La cuestión de las nacionalidades, identidades, cultura, lenguas, tradiciones… es a veces muy compleja y siempre muy sensible. Es normal. Afecta a nuestros sentimientos, a nuestras emociones, a nuestras raíces, a nuestros recuerdos, a lo que somos, a lo que soñamos ser… Por eso, no está de más intentar echar mano de corteza cerebral (dicen que en esta parte del cerebro radica nuestra parte más racional) sobre estas cuestiones para entendernos mejor. A veces no lo hacemos porque nos puede la pasión, quizás el rencor por las afrentas pasadas recibidas; otras, más graves, no queremos hacerlo de una forma consciente e intencionada, como hacen y han hecho a lo largo de la historia demasiados pensamientos políticos.
Ironizaba yo la semana pasada con los tópicos valencianos para poner en evidencia el uso político que hace, a mi entender, el PP del valencianismo. Yo esperaba que las alarmas sonaran por el lado escatológico y recibiera algún tirón de orejas por el final del artículo, en el que bromeaba con cierto mal gusto sobre la alcaldesa de Valencia para evidenciar su falta de sensibilidad con los vecinos del Cabanyal. Pero no, ha habido lectores que se han sentido algo molestos porque han interpretado que yo encuadraba las Fallas en la derecha política. También se me ha criticado en las redes que tiro de tópicos para definir el valencianismo, algo que siempre hacemos los “castellanos o castellanistas”. Conclusión: o yo he de practicar más mis experimentos de argumentación paródica, o todos hemos de serenarnos un poco más cuando hablamos de estos temas, o ambas cosas.
Creo que ha quedado aclarado el malentendido vía facebook y twitter, pero reiteraré aquí que, lógicamente, las Fallas, fiesta y patrimonio que admiro, respeto y en que participo, no tienen color político, y si utilizo los tópicos es para ponerlos en evidencia y hacer ver que hay múltiples formas de sentirse valenciano, y que, en mi humilde opinión, el uso político de la lengua y/o la identidad nacional o racial, venga de donde venga, me parece bastante corto de miras y potencialmente peligroso.
Repito: venga de donde venga. Recientemente, alterno mi trabajo entre Valencia y la provincia de Barcelona, donde ejerzo como profesora de castellano, así que creo que sé de lo que hablo. Igual de ilógico me parece querer minorizar el español como impedir que la población de la Comunidad Valenciana sea lo más bilingüe posible, que es lo que creo que está haciendo el PP aquí abajo. Ambas cosas son, desde un punto de vista educativo, social y laboral, a todas luces, un disparate.
En la mayoría de centros educativos de la Comunidad Catalana no hay un bilingüismo de hecho, ni aquí tampoco. Aunque en Cataluña, la tendencia es a la educación prácticamente monolingüe, al menos en lo que a las lenguas cooficiales se refiere, ya que el inglés es muchas veces un idioma mucho más prestigiado y mimado que el español.
Sé que ahora me arriesgo a que las críticas me vengan por otro lado, aunque quizás por las mismas causas que las anteriores, pero tengo que decir que yo he vivido cómo en algunos centros en las actividades culturales del día de Sant Jordi el único idioma en el que los alumnos podían concursar con sus escritos era el catalán.
Yo he visto cómo se rotulan en bilingüe (catalán e INGLÉS) múltiples informaciones, actividades culturales y alguna pancarta de bienvenida a alumnos extranjeros (esta con bandera estelada incluida, se ve que quien en el centro no es independentista o tiene como lengua materna el castellano, no está representado de forma oficial). También cómo se les pasa a los visitantes un power point para que conozcan Cataluña (realizado por el propio instituto, público) en el que se obvia que esta Comunidad está situada en España o que se habla, además de catalán, español, y en el que los ejemplos de cultura catalana se reduce a tópicos (planteados en serio, no en plan cómico como los míos).
Yo he observado estupefacta cómo alumnos a punto de acabar la escolarización obligatoria no son capaces de expresarse con un mínimo de fluidez en español, ya no digo por escrito, sino ni siquiera oralmente, en aquellas zonas donde la preponderancia de uso la tiene el catalán. Dense cuenta que la situación es muy diferente a la de la Comunidad Valenciana, ya que a una mayor presencia social de la lengua propia que aquí se suma la mediática; basta pasar la frontera en coche con la radio en marcha para darse cuenta, o zapear por la tele o mirar la prensa en los quioscos.
Yo he asistido atónita a comentarios de profesores de catalán presumiendo de no saber hablar bien el castellano y añadir que tampoco les hace falta (ambas cosas eran una pose, algo para mí incomprensible en cualquier profesor de lenguas con un mínimo de cientifismo, aparte de la obligatoriedad legal para los docentes de conocer ambos idiomas cooficiales).
Yo me he armado de paciencia cuando, tras encargar a mis alumnos un trabajo sobre la poesía popular en castellano, he tenido que escuchar la reiterada pregunta de si no podía hacerse en catalán o inglés (recuerdo: mi asignatura, tres horas semanales, es el castellano). Yo, al decirles que, evidentemente, no, he tenido que escuchar la pregunta de si yo estaba a favor o en contra de la independencia.
A propósito, los mismos alumnos de 12 años que me preguntaban esto, me recordaban, que en el caso de una Catalunya independiente, “los valencianos vendrían con nosotros” (se ve que eso de ver en la TV3 el parte meteorológico ‘als païssos catalans’ marca bastante).
¿Quiere decir esto que hay una amenaza pancatalanista? No, quiere decir que cuando veas las barbas de tus vecinos pelar, pongas las tuyas a remojar. Que pensemos de forma racional, que no perjudiquemos la formación de nuestros jóvenes, ni de un lado ni de otro, ni por exceso, ni por defecto. Tan perjudicial sería hacer retroceder al valenciano como copiar el ejemplo norteño y perjudicar la competencia lingüística en una lengua que hablan más de 500 millones de personas. Ah, perdón por anticipado a las sensibilidades a las que pueda ofender.