La mentira del falso precariado
Tengo la desagradable sensación de que estamos asistiendo a una limpieza selectiva del lenguaje en el ámbito laboral. Poco a poco se eliminan las referencias a los trabajadores y nos compartimentan, asignándonos roles según nuestro nivel de renta (mileuristas), las condiciones laborales (precarios), la necesidad de buscarse la vida como sea (emprendedores) y la obligación de emigrar para buscar un futuro que en España no existe (exiliados).
Pero el caso es que no somos exiliados económicos o expats, un vergonzante eufemismo que, plantéenselo, sólo se utiliza con jóvenes blancos de países occidentales: somos emigrantes, aunque suene peor y les recuerde a tiempos de miseria y hambre. Tampoco somos emprendedores, sino autónomos sin perspectivas de durar más que unos meses trampeando al sistema, y que se han visto abocados a ello debido un mercado de trabajo roto y disfuncional. En España los emprendedores de éxito vienen con la start-up bajo el brazo y desde la cuna. Ni siquiera somos ya mileuristas, sino cieneuristas, como bien decía Ignacio Blanco. Y al final acabamos hablando de precariado como si fuese un nuevo grupo social recién creado que nos engloba a los expulsados del sistema, cuando no es más que clase trabajadora. La de siempre, pero ahora, si me lo permiten, con un problema añadido: sin conciencia de clase.
La subdivisión en distintos subgrupos de trabajadores precarios quizás no busca como objetivo primario diluir el sentimiento de pertenencia a la clase trabajadora –o quizá sí-, pero sin duda lo consigue. Y todo ello envuelto en una creación especialmente perversa que se propaga como la peste en muros de Facebook, emails con chillones PowerPoints y libros de autoayuda: ¡hay que creer en uno mismo para salir del pozo! Hay que “tomar consciencia de las propias posibilidades”, que “quererse más”, que “salir de la zona de confort”. Y ese mensaje, no digo que no, puede calar en un universitario joven que tiene la posibilidad de pagarse un vuelo low-cost y salir de su zona de confort con la cuenta bancaria preparada, pero... ¿de qué zona de confort más tienen que salir los despedidos por un ERE injusto, los dependientes a los que se les cierran todas las puertas, las mujeres de treintaypocos que tiene que escoger entre maternidad y trabajo? ¿Cómo puede emprender –sea lo que sea eso- alguien que tiene que escoger entre medicinas y comida, entre ropa para su hija o los libros de texto? ¿De qué le vale a un expulsado del sistema quererse más ante un panorama laboral tan desolador y unas instituciones hostiles? Es más: ¿no se dan cuenta de que resulta especialmente hiriente para alguien que lleva tres años en paro que su problema se reduzca a que debe “confiar en sí mismo”?
Y es que hay una consecuencia más siniestra de todo esto: se señala al trabajador como culpable de su situación. Si “crisis” en chino también significa “oportunidad” (¿a que les suena?), si todo se arregla con un curso de autoayuda y un vídeo de una charla TED ¡Entonces es que el mercado de trabajo no tiene la culpa! Si cargamos al trabajador con la responsabilidad de su situación individual conseguimos que nadie se acuerde la reforma laboral, de las propuestas neoesclavistas de la CEOE, de las prácticas denigrantes de tantas empresas, de los falsos autónomos, del “hago 10 horas y me pagan 5”.
El precariado no es más que la clase trabajadora, a la que han ido quitando derechos. El exiliado económico es, admitámoslo de una vez, un trabajador que se ve obligado a emigrar por falta de oportunidades,no un aventurero en busca de oportunidades e intercambios de idiomas. Y no, los autónomos no somos emprendedores: dejad de llamarnos así, que se os pone cara de Rosell o Díaz Ferrán.
De nada valearañar las paredes del pozo del paro, la explotación y la depresión por nuestra cuenta, si no se tiene conciencia de clase, si no peleamos todos juntos por nuestros derechos y nuestra dignidad. Así que hoy mírate en el espejo, deja de lado la taza de Mr. Wonderful y repite conmigo: soy una trabajadora. No hace falta que sonrías.