar sin estar. Hablar por hablar. La demencia la ha transformado, ha destruido su personalidad reduciéndola a un cuerpo con una mente sin recuerdos. La demencia la ha abandonado a su suerte. Un amigo me preguntaba el otro día, con mucho suspense y expectación, dónde creía yo, como estudiante de psicología, que estaba el alma, todo esto después de una conversación teológica apasionante. Yo le dije que el alma estaba en el cerebro, si el cerebro no funciona, la consciencia no existe. Él no pensaba lo mismo, su visión era más religiosa. Lo dije pensando en mi tía, en su realidad trastocada y confusa. En esa realidad que solo ve ella, sesgada, demasiado sesgada para ser útil, adaptativa. Busca con obsesión un cigarro, se muestra ofendida cuando le negamos algo que la perjudica, pero es altiva cuando lo pide con urgencia. Me gusta charlar con ella, recuerda cosas del pasado, cosas que yo no sé, de la familia, del franquismo, de la vida. A veces dudo de la veracidad de su narración, pero otras entiendo la complejidad del cerebro, quizás sea una invención, o tal vez retales de historias mil veces contadas que ha unido en un formidable ejercicio de engaño. Parece que sepa lo que dice, y a veces lo sabrá, pero otras su mente recoge las piezas del puzzle y les da otro sentido. Es agotador luchar para recordarle cosas, para que entienda lo más básico, parece como si se hubiera metido en un disparatada máquina del tiempo y hubiera vuelto a la niñez con los pañales y la dependencia de otros. Un día dejará de saber quién es, y quizás dejará de saber qué es éste mundo y se muera del miedo. Porque todo le parecerá alienígena, de otro mundo alejado del nuestro, o mejor dicho, del suyo. Quizás mañana vuelva a preguntarme el nombre, ahora no lo hace, solo me habla y me sonríe, le sonaré de algo en su mente, y con eso le basta. Por las noches ronca tan fuerte que nos despierta a todos, me pregunto qué soñará, qué recuerdos le quedarán en el inconsciente. Pienso que tal vez esté igual en el mundo de la vigilia que en brazos de Hipnos. ¡Qué más da!, si todo para ella es nuevo. Es muy probable que todo no sea nuevo cada día, pero su deterioro es rápido y doloroso. Un día sabe quién era Franco y al día siguiente lo ha olvidado, para regresar a su mente otro día, pero diciendo que Franco era el comunista. Recoloca las fichas, las mueve sin querer, pero desea no perderlas. Ríe viendo los goles del R. Madrid, le gusta ese club, es el equipo de su vida, el que la hacía soñar. No recuerda a los jugadores, tampoco los recuerdo ni yo, pero aplaude las jugadas, los goles y las paradas. El Madrid está muy dentro de su recuerdos, anclados en algún lugar, quizás por el componente emocional, por los triunfos y noches de gloria o tal vez porque mi tío, su fallecido marido, era forofo. Nunca le he preguntado si recuerda a Rafael, el hombre con el que compartió más de media vida, me da miedo que diga que no, que no sabe de quién le hablo. ¿Cómo puede uno olvidar eso?. La demencia le ha arrebatado su vida, sus recuerdos y su libertad. Muchas veces hay destellos de lucidez, luces que te llevan a poder charlar con ella, sus ojos se empañaron a la muerte de Ángel Nieto, me dijo varias veces que era el 12+1, me sorprendió, porque no recordaba nada más, solo que era el 12+1. Un concepto grabado en su memoria. Los días pasan tranquilos, no hay sobresaltos, ella olvida ponerse el pañal, a veces se queda mirando la pared, abstraía y sin reaccionar, otras veces simplemente me pregunta cómo me llamo o dónde está mi madre. Ella está ahí sentada, pero su mente está volando a lugares extraños para completar el rompecabezas, para hacer más entendible la realidad. Una realidad, que por otro lado, ya le da igual, ya no le importa en absoluto. Pero, ¿cómo le va a importar si no la comprende? Comemos juntos, miramos la tele y no nos decimos nada, no tenemos nada que decirnos.
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