Moción de censura contra el daño y el dolor
Los motivos eran muchos. Tantos años sentándose en los sillones de una democracia en la que nunca creyeron. Lo dijeron Rajoy y Hernando en el Congreso muchas veces: o estás con el PP o estás fuera de la democracia. A ellos les da igual saber que la moción de censura contra el gobierno está en la Constitución, en esa Constitución que tanto quieren. Pero a ellos les da igual la Constitución cuando no les conviene.
El vocabulario de la crispación es lo suyo. Agitar los fantasmas del miedo, meter el miedo en nuestros días cotidianos, como si nuestros días fueran lo mismo que las noches, esas noches en que en vez de soñar sueños hermosos soñamos pesadillas. Ellos son esas pesadillas. Ellos han sido durante tantos años esa negrura en que la razón -su razón, la suya- era sólo la negrura goyesca de lo monstruoso.
Y con ellos, sus medios de comunicación. Sus radios, sus periódicos, sus televisiones. Que llega el coco, el flautista de Hamelín que nos llevará al abismo después de que la moción de censura contra el mal gobierno del PP nos haya convertido en ratas. Para ellos -para la prensa de la carroña- no era un mal gobierno. Les daba de comer en restaurantes de cien estrellas Michelín. Y a cambio ellos -esa prensa- convertían la ruina económica de un país y la corrupción de un partido en bienestar colectivo y en un ejemplo a seguir por los partidos que no eran el PP. O Ciudadanos.
Ahora esa prensa amenaza ya con el Apocalipsis. La moción de censura la han ganado los terroristas de ETA, los que desde Cataluña sólo quieren romper la unidad y la grandeza de España, los que hacen política aquí pero a sueldo del gobierno de Venezuela. La moción de censura la han perdido los patriotas. Lo que no dicen -ni ellos ni su prensa- es que para ellos -para ellos y su prensa- la Patria sólo era un negocio millonario, un saqueo permanente a las arcas públicas, el desprecio inhumano por el sufrimiento a que tanta gente condenaba la pobreza.
La moción de censura ha sido eso: una moción contra el daño y el dolor que provocaron durante tantos años las políticas predatorias del PP y su gobierno. El ahogo que provocaba ese dolor, las dimensiones estratosféricas de un daño incalculable. “El dolor necesita espacio”, escribía Marguerite Duras en un libro inmenso titulado precisamente así: El dolor. Un diario que ella escribió mientras esperaba el regreso de su marido al que consideraron muerto en un campo nazi de exterminio. Y añade, unas líneas después, que el dolor también necesita tiempo para ir extinguiéndose, que el dolor necesita al menos “un minuto de aire respirable”. Ese minuto para respirar en un espacio sin ataduras es al menos el que mucha gente acaba de vivir -acabamos de vivir- cuando el PP ha abandonado el Congreso con la cabeza rabiosamente gacha de la derrota a manos, sencilla y llanamente, de la democracia.
Dicen que la edad nos hace más sabios. Yo creo que lo que nos hace es más cautelosos, menos abiertos a la euforia repentina, más de mirar hacia dentro y dejar pasar un rato antes de decir lo que pensamos. Por eso no me gustaría que este artículo fuera un volteo de campanas al aire de lo acontecido con la moción de censura en el Congreso. El desencanto ha sido una constante desde aquella famosa Transición en que atábamos los perros con longanizas. Demasiadas veces en esta democracia ha revivido ese “pulpo negro del desengaño” que sacaba Alfonsina Storni en uno de sus poemas tristes. Lo que vendrá a partir de ahora está claro: la amenaza del miedo a todas horas, las trabas mediáticas a cualquier decisión del nuevo gobierno o de sus aliados, ese asedio permanente a que esos falsos patriotas de la política y sus medios de comunicación van a seguir sometiendo a la mismísima democracia. A esa tarea se van a dedicar, desde ya mismo y con todas sus fuerzas, el PP, Ciudadanos y sus hooligans de la prensa.
Ojalá el PSOE de Pedro Sánchez pueda sortear los obstáculos internos de sus damas y barones, resistir las embestidas de la caverna y mirar hacia la izquierda para que alguna vez sea posible en este país hacer políticas que de verdad favorezcan a quienes menos tienen y les hagan pagar lo que les toca a quienes lo tienen todo. Ya digo que no voy a lanzar las campanas al vuelo. Pero me gustaría que fuera así. Claro que me gustaría. ¿Y a ustedes no?
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