Se dice que fue el monje japonés Denkyō Daishi quien, allá por el siglo VIII y IX, relacionó los códigos morales confuncianos traídos de China con la imagen de tres monos tapándose la boca, los ojos y los oídos. Mizaru, Kikazaru e Iwazaru, como se denominó a estos místicos primates, pasaron así a convertirse en símbolo de la sabiduría cuya iconografía se extendió por el mundo entero. Claro que no todos vieron en el conjunto una invitación a cerrar los sentidos al mal para asegurarse una vida recta y prudente. De hecho, no faltaron quienes vieron en el simiesco trío un satírico reflejo de la sumisión que aquel Japón feudal reclamaba a sus súbditos.
En España esa ambigua relación entre los sentidos, la prudencia y la sabiduría también ha estado presente aunque de forma más prosaica, sin la poética de las culturas orientales. Aquí ha funcionado más el pragmatismo cínico de esos ojos que no ven y corazones insensibles; el consejo corleonesco del ver, oír y callar, o ese regusto rústico del refranero que nos recuerda aquello de que en boca cerrada no entran moscas. En suma, entre nosotros estas reflexiones tienen poco de conocimiento equilibrado de la vida y mucho de acatar el orden de las cosas con el entusiasmo y la convicción con que el penitente se aplica el flagelo en las procesiones.
La sabiduría parece pues más reservada a la iconografía zoomórfica asiática. Aunque ni siquiera allí su distribución se democratiza, puesto que en ella el saber queda reservado a una sola parte de los primates, los machos. Las hembras parecen excluidas del sabio trío, algo que por otro lado no puede sorprendernos dada la facilidad con que la misoginia campea en eso que se ha venido en denominar el subconsciente colectivo. Una marginación que sería absoluta de no ser por la duda de saber si un cuarto mono que raramente aparece en algunas imágenes es en realidad una mona. Hipótesis nada desdeñable dado que a Shizura, como se conoce a este cuarto individuo, se le representa con las manos tapándose el sexo.
Así, de confirmarse esta intuición, mientras que los machos –sean hombres o monos- accederían a la sabiduría mediante el recurso de cerrar sus ojos, sus oídos o su boca, las hembras–sean mujeres o monas- no tendría otro camino para ello que aquel que se les abriría tras cerrar su vagina. Admito que mis conocimientos del japonés son muy limitados como para poder contrastar esta hipótesis. Sin embargo, dos hechos me reafirman es esta idea. La primera es la propia marginalidad de Shizura, ajena a la autosuficiencia de machos dominantes proyectada por los otros tres sabios micos. La segunda, y más evidente, la perspicaz pregunta lanzada por la magistrada responsable del juzgado de Violencia sobre la Mujer número 1 de Vitoria a la presunta víctima de una violación: ¿cerró bien las piernas?
Cerrar bien las piernas, tapar el sexo para evitar cualquier contrariedad, para asegurar un camino recto, prudente y consciente hacia el equilibrio y el conocimiento. Estos días no han faltado las voces críticas que se han apresurado a tildar de machista el comportamiento de la jueza que, en realidad, de confirmarse esta hipótesis, no habría hecho otra cosa que aplicar de forma estricta esta enseñanza budista. Ignorar el precepto del sexo cerrado a cal y canto, no hace más que incrementar la vulnerabilidad de la hembra ante unas desgracias de las que ya no se podrá responsabilizar al supuesto agresor. Hasta es posible que el agresor no exista y que la culpa recaiga en la irresponsabilidad de unas piernas entreabiertas.
No es la primera vez que eso sucede. Ocurrió recientemente en Inglaterra cuando un multimillonario violó sin querer a una joven, al tropezar y caer con tal mala fortuna que su pene erecto saliendo por azar entra su ropa, penetró involuntariamente el sexo de la muchacha mientras dormía. Afortunadamente, el responsable del juzgado Southwark Crown Court, llevado sin duda por la misma influencia budista que su homónima de Vitoria, absolvió al rico empresario convencido de su inocencia y consciente de que en el fondo ella fue la única responsable de su desdicha por no haber mantenido bien cerradas sus jóvenes piernas.
Sí, definitivamente, todos, seamos hombres o primates, mujeres o monas, deberíamos de ser conscientes de lo fácil resulta alcanzar la sabiduría siguiendo las enseñanzas de Denkyō Daishi y sus místicos monos. Frente al mundo que nos rodea sólo hay que tener bien cerrados los ojos, los oídos y la boca. No permitir la más mínima ranura, el más pequeño espacio por el que puedan colarse la vida y sus contradicciones. No hay que dejarles ningún resquicio, sabedores de que nuestra salvación o condena siempre dependerá de un minúsculo canto de la moneda que acabe determinando nuestra cruz o nuestra cara. Y, sobre todo, no olvidar nunca la necesidad de mantener bien cerradas las piernas, apretadas con fuerza, no vayamos a caer en la tentación de aflojar por un instante la presión de nuestros muslos llevados por la estúpida ilusión de que al hacerlo encontremos el impulso necesario para salir corriendo.