Reseña

No la pierdan de vista

Siempre había querido leer a Guadalupe Nettel. La había citado en algunos artículos, en particular su novela La hija única. Su nombre y sus libros estaban en esa lista que crece mientras yo “decrezco” o crezco por dentro. Cuando la nombraba entre mis amigas buenas lectoras que conocían su obra siempre me decían: “tienes que leerla”. Lo sabía, era una de esas pequeñas espinas que arrastraba sin más. Por fin logré quitármela. Leer a Guadalupe Nettel era una deuda conmigo misma, con la literatura. Leerla –a pesar de la angustia y el dolor en las historias que cuenta– ha sido pura felicidad. 

Me sumergí en Los divagantes (2023) un lunes al atardecer en el patio de una casita junto al mar hasta que se hizo de noche y ya no veía las letras. Seguí con estos cuentos en la mañana siguiente, contrariada por obligaciones que me hicieron posponer la lectura hasta la noche. Lo acabé en la noche y al día siguiente di el salto a La hija única (2020); me regalé tres horas de lectura en la playa y otras dos horas largas en la cama por la noche, “perdida” en ese placer pacificador y reconfortante que es la lectura, “un acto de recogimiento como hay pocos en esta sociedad” dice Guadalupe Nettel. Cuando terminé el libro me sentí en paz, quizás porque como comenta Nettel: “nos cuesta cada vez más encontrar el momento, aislarnos, concentrarnos… Estamos pendientes de muchas cosas al mismo tiempo.”

México es un país que ha dado grandes escritores, citaré algunos de los que me han acompañado durante años: Octavio Paz, Juan José Arreola, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Rosario Castellanos, Juan Villoro, José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska, Sandra Cisneros, y más recientemente Valeria Luiselli, Brenda Navarro y, por descontado, Guadalupe Nettel. En medio de este mapa literario, Nettel es una pista que hay que seguir. “No pierdan de vista a Guadalupe Nettle” ha escrito Carlos Zanón. 

No, no la pierdan de vista, porque esta escritora pone los pelos de punta, conmueve, nos retuerce, nos interpela, nos acompaña, nos lleva a reflexionar, a iluminarnos de la manera como ella misma dice: “nadie se ilumina poniendo lucecitas ni farolillos, sino volviendo consciente su obscuridad”. En su literatura, Nettel viaja a muchas oscuridades y las saca a flote. Las deja servidas sobre la mesa. Posee una gran habilidad humana y literaria para adentrarse en todo aquello que incomoda y para revelar la belleza subliminal que hay en los seres de comportamientos distintos y distantes, extraños. Para ello, sondea con minuciosidad su intimidad, su pensamiento, sus contradicciones y esperanzas. En Nettel “la mirada que posa sobre las locuras suaves o destructoras, las manías, las desviaciones –escribe Xavier Houssin– es de una agudeza tal que nos remite a nuestras propias obsesiones”. 

Curiosamente, Nettel nació con un lunar blanco, una mancha de nacimiento sobre la córnea de su ojo derecho que le dio una mirada especial. A partir de aquella peculiaridad surgió una consciencia sobre lo distinto, sobre la “belleza de la asimetría”, que la llevó a refugiarse en la lectura y a escribir desde niña. Como un destino del cual no podía escapar, ni quiso escapar. Parte de su trabajo narrativo se ha centrado en reivindicar la “belleza del monstruo”, del rechazado, de la fealdad, de la diferencia, del incomprendido. Así empezó, y así lleva años desmontando tabúes en libros como El huésped (2006), El cuerpo en que nací (2011), su obra más autobiográfica, o más recientemente con La hija única (2020), una novela que lleva veinte reediciones.

Su último libro, Los divagantes, es intenso. Ocho relatos sobrecogedores, distintos desde el punto de vista narrativo y temático, pero con algo en común: la angustia, cierta desazón ante lo que perdemos, o simplemente ante el hecho de sentirnos perdidos. El confinamiento sufrido en los años pasados, la crisis climática, el desconcierto social, el exilio político, el desarraigo, la angustia y la falta de confianza y comunicación, incluso con los que más amamos, todo ello navega por estos relatos. Relatos como Jugar con fuego o El sopor son, están, como asegura la autora: “escritos desde la angustia. El estado de ánimo que generó un confinamiento tras otro, y aquella ”nueva normalidad“ se refleja en los estos relatos. Además, está el aspecto del calor extremo, del sopor, provocado por el calentamiento global. La asfixia y la angustia también por la manera y el mundo en que vivimos. Por el desconcierto, la falta de referentes, la incógnita ante catástrofes inminentes”.  

Los humanos divagamos, vamos de un lugar a otro, pero también buscamos raíces, como los árboles, así lo cuenta el relato Un bosque bajo la tierra: “Las raíces que me atan a esta casa son cada vez más fuertes y expansivas, y aunque yo no pueda verlas las siento ceñirse dentro de mí”. A veces erramos y divagamos “¿después de echar raíces en otro país, puede uno volver a integrarse como si nada a la colonia de origen?” escribe Nettel en Los divagantes. Y ya lo dice el mismo título del libro, que agarra el nombre prestado de uno de sus relatos, sin duda, uno de los más potentes. En él la autora trata el tema del exilio, de errar. Para ello, o por ello, en la historia aparece un albatros –los animales son una constante en la obra de Nettel, también en El matrimonio de los peces rojos y La hija única aparecen animales simbólicos– un albatros que inquieta a la protagonista, la voz narradora, y a los lectores: “¿Qué hacía un albatros en un lugar tan alejado de su hábitat natural? El amigo de mi padre nos explicó que es muy raro verlos fuera de su rango geográfico, pero de cuando en cuando ocurre que alguno se ve arrastrado por una tormenta y se pierde. El problema, dijo, no es que haya salido de su territorio, sino que, cuando lo hace, le resulta muy difícil cruzar el ecuador y volver a él”.

Todos estos temas, pero también la infancia, la infancia que “no acaba de una vez, como nosotros queríamos cuando éramos niños. Sigue ahí, agazapada y silenciosa en nuestros cuerpos maduros y luego marchitos []”. Las relaciones con nuestros hijos en situaciones extremas. Cómo sobrevivir a lo que nos ahoga, a las vidas que no tuvimos y deseamos, a las tentaciones más inimaginables. Todo ello, con una prosa bella, profunda, sonora, trabajada con cincel, pulidísima. Todo ello se nos graba en la piel tras leer a Guadalupe Nettel. Como ya les dije: “No la pierdan de vista”.